Nueve eran las musas, hijas de Zeus y Mnemosine, divinidades inspiradoras de las artes, la poesía, la danza y la música que vivían en el monte Helicón. Y al igual que los poetas las invocaban para inspirarse así diseñadores se han cruzado con mujeres que como por capricho del destino han dado un giro sustancial a sus carreras.

Loulou de la Falaise ejerció en Yves una influencia creativa en la década de los 70 mezclando prendas, chales, joyas y bolsos sin caer en el ridículo sino creando un estilo ecléctico llevado con la elegancia propia de una educación estricta y la modernidad de la libertad creadora. Para el maestro de la costura Catherine Deneuve encarnaba el chic parisino mejor que ninguna tal como la vistió con austeros vestidos negros, sombreros pillbox y abrigos de cuero, vinilo y lana gris en Belle de Jour. También fue notable la figura de la modelo Imán que fue fuente de inspiración no sólo por su belleza armoniosa sino por ese toque mágico que la hacía parecer salida del corazón del desierto.

Alaïa marcó la estética de los 80 y reinventó a la mujer con siluetas exageradas y fuertes contrastes de color con tejidos de punto, seda y piel. Fue un genio de la costura y de los pocos que dominaba todas las etapas del proceso creativo. De él dijo Grace Coddington: “Tenía mucho talento artístico y mucho dominio de la costura y sin embargo no era alta costura. No se escondía nada bajo bordados ni capas, hacía prendas muy femeninas que dibujaban perfectamente el cuerpo”. Para Grace Jones creó el icónico vestido fucsia con capucha en Panorama para matar. Transformó todo lo que de ella incomodaba, color de piel, estilo extravagante, fisonomía andrógina y una actitud desafiante con aires eróticos en un sello de identidad que la consagró como un icono de la subcultura neoyorquina y parisina por su versión de La vie en rose.

Isabella Blow, pasó en pocos meses de asistenta de Anna Wintour a editora y descubridora de talentos como Stella Tenant o Alexander McQueen. Se convirtió en musa incondicional de Philip Treacy cuando diseñó para ella su tocado de boda. Desde entonces una relación de amistad y mecenazgo les unió para siempre e Isabella llevó los sombreros como extensión de su propia individualidad.

Para el recién desaparecido Karl Lagerfeld su musa fue Lady Amanda Harlech, quien desde 1996 es considerada una de las principales autoridades en el mundo de la moda. Su influencia es debida a su gusto exquisito, por ser moderna, punk y teatral a la vez, con arraigo en las tradiciones de la campiña inglesa y predilección por la sastrería masculina. Su trabajo con Karl un tanto confuso lo explicó ella misma al definirse como buena entendedora de lo que quería decir, sobre qué idea estructuraba una colección y cuál era el espíritu de la mujer que pretendía retratatar. A pesar de estar incluida en la lista internacional de las mejores vestidas para ella: “El estilo es la anti-moda, no se trata de seguir tendencias”.

Siguiendo la analogía con la Hélade, se consideraba en la época arcaica que eran las ninfas las encargadas de inspirar a los artistas, siendo estas actualmente actrices o cantantes que como embajadores protagonizan campañas, sobretodo de perfumes, y tienen una estrecha relación con la firma y el diseñador que suele vestirlas en eventos destacados como es el caso de Nicole Kidman y Vanessa Paradis en Chanel, Cate Blanchett con Giorgio Armani, Charlize Theron y Marion Cotillard para Dior.

Por lo tanto, podemos concluir que no se puede usar el término “musa” a la ligera, pues para ello debe haber una conexión superior con el diseñador, de tal modo que, la musa al ser incluida en el proceso creativo constituye un punto de referencia inequívoco. La musa solo puede ser alguien con una personalidad genuina capaz de transmitir no lo que esta pasando, sino lo que esta por venir.