Lo peor que puede hacer un actor es sobreactuar. Más aún, si tras cometer ese pecado capital el histrión esgrime en la mano culpable nada menos que un Óscar. Dicen que el modelo humano para la ansiada estatuilla dorada fue un actor mexicano, famoso no solamente por sus apariciones en la pantalla sino por su espíritu guerrero, puesto que había cabalgado con las huestes de Emiliano Zapata.
Parecidos aparte, entre el Óscar mexicano y el ánimo beligerante del actor que sobreactuó en la gala posando de macho alfa, también sobreactúan en nuestro entorno los políticos, tanto los que nos gobiernan a varios niveles, como los de la oposición. Vean, si no, la tremenda sobreactuación de los protagonistas del duelo de titanes del PP que acabó con uno destronado y acribillado y con la rival herida, tal vez de muerte política, desangrándose por el costado de las malas prácticas, por no decir corruptelas. Aquí habría presunción de inocencia, por supuesto, pero no por la estrecha senda donde pasa la lógica, el sentido común y la prudencia, la misma que debía tener la mujer del César según los antiguos.
Sí, ya me dirán los del “y tú más”, que tenemos casos de tráfico de influencias o cosas aún peores en la Comunitat Valenciana. Malos actores, ya he dicho más arriba, los hay en todas partes.
Sobreactúan también los que vierten ríos de leche y montañas de vegetales cuando ven amenazados sus escuálidos intereses y en vez de rebelarse contra el sistema que les hace depender de los grandes tiburones de la gran patronal del transporte las toman contra otros asalariados y contra nosotros, los consumidores en general.
Sobreactúa, vertiendo ríos de sangre inocente de jóvenes, ancianos, mujeres y niños el inquilino del viejo palacio de los zares. Basta ver a ese presidente, que va camino de ser vitalicio, avanzando por largos pasillos alfombrados y adornados ricamente, moviendo acompasadamente pies y brazos como un luchador que va camino del ring entre aplausos de sus seguidores. Dicen que este hombre quiso imitar a un agente secreto de película cuando estuvo en el KGB. Puede que ahora también esté intentado imitar a Chaplin en su rol de gran dictador. Le falta el globo terráqueo y el bigotillo, pero también la gran capacidad del famoso comediante para realizar toda clase de piruetas ante las cámaras sin perder la calidad actoral ni hacer el ridículo, es decir sobreactuar. Que es lo que hace este pésimo villano de serie B, cuando se viste de judoka, de Cocodrilo Dundee o de Doctor No o profiere amenazas con su hocico de ofidio.
Ahora tenemos un nuevo actor en la política nacional , venido del norte lluvioso y frío, algo que parece haber influido en su figura, actitud corporal y gestual. Moderado, dicen algunos de él, “morigerado” escribo aquí, para emplear un término cada vez menos empleado en nuestra lengua, herida de muerte por los que hablan spanglish a todas horas en los medios diciendo “engagement” y otras palabrejas de fácil traducción a nuestra lengua pero que quedan bien, al parecer, porque suenan a lenguaje técnico “moderno”. Sobreactuaciones, otra vez. Pues, volviendo a este actor, galaico para más señas, ha cambiado su máscara impenetrable por la del pistolero a lo Clint Eastwood , que reta con acento firme: “Ha llegado Sartana, vende la pistola y cómprate la tumba, Presidente.”.
Cuidadín (con permiso de Chiquito, a quien Dios guarde en el cielo de los cómicos sobreactuados, pero geniales) con las sobreactuaciones. El cementerio de la ciudad sin ley del Oeste (casi escribo “western”, qué mala costumbre) está lleno de malos actores.
Pido el Óscar para Zelenski , que en su numantina película de horror bélico no sobreactúa ni un ápice sino más bien al contrario, nos da muestras de cómo ha de actuar un gobernante en las condiciones más adversas, con ardor contenido y valentía.
Comentarios