No estamos preparados para la muerte, ni la propia ni la de los más próximos. Lo pude comprobar, una vez más, cuando al mostrar la página de Wikipedia de Consuelo Jiménez de Cisneros a un amigo profesor, chileno como yo, pude ver con estupor que se hablaba de ella en pasado (“fue”). No hacía ni una semana que había cambiado con ella mis impresiones sobre uno de sus vídeos a través del WhatsApp. Sabía también que se había desplazado a Galicia para pasar vacaciones y me la imaginaba disfrutando de la familia y de los balsámicos aires galaicos. Le venía bien, pensé cuando me lo dijo, pues siempre me había asombrado su actividad que calificaría de frenética, difundiendo su saber magistral en charlas, escritos y actos sociales y literarios. Conocí a Consuelo en una primera reunión de colaboradores de este medio, hace ya un par de años y desde entonces mantuve una relación distante en lo físico pero activa a través de mensajes. Solo volví a verla una vez, en una de sus charlas en la sede universitaria, donde pude admirar su afán pedagógico y su incansable, generosa entrega, al público que la seguía con justificado interés.

Se nos ha ido la maestra, divulgadora, bloguera (El Cantarano) y nos ha dejado literalmente “desconsolados”. Hace unos días, como decía al principio, contesté a su intervención donde leía versos de uno de sus poetas predilectos, de su amado Siglo de Oro. Hablaban del amor y de (tomen nota, porque es premonitorio en cierto sentido) “la inmortalidad de la escritura”, que para el poeta era “el único consuelo”. Le respondí entonces que por eso se llamaba ella así. Me puso un corazoncito rojo, que guardaré allí siempre.

Habrá tiempo para que otros amigos y gentes que la conocieron, afortunadamente para ellos, más que yo, hagan un homenaje a su figura. Porque era, como he dicho, generosa en más de un sentido, y pese a que ella y yo estábamos en las antípodas en cuanto a ideología, tuvo la gentileza de publicar mis poemas y los de mi padre, ya fallecido. Si existe un cielo de los poetas, allá espero que se encuentren ambos, seguramente tendrán mucho de qué hablar. Yo, desde aquí a la eternidad, de momento, les envío un abrazo.