Esta nueva sección pretende acercar al público lector las novedades literarias escritas por mujeres que se presentarán ellas mismas para darnos a conocer su perfil más personal y las motivaciones que las llevan a la escritura.
El pasado mes de julio nos escribió Rosa Martínez Guarinos para presentarnos su primera novela, Los veranos rotos, publicada en Salamanca en 2022 en la editorial Alamar Libros. Puede verse una reseña en el blog de julio de El Cantarano (LOS VERANOS ROTOS de Rosa Martínez Guarinos – El Cantarano).
La autora, alicantina, es una mujer plural: formada en la Escuela de Artes y Oficios y posteriormente como interiorista, destaca en múltiples facetas. Como artista plástica, además de exponer en salas de arte de forma individual o colectiva, ha realizado diseños publicitarios, ilustración de revistas y libros y ha impartido clases particulares de dibujo y pintura. En su faceta literaria, ha cultivado la poesía, la narrativa breve y ha colaborado en publicaciones culturales. Ha recibido premios y reconocimientos a lo largo de su trayectoria, destacando el Premio de Poesía Carmen Conde (1991) a su poemario Un instante infinito y el Premio de Poesía Paco Mollà (1996) a su poemario Noctumbra. Finalmente y en lo relativo a su trayectoria profesional, ha trabajado durante un tiempo en el sector de la Banca Privada y, de manera ocasional, en el Inmobiliario, trabajos que le permitían desarrollar paralelamente proyectos relacionados con la actividad creativa.
Estimada Consuelo:
Reflexionar sobre las propias motivaciones implica un ejercicio de introspección nada sencillo, y si además se trata de bucear en las profundidades del impulso creativo, la tarea se complica… Pero supone un reto el intentarlo.
Creo que el descubrimiento de los libros fue determinante. Aquellos enigmáticos objetos que, al abrirlos, mostraban en su interior toda la magia de unas ilustraciones, de historias escritas en las que podía sumergirme y viajar a otros mundos, me deslumbraron hasta el punto de que mi asombro aún no ha cesado. Desde entonces, en ellos he ido encontrando experiencia, emoción, ingenio, pensamiento lúcido y poético; a menudo también belleza, suave o descarnada, cruel o compasiva…
El ser humano tiende a identificarse con lo que ama: no le basta admirarlo, disfrutarlo… Quiere participar, necesita ser parte de lo que considera más sagrado y auténtico. Y eso es lo que debió ocurrirme, que comencé a pintar y a escribir en un amoroso intento de emular a aquellos a quienes tanto admiraba.
Aunque luego la vida fue imponiéndome protocolos y ausencias, nunca dejé de lado el compromiso íntimo, ni olvidé mis amores de infancia. También influyó el que mi padre tuviera una bien surtida biblioteca, en cuya selección había primado un criterio muy amplio y un afán por conseguir la excelencia. Años más tarde, en la Escuela de Artes y Oficios tuve la suerte de conocer a un profesor que me enseñó a “mirar” y me dio las herramientas para “expresarlo”, ya fuera con arcilla, sobre papel o lienzo… También conocí a otro cuyo amor por la Historia del Arte a nadie dejaba indiferente, pues la pasión por el conocimiento y la belleza es contagiosa.
Y, pasara lo que pasara, yo siempre regresaba a los libros como se regresa a un refugio, a una vieja amistad. Porque hubo autores en los que encontré la fuerza para superar mis límites y otros cuya sabiduría me iluminó en momentos oscuros. Ellos fueron mis maestros, mis amigos más íntimos, mis hermanos mayores.
Ahora que los motivos ya se van “dibujando”, puedo echar una mirada a lo ya hecho, todos esos intentos de atrapar mundos o espejismos, emociones que a menudo no ven otra salida. Y compruebo que no puedo juzgarlos: sencillamente tuvieron su momento, se expresaron por mí o yo me expresé por ellos… Quién sabe. Son libros. Son cuadros. Son acción e intención, pero nunca respuesta.
El verano es una estación extraña: en ella puedo percibir el frío con más intensidad, ser más consciente de sus efectos, de su alcance en mi ánimo. Fue un mes de julio cuando empecé a escribir “Los veranos rotos”, durante una larga estancia en una casa frente al mar. La historia se fue construyendo con elementos extraídos de la memoria y la imaginación, los personajes se iban perfilando cuando yo los “miraba”, los escenarios eran casi expresión de un estado de ánimo. El verano y la adolescencia se parecen, tienen los mismos fuegos, los mismos sinsabores… Los chicos y las chicas a los que puse nombre, en realidad los alumbró el verano, esa estación paradójica en que a veces también se paraliza el tiempo. Yo los veía tumbados en la arena, corriendo por la orilla, sorteando las olas… Y los sentía vibrar, estremecerse, fluir con una fuerza de la que no eran conscientes. Luego miraba también hacia esas mujeres de vida programada y a sus afanosos maridos, todos tan respetables, tan imbuidos de sus respectivos roles en la vida. Y veía el peligro cerniéndose sobre ellos, el dolor agazapado en los cielos azules como nubes siniestras… Así pasé con ellos unos veranos, rotos como se rompe la luz cuando nadie la mira, como los sueños estrellándose contra la realidad.
Y de esta forma nació el libro, con su enigma y su esfuerzo, porque anclar emociones e ideas en una sucesión de páginas es un trabajo, a veces duro, aunque en sí mismo esté su recompensa.
Como verás, Consuelo, he intentado exponer de manera concisa mis motivaciones básicas, utilizando más imágenes que conceptos, y espero haber conseguido al menos esbozarlas.
Rosa Martínez Guarinos
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