El mayor problema de la ciencia, o el mayor enigma de la biología, es la muerte.
Para desentrañar, en la medida de lo posible, el misterio de la vida, de dónde venimos y por qué hemos llegado a ser lo que somos, el escritor y periodista Juan José Millás y el paleontólogo Juan Luis Arsuaga, escribieron a dos manos La vida contada por un sapiens a un neandertal, en 2020, rastreando a dúo la huella humana en los lugares más insospechados. Dos años más tarde, y ante el éxito de público y de crítica de esa primera aventura, decidieron continuar su exploración en una segunda parte titulada La muerte contada por un sapiens a un neandertal.
Arsuaga y Millás son la “extraña pareja”, semejante a aquella hollywoodense de Jack Lemon y Walter Mathau o a la literaria de Flaubert, Bouvard y Pécuchet. Pero ellos no son dos viejos locos gruñones ni oficinistas aburridos, como los personajes del novelista francés, que se dedican a un diálogo de besugos sobre lo humano y lo divino. Solo se parecen en que siendo caracteres opuestos, por formación e ideología, se enfrentan dialécticamente, a veces con acidez, pero en el fondo profesándose un sincero afecto y llegando a un entendimiento. Algo difícil, considerando que el paleontólogo habla desde el rigor científico-también el de sus genes vascuences-y el novelista desde una concepción idealista, kropotkiniana de la naturaleza, de los seres que la habitan, destinados a perecer pero siguiendo un designio superior que los hace ser altruistas, dejando paso con su muerte a los que vienen detrás.
No hay propósito en la evolución, le insiste una y otra vez en el transcurso de 300 páginas Arsuaga a Millás. Debería, pues, olvidarse de la preposición “para”. Hay más cosas en el mundo natural que las que sospecha la filosofía, tal como decía Hamlet a su amigo Horacio en el acto primero de la obra de Shakespeare. Y el paleontólogo suele recordárselo en todos los tonos, en los restaurantes paleo, el gimnasio, los parques naturales y otros lugares que visitan de la mano enérgica de guía explorador del gran gurú de Atapuerca. No en vano Arsuaga es una eminencia a nivel internacional en su disciplina, con una carrera fulgurante desde que descubrió uno de los fósiles humanos más antiguos del planeta. Participa y es miembro de las más importantes instituciones científicas en la materia y es un personaje mediático ampliamente conocido. Lo mismo podría decirse de Millás, aunque en su currículo académico hay poco que rascar, ya que abandonó los estudios universitarios para dedicarse a la escritura y llegó a trabajar como administrativo en una compañía de aviación para subsistir. Como escritor tiene a sus espaldas unas decenas de libros, algunos muy celebrados, y en su faceta periodística ha sido acreedor a importantes premios nacionales.
Millás llama a Arsuaga “el Bulldog de Darwin”, por su empeño en defender la complicada teoría evolucionista, que casi todo el mundo cree conocer-y que algunos se precian de desconocer-pero que tiene sus claves e intríngulis como diría un conocido maestro de la tauromaquia. Por su parte, el doctor en Ciencias Biológicas Arsuaga le pone el mote de Piotr Kropotkin, a Millás. Kropotkin fue un anarquista ruso que también incursionó en la ciencia y elaboró su famosa teoría del apoyo mutuo , o sea la cooperación de las especies en el proceso evolutivo, en contraposición a la del darwinismo social de otros autores, como Huxley.
EN EL DESGUACE
Arsuaga emplea sitios insólitos como aulas de darwinismo, tales como el desguace donde va a buscar un repuesto para su Nissan Juke, que tiene sobre sus ruedas la friolera de ciento cuarenta mil kilómetros. Y como en esa vieja canción de Mario Clavell, le dice a su colega que “el hombre es como el auto”: “La vida de los hombres y los coches se va poco a poco: deja de funcionar la pantalla, se endurecen las arterias…”. Hay repuestos para la mecánica humana, pero no hay mucho que hacer con el software, es decir, la electrónica, el sistema nervioso. El envejecimiento de un coche no depende de los años que tenga sino de los kilómetros que haya hecho. Lo mismo pasa con nosotros, nos desgastamos de acuerdo a nuestros hábitos de vida. Vive rápido, al estilo rockero, y morirás joven.
