La trayectoria vital y bibliográfica de Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) es ampliamente conocida, por lo que aquí no corresponde reseñarla. Solo diremos que es uno de los escritores filósofos más influyentes en nuestro medio y que en su juventud hizo sus pinitos como guionista de televisión (Los electroduendes) de la mano de su madre, Lolo Rico y del matemático y escritor Carlo Frabetti. En ese programa dedicado a los tiernos infantes, Alba se dedicó a infiltrar “píldoras” de marxismo, o como él mismo dice “fábulas de marxismo satírico para niños”. Había un personaje, Amperio Felón, que encarnaba al empresario capitalista explotador.

Con el paso de los años, el filósofo escribió algunos ensayos de filosofía marxista (Dejar de pensar, en 1986 y Volver a pensar , 1989) que tuvieron una notable influencia en el pensamiento de izquierdas. Crítico contra la política del PSOE de entonces por su actitud ante el ingreso en la OTAN, decidió autoexiliarse en un país árabe y se convirtió en traductor de su lengua para autores de esos países y en analista no solo de su realidad sino de la del mundo actual.

EL FANTASMA BARBUDO

Su última obra editada data del año pasado y es una recopilación de textos publicados en la prensa diaria y en alguna ocasión como apuntes para charlas. Se titula, al igual que uno de esos artículos, que dedica a uno de sus cineastas predilectos, John Ford,  De la moral terrestre entre las nubes. Y vosotros os preguntaréis qué demonios es eso de “moral terrestre”. Pues nada menos que lo que muestra el viejo que declaró ante la comisión que cazaba brujos comunistas para la hoguera macarthyana : “Me llamo John Ford y hago películas del Oeste”. En esos westerns, Ford ejemplificaba su particular concepción del Bien y el Mal con sus personajes, mitad forajidos mitad ángeles justicieros, que eran capaces de robar bancos y rescatar a un bebé moribundo en pleno desierto. En nuestro tiempo, afirma Santiago Alba Rico,  esa moralidad tan humana y humanista se ha desvanecido y cita la impunidad en la que resultaron los bombardeos de ciudades con la consecuente muerte de civiles inocentes en las guerras, que ni el tribunal de Nuremberg (que aplicó la justicia de los vencedores y ajustició a los carniceros nazis del Holocausto pero condonó o miró a otro lado por los genocidas de Hiroshima y Nagasaki) se atrevió a procesar jamás.

Alba, un cinéfilo de pata negra, analiza no solo los aspectos deontológicos del cine fordiano sino que apunta, con acreditada solvencia cinematográfica al hecho de que en su tiempo mozo , los años del mejor cine de la historia, se hacían un par de centenar de películas al año contra las miles que se producen actualmente, entre las cuales hay más paja que grano. También le pega un buen repaso a los TIC  (Tecnologías de la Información y Comunicaciones) a las que acusa de transformar el mundo y la realidad en sus espejos cóncavos y convexos, aumentando o disminuyendo las distancias, homologando a un elefante o una hormiga en la palma de la mano smartphoneada y alejándonos de un bombardeo genocida que a pesar de eso tenemos enfrente de nuestras narices.

No hay resquicio de la realidad que este compendio afortunado y a mi juicio imprescindible como instrumento esclarecedor del mundo y la realidad que vivimos, no desmenuce con el método que le confiere la filosofía, algo que Alba considera en cierto modo superfluo pero necesario si no renunciamos a pensar. Y este es el mérito fundamental de una obra que,  si fragmentaria necesariamente por su formato de libro de crónicas dispersas pero con un hilo conductor más fino y consistente que un cable de acero, nos entrega un enfoque de los aspectos más recónditos de esa bestia sigilosa que es el capitalismo.

La visión profética del fantasma de Marx se nos explica cada tanto en sus páginas. El viejo barbudo escribió que “lo sólido se disuelve en el aire”. Bajo el capitalismo financiero, señala el filósofo Alba, lo líquido se convierte en sólido, es decir en cemento que atosiga las ciudades y pervierte la economía. “Un dato: en 2007, en vísperas del pinchazo inmobiliario, España utilizó en especulación sesenta millones de toneladas de cemento, el doble que en Francia en ese mismo año”. (pág. 117 Óp. Cit. “Sobre lo consistente y lo incompleto” texto del autor para el IX Seminario de Arquitectura y Pensamiento, UPV de Valencia, 12.12.2019).

Imposible es, ya lo digo, extenderse sobre la calidad y relevancia de la obra de este filósofo que haríamos bien en leer o en su defecto visionar en sus intervenciones en You Tube. Para terminar solo una muestra , un botón de broche dorado con este extracto de sus artículos reunidos aquí en este libro altamente recomendable:

“Qué palabras hemos matado?

Una lista muy provisional daría los siguientes resultados: La derecha ha matado las palabras patria, democracia, España, ley, constitución, verdad, cambio, terrorismo, rebelión, gente, bien común, derecho, seguridad, estabilidad, orden, justicia.

La izquierda ha matado las palabras revolución, comunismo, solidaridad, igualdad, cambio, democracia, gente, derecho, verdad.

El imperialismo ha matado las palabras humanitarismo, democracia, civilización, verdad.

El periodismo ha matado las palabras libertad, objetividad, verdad.

La economía ha matado las palabras trabajo, mercado, valor, libertad, riesgo, Estado,  iniciativa, individuo, ciudadano, soberanía, democracia. La publicidad ha matado las palabras juventud, cambio, revolución, vida, felicidad, belleza”.

Corran a la librería, ya. Y que aprovechen.