Mi filósofo de cabecera, E.M. Cioran, dejó dicho en una de sus primeras obras célebres (El aciago demiurgo, 1969) que “todo alumbramiento es sospechoso”. Él mismos no tuvo descendencia, algo que tal vez haya que agradecer. Rara vez los hijos de genios emulan a sus progenitores. Radical antinatalista, el filósofo rumano-francés abundó en argumentos tales como : “Es importante desaconsejar la generación, pues el temor de ver a la humanidad extinguirse no tiene fundamento alguno : pase lo que pase habrá suficientes necios que no pedirán más que perpetuarse, y, si alguno de ellos acabase por zafarse , siempre encontrará, para sacrificarse, alguna pareja espeluznante”.
De este tipo de parejas parece estar lleno el mundo. Aunque yo diría, a tenor de las cifras de estadísticas leídas recientemente en un periódico alicantino, la institución matrimonial vive aquí sus horas más bajas y difíciles con un claro aumento de divorcios. También existe un aumento de parejas llamadas “monoparentales”, en las que alguien -por decisión propia o por circunstancias ajenas a su voluntad- enfrenta la ardua tarea de procrear y criar en la más absoluta soledad y desamparo.
No vivimos en una sociedad, especialmente en este país, que facilite la conciliación familiar, concepto clave que se enarbola cada tanto como una palabra mágica cuando de relaciones laborales se trata. Pero es mentira, tristemente, que nuestros gobernantes estén haciendo algo realmente efectivo para favorecerlo, al contrario de lo que ocurre en las sociedades europeas avanzadas de nuestro entorno. La factura de las guarderías privadas, a las que se recurre por la escasez de las públicas, hace difícil que unos progenitores que vivan su tarea en soledad puedan asumirla para integrarse plenamente al mercado laboral. Parte de ese problema recae en las familias, especialmente en los ancestros, los abuelitos y abuelitas pensionistas, entre los que me encuentro. Somos las super nannys, ocasionalmente también cocineros(as) y el respaldo financiero a gastos extras no cubiertos por la otra parte. Y aquí voy a referirme al consabido asunto de la paternidad responsable, algo que brilla por su ausencia en millares de casos. A mi alrededor, abundan los casos en los que varones que se autodenominan “padres” incumplen con sus obligaciones de cuidados y pensiones alimenticias.
Ser padres no es un oficio fácil, yo diría que siempre se falla en algún aspecto. Una psicóloga que conozco dice que hasta los mejores tienen aspectos reprobables. La escritora española Irene Vallejo escribía hace algunas semanas en un suplemento dominical de un diario nacional, que , como se desprendía de una vieja fábula de unos padres que fracasaban igualmente, tras tomar actitudes diametralmente opuestas en la crianza de sus hijos respectivos (uno permisivo y el otro autoritario) nunca se acierta de pleno. Lo importante, agregaría yo, es que la paternidad la enfrentemos con responsabilidad y buena fe. Los errores son inevitables, y tal como advierte Vallejo, no podemos culpabilizarnos por ello.
Fui padre por primera vez a los 47 años, lo cual fue como hacer la mili a una edad desaconsejable, con menos energías y tiempo para la criatura. Pero al menos tenía una situación económica y laboral estable por primera vez en mi vida, lo cual fue decisivo para emprender el difícil camino. No me preguntéis por mis motivaciones, es cosa privada. Pero solo os diré que en mi familia y en muchos otros casos que he conocido a lo largo de mis 74 años de edad y experiencia, se ha dado el caso de fallidas reconciliaciones matrimoniales a través del alumbramiento de un nuevo ser al mundo. A un planeta absolutamente superpoblado, en vías de extinción por guerras, desastres naturales y la sempiterna mano del hombre que como un Midas codicioso ensucia y contamina lo que toca. Estoy leyendo para comentarlo a mis lectores un excelente libro de divulgación científica, La era del plástico, del biólogo español Alvaro Luna, que nos advierte del grave peligro que corren nuestros mares, la fauna y nosotros mismo, comiendo y bebiendo residuos plásticos que diseminamos alegremente por tierra , mar y aire.
¿Significa esto que como nos recomienda Emil Cioran, deberíamos pensarlo dos o más veces antes de echar nuestra progenie al mundo? No lo sé, solo sé que dados los argumentos anteriores, la tarea de procrear debería estar restringida exclusivamente a personas responsables. Por qué no un “carné de padres” como el de conducir, que a mi modo de ver comporta menos riesgos.
Tener descendencia no es obligatorio, desde luego, ni necesario. Cada vez son más los que lo consideran así, contrariando las presiones sociales que periódicamente están creando la sensación de que aumentar la natalidad es necesaria para fines económicos (mantenimiento de las pensiones, productividad, poner atajo al envejecimiento de la población, etc.). Hay quienes se regocijan del aporte natalicio de los numerosos inmigrantes, que como los “proletarios” de la Roma antigua y en tiempos de Karl Marx no tienen otra riqueza que sus vástagos, destinados en tiempos remotos a carne de cañón o a la miseria de las fábricas en los tiempos de la revolución industrial.
Cioran, otra vez, concluía que la “exhortación criminal del Génesis “creced y multiplicaos” no podía salir de la boca del dios bueno. “Sed escasos”, hubiese debido sugerir más bien”. La carne, afirma, se extiende más y más como una gangrena en el globo.
Comentarios