La naturaleza proporciona algunas pistas. Los ratones, por ejemplo, viven de prisa y mueren también muy pronto. Los elefantes, por el contrario, tienen un metabolismo lento y son longevos. La razón reside en el gasto de energía. Los coches consumen combustible, los seres vivos oxígeno, y el oxígeno mata.
El radar de la evolución tiene sus límites de alcance y en el caso del ser humano no logra detectar su utilidad más allá de una cierta edad y eso hace que sus células no se renueven correctamente y su organismo quede obsoleto. El gran misterio, para Arsuaga, es por qué la evolución en cuatro mil millones de años no nos ha hecho inmortales.
DOÑA EVOLUCION
El paleontólogo reivindica a Epicuro como figura precursora de la ciencia materialista que continuarán otros más tarde, como Feynman y el mismo Darwin.
La Naturaleza no es “sabia” ni la Tierra es un super organismo inteligente (Gaia), como pretenden ciertas corrientes filosóficas animistas o ecologistas. Más bien, dice Arsuaga, “son formas de aferrarse al pensamiento mágico para sobrellevar la angustia de la falta de sentido de la existencia”. Amén, agregaría yo mismo, que siendo “de letras” lo percibo en mi piel desde siempre. No así el novelista Millás, que insiste en que algún sentido ha de haber, ya que el ser humano es “un productor incansable de sentido”.
Se cuenta que una vez le hicieron una entrevista a Dios por intermedio de una médium espiritista y que a la pregunta sobre la muerte respondieron varios entes, no uno solo, que eso no existía, sino que se trataba de “un conjunto de desplazamientos en el interior de la vida”. La respuesta divina parece coincidir con los mandatos de Doña Evolución y su baile de átomos descontrolados.
Varios son los asertos que nos propone ella a través de su portavoz, el Bulldog español de Darwin, Arsuaga :
-En la Naturaleza no hay vejez ni decrepitud. En la Naturaleza solo hay plenitud o muerte.(Un gamo joven, si se rompe una pata, dura dos horas).
-Para el darwinismo no existe el bien de la especie, solo cuentan los intereses del individuo.
-La ciencia es antiintuitiva.
-“Sexo, muerte y altruismo”. Los tres problemas a los que se enfrenta el neodarwinismo.
-Un ecosistema es tanto o más complejo cuantos más elementos tiene. A mayor complejidad, más propiedades. “Habría que enseñar biología de los sistemas a los políticos”.
-Peter Medawar, premio Nobel de Medicina, dio la explicación neodarwinista a la vejez y a la muerte. Sus tubos de ensayo no morían “de viejos” sino que se rompían. En la naturaleza se muere por accidentes por infecciones, por hambre o por depredación.
-El ser humano vive cuando debería estar muerto, gracias a los cuidados. La manifestación de los genes acumulados, indetectables por la evolución, es la vejez y solo la sufrimos nosotros y los animales domésticos (también los del Zoo).
-Si la muerte está programada, como pensaba el biólogo George C. Williams, entonces habría esperanza de poder evitarla, si se tratara de unos pocos genes modificables. Pero va a ser que no, al parecer, son demasiados.
-La “hipótesis de la abuela”: vivimos más allá de las edades fértiles gracias a los nietos. En la Prehistoria, los cuidados de las mujeres a los nietos justifica la menopausia.
La vejez es como una carrera de obstáculos en la que los corredores van cayendo, le explica el paleontólogo al escritor. Para éste, la vejez “es un país” en el que se siente cada vez menos extranjero, pese al rechazo social que implica. “Hemos llegado, sin sentir a los helados dominios de Vejecia”, que decía Ramón y Cajal.
En un coloquio en el que ambos autores de la obra en cuestión explican sus respectivos puntos de vista, Arsuaga afirma, como buen epicúreo, que “no es que vivamos poco, sino que aprovechamos poco nuestra vida”. Del trabajo al supermercado, eso no es vida.
Solo el ser humano sabe que existe y que va a morir. También que va a envejecer, aunque mientras somos jóvenes tendemos a olvidarlo o a mirar ese proceso inevitable de perfil.
Los versos del poeta Jaime Gil de Biedma, a quien me gusta citar siempre que tengo ocasión, lo expresan claramente, con pasión, tal vez con melancolía pero con su exquisita vis lírica:
Que la vida iba en serio
Uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
A llevarme la vida por delante
Dejar huella quería
Y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan solo
Las dimensiones del teatro
Pero ha pasado el tiempo
Y la verdad desagradable asoma:
Envejecer, morir, es el único argumento de la obra.
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