I
¡Mira, padre, el Emperador va desnudo!
dijo el niño inocente.
Sssssh, no digas eso, hijo,
que eso no se dice.
Pero ya lo habían oído.
¡Injurias, blasfemias, insultos!
gritaron los jueces.
Y, aunque no lo dice Ándersen,
el niño acabó en la cárcel.
II
Un elefantito llora en la selva.
En vano quieren consolarlo
su abuela, sus tías y sus hermanas y hermanos.
Mamá elefante ha muerto del disparo
de un emperador blanco,
que la ha matado para divertirse.
A su alrededor
toda la Naturaleza llora la muerte antinatural
de la hembra abatida.
Fue una buena madre y una buena compañera,
dicen, apesadumbradas, sus hermanas elefantes,
meneando la cabeza, sacudiendo las orejas
y barritando impotentes.
Y la selva les contesta con sus gritos indignados,
en señal de asentimiento y duelo.
¿Verdad, abuela, que el que mata a un elefante es un miserable?
pregunta el elefantito.
Los humanos no entienden el lenguaje de los elefantes,
no entienden las lenguas de la Naturaleza,
pero el elefantito acabará en una prisión
que llaman zoológico,
rodeada de moles de cemento y cristal,
como si lo hubieran entendido.
Dedicado a mi amiga Marisol Moreno
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