«Nunca en domingo” era el título de una película de 1960, dirigida por Jules Dassin y protagonizada por Melina Mercouri . Ella interpretaba a una prostituta que a instancias de un americano Pigmalión dejaba de trabajar en el día del Señor. Tal vez los prostíbulos, algunos establecimientos de hostelería y los de 24 horas sigan siendo los únicos que violan la sagrada norma, porque actualmente hasta los comercios asiáticos toman asueto en ese día.
DOMINGO INGLÉS
¿Cuándo comenzó la costumbre de guardar ese día para la inactividad, y por ende el tedio y el aburrimiento en pareja o familiar? Se sabe que las primeras culturas humanas tenían días de descanso y privación de la vida económica. Pero la idea de marcar un único día fue una invención hebrea, la creación del Sabbat judío. Era, según esa tradición, un día para dejar de crear y definido por una sensación de shinui, o cambio. Una especie de resistencia contra la rutina y el reloj laboral o productivo. En un comienzo se celebraba los sábados, pero con el tiempo el domingo se convirtió en el Sabbat universal. Fue Constantino, el emperador romano de fe cristiana, quien hace unos mil setecientos años prohibió la producción y los asuntos oficiales los domingos. Desde entonces, el séptimo día de la semana no solo fue sagrado sino que también derivó en actividades de ocio, deportes, música, fiestas, a menudo acompañadas de alcohol.
A finales de los años 40 se hizo un sondeo para averiguar qué hacía la gente en el Reino Unido los domingos. En Londres ya abrían los museos, los cines y también las instalaciones deportivas. Pero la mayoría permanecían cerrados, incluidos restaurantes y cafeterías, en tanto que los deportes organizados estaban vetados. Fuera de la capital, el cierre era total, en Escocia ni los parques infantiles estaban abiertos. Este Sabbat inglés no tenía base religiosa, solo tres de cada veinte personas asistían a los oficios religiosos, la mayor parte acudían a los pubs o trabajaban en sus jardines. Era un día para charlar, dormir o para celebrar íntimas reuniones sociales al lado de una taza de té o sándwiches, escribir cartas o recuperarse de la resaca del día anterior. También para visitar a los enfermos o a los mayores. Si hacía buen tiempo tal vez se iban en masa a las playas o al campo, y los más jóvenes hacían maratonianas excursiones en bicicleta.  Como en cierta canción de los Beatles, “nothing to say, but is Okey”  , también la de los Kinks,(“Lazy on a sunny afternoon”) . Nunca sucedía nada, pero al parecer nadie se aburría. Se dedicaban a la lectura de periódicos, o escuchaban la radio, se preparaban comidas más abundantes y elaboradas que el resto de la semana, por lo que para la mayoría de las amas de casa los domingos eran días de mayor trabajo. La gente era otra en domingo: vestía diferente, también bebía con mayor parsimonia.
POBRES DE TIEMPO
En la actualidad se vive a otro ritmo,  diferente al de entonces. Se dice que tenemos “hambre de tiempo” y durante la pandemia y el confinamiento el tiempo pareció detenerse y muchos no hallaron al comienzo qué hacer con él. ¿Organizar los armarios o hacer gimnasia? Muchos se lanzaron a tareas domésticas antes impensables y hasta prohibidas por ley en tiempos antiguos, como hornear, amasar panes, etc. Y finalmente, algunos llegaron a la conclusión de que vivían atrapados en la rueda del tiempo y sus engranajes terribles, controlados por la dictadura del smartphone. El tiempo libre, se nos decía, estaba representado por este dispositivo tecnológico, la herramienta maravillosa que nos permitiría organizar nuestra vida mejor. El resultado ha sido justamente lo contrario, hemos agregado más cosas que nos roban nuestro tiempo.
En Estados Unidos, donde hay lugares donde el descanso dominical y cierre comercial es preceptivo y ay del que se lo salte, el asunto ha sido llevado varias veces al Tribunal Supremo del país. Unos empleados de un comercio fueron procesados por vender en domingo un juguete y artículos de escritorio. Se alegaron perjuicios económicos a causa  de prejuicios religiosos, pero la corte discrepó. Su presidente respondió que lo que se pretende con el cierre no es cumplir con una norma de ese tipo sino garantizar un día de tranquilidad  y armonía social.
A la vista de la evolución de este tema, habría que plantearse -como ha ocurrido con el discutido cambio de hora- si  una medida así es necesaria y beneficiosa. A veces, yo mismo en ocasiones, maldecimos a los establecimientos-grandes superficies, restaurantes, etc.-que encontramos cerrados los domingos. El séptimo día, que se supone creado para descansar por el Creador, es para muchos un día vacío y tedioso donde se busca un lugar para divertirse, también un día crítico para los olvidadizos que necesitan algún objeto o producto o un sitio donde comprar alimentos. Pero, según me han contado personas que han trabajado en estos centros comerciales que ocasionalmente abren algunos domingos al mes, es poco lo que se vende y para las empresas no resulta rentable el pago de horas extra a sus empleados.
Lo medular del asunto, como apunta el periodista canadiense James Bernard MacKinnon, autor de El día que el mundo deje de comprar (Debate, Penguin Random House, 2021) es que reducir el consumo aporta importantes mejoras al medio ambiente, a tal punto que podría ser una medida mucho más efectiva que otras que se intentan implantar para evitar el deterioro o el cambio climático. Pero sobre ese asunto volveremos en otra ocasión, reseñando ese libro.
MacKinnon cita al comienzo de este ensayo con entrevistas a productores y vistas a sociedades de “consumo cero” a filósofos, como Séneca (“Pobre no es el que tiene poco , sino el que mucho desea”) o Hannah Arendt, que decía que la sociedad de consumo no está en condiciones de cuidar al mundo, y que como un Rey Midas codicioso arruina lo que toca.
Nunca en domingo hagáis compras. Descansad, haced amigos . Y aquí paz y después gloria.