Imaginé que recordaba haber culminado una vida plena y maravillosa. Imaginé que recordaba haber sido un individuo excepcional. Me imaginé recordando que había estudiado en las mejores universidades, que había triunfado en la política y en el mundo de los negocios. Y también imaginé que no había sido nunca un depredador social. Que mis empleados habían disfrutado de excelentes salarios y que yo me había ocupado de que nada les faltase, a ellos, a sus familias ni a sus hijos. Que jamás despedí a uno de mis trabajadores para ganar más dinero. Que nunca cerré una de mis factorías para mejorar los resultados globales de mi empresa. E imaginé también que había organizado varias fundaciones en las que invertí toda la fortuna que me sobraba después de realizarme como persona, y que por medio de ellas intenté siempre paliar las desgracias de los desheredados de aquí y, sobre todo, de las paupérrimas naciones del Tercer Mundo. Me quise recordar construyendo hospitales, escuelas y servicios sociales por todo el planeta, y que se decía de mí que invertía en la felicidad ajena más que muchos gobiernos corruptos. Hasta me atreví a imaginar que recordaba haberme enfrentado a los otros poderosos de la economía mundial, que no soportaban mi ejemplo y que al final lograron vencerme y reducirme a mi pobre estado actual.

            Y también imaginé que recordaba haber gozado de las mujeres más hermosas del mundo, y haber corrido maravillosas aventuras, ascendiendo a las más altas cumbres  y bajando a los más tenebrosos abismos submarinos. Y no quise imaginarme dedicado a la caza deportiva, porque creo firmemente que matar por diversión es un pecado repugnante. Me imaginé en mi juventud como un consumado atleta y que la suerte me había concedido un cuerpo bello y un hermoso y varonil rostro. Y que por todo ello, y a pesar de este abominable final en el que estoy sumido, mi empeño valió la pena.

            Quise recordarme construyendo, al fin, una familia ideal, con una esposa perfecta y amante, inteligente y fuerte, y unos hijos despiertos y honrados que siguieron mis pasos y que pude poner a salvo, con su madre, para que un día puedan vengarme.

            Y ahora, próximo ya al fin de mis días, pude imaginarme que afirmaba con satisfacción que había sido el hombre más afortunado de la Tierra, que no me arrepentía de nada de lo que había hecho y, mucho menos, de lo que no quise hacer. Mi vida, en fin, había sido una obra de arte.

Aunque reconocí, agradecido, que nada de esto hubiera sido posible de no haber nacido en el seno de una familia poderosa y riquísima y de no haber tenido unos padres ejemplares que me colocaron en el comienzo de un camino vital fascinante…………….

……… Imagino que recuerdo todo esto mientras languidezco a la puerta de mi chabola de cartón y hojalata, junto al Gran Vertedero, sentado en el deteriorado sillón que han sacado de la basura mis pobres y sucios nietos, para que pueda reposar mi maltrecho y anciano cuerpo al sol, cuando el viento pútrido del basurero gigante, junto al que he pasado toda mi miserable vida, sopla en dirección contraria y hasta aquí llega algún amago de los suaves efluvios del césped del cercano y ruidoso aeropuerto.

            Y me consuelo razonando que no hay ninguna diferencia entre recordar un pasado verdadero u otro inventado. Qué más da, cuando estoy ya cerca del fin de mi existencia, lleno de achaques y viejas huellas de pasadas enfermedades infecciosas, provocadas por la podredumbre que siempre me ha acompañado. Los recuerdos y las creaciones fantásticas tienen el mismo valor. Ambos pertenecen a un tiempo y un espacio inexistentes, imposibles de vivir en el ahora, sean de verdad o de mentira. ¿De qué sirve haber tenido si no se tiene? ¿De qué sirve haber vivido si no se vive?

            Ya lo decía mi madre, cuando yo era un niño que jugaba a ser pirata o detective entre las montañas de toda esta mierda: “Ay, Manuel, eres un chico con mucha imaginación. Pero has nacido aquí y no llegarás lejos”.