Contra esa gentucilla de mente estrecha, repleta de cortedad y sobre todo mala baba, que, como genial contraargumento para atacar nuestra existencia suele esputar en medios y a quien le quiera escuchar aquello de que «las personas trans no nos aceptamos a nosotras mismas», la que aquí escribe siempre ha pensado y defendido todo lo contrario: que precisamente lo que nos mueve a las personas trans a cambiar y a experimentar con nuestro cuerpo y nuestra imagen no es otra cosa que un inmenso acto de amor hacia nosotras mismas y a la sagrada unidad que conforma nuestro cuerpo y mente. Un acto de mejora. Si así lo quieres, un acto de libertad, y también, cual piloto de pruebas, de seguir ese impulso tan humano de atrevernos a explorar y desafiar nuestros propios límites. Por lo menos ése fue desde siempre el pensamiento que me llevó a mí misma finalmente a transicionar. De toda la demás tontería que otrxs que ni nos conocen ni nos quieren conocer se atreven a soltar sobre nosotras, me enteré tiempo después.

Si hay algo que queda del todo claro es que el de estas personas es un tipo de pensamiento raquítico que tiene su origen en el más básico concepto cristiano de pecado, ese típico, ovejil y tan usado «hay que conformarse con el cuerpo que Dios nos dió», o, en éste y en otros y variados campos, generalmente cuando se habla sobre logros de la investigación científica, ese otro lugar común, cansinísimo y ya roto de tanto usarlo como es el de «jugar a ser Dios.»

Los usuarios del primer concepto suelen ser esa misma gente de pocos recursos económicos y baja extracción social y educativa que desde este punto de vista ranciocristiano no se cortan tampoco un pelo en criticar también en un modo «aleccionador» que da verdadera grima a esas personas con posibles que, en legítimo uso de su derecho a vivir su vida como crean oportuno, recurren a tratamientos y a cirugías plásticas para quitarse unos años de encima o modificar las curvas de sus pechos o glúteos. A estas «mentes sencillas» (siniestra definición que se suele utilizar eufemisticamente para enmascarar los peores instintos contra el prójimo) siempre he pensado que habría que verlas en la situación de que, en un repentino golpe de suerte, les tocase la lotería y de repente se vieran en posesión de esos medios de los que nunca gozaron para mejorar su imagen física… tendríamos que ver lo que hacen en ese caso con ese cuerpo que su dios les dió. Ejemplos de estos apóstatas de la edad y del glúteo hailos y no son pocos, sin ir más lejos podemos ver sus caras remozadas (a veces muy toscamente, que todo hay que decirlo) todos los días como frecuentadores de cualquier canal de telebasura patria ejercitando su en este caso real y patente baja autoestima contra las personas trans.

A los que ante cualquier avance científico te sueltan aquello de «jugar a ser Dios» y se quedan tan a gusto, siempre pensé también en lo ideal que sería darles a estos amantes de la SF y neoinquisidores de pacotilla un paseíto por el espacio cercano para que comprobasen por sí mismos la pequeñez de la Tierra, de nuestro Sol, de nuestro Sistema Solar y de nuestra inmensamente minúscula Vía Láctea… Que experimentasen algo parecido a la visión que su dios tiene de nosotros. Veríamos además en qué quedaría ese siniestro concepto de pretendida «normalidad» con el que gustan machacarnos a cualquier persona que no entramos en su especial norma, situado a esa real y fútil escala microbiana.

Y yo me pregunto: ¿Cómo se explica que puedan ser escuchados, asumidos y propalados por la masa éstos y otros tantos argumentos de odio, todos al mismo nivel intelectual, todos fundamentados en premisas tan estúpidas? Yo misma me contesto: porque a la hora de intentar satisfacer esa torturante necesidad compensatoria de sentirse superior a alguien, toda gente pequeña necesita desesperadamente que en alguna forma se le dé la razón. En este caso sería la forma adecuada en la que sus cerebros básicos pueden comprender, fundamentar y desatar sus compulsivos instintos gregarios y de odio sobre las personas o grupos humanos cuya simple existencia es para ellos una «provocación».

Quizá os preguntéis cómo le estoy dedicando estas líneas y mi tiempo a rebatir temas quizá para todas nosotras hace tiempo ya tan evidentes. Mientras escribía este artículo me ha venido una idea a la cabeza: la de que una batalla no se gana sólo venciendo y capturando a generales y estrategas, también es del todo necesario neutralizar a los soldados rasos. ¿Que cómo se hace eso en nuestro caso concreto? La respuesta evidente es la educación, lo tenemos claro y ya la ejercemos a diario como base de nuestro activismo, pero, ¿cual sería la estrategia idónea para combatir y neutralizar a quien no quiere aprender ni ser educado en la realidad y el respeto a los demás Seres Humanos? Intolerancia contra los intolerantes, como bien dice Karl Popper… por ahora dejémoslo aquí, saquemos cada una nuestras conclusiones y hagamos nuestra interpretación individual.