En la Historia de la Literatura hay constelaciones brillantes y otras “nebulosas”. En este último orden se sitúa la figura de Paul Léauteaud (1872-1956), en cuya lápida se lee un simple epitafio: “écrivain français”. Más explícita es la placa colocada en la que fue su residencia durante más de 40 años, en Fontenay- aux roses, cerca de París: “Extraño a toda fe, a toda inquietud filosófica. Amigo y protector de los gatos y animales”. Léauteaud tuvo bajo su alero un zoológico doméstico compuesto por decenas de gatos y perros recogidos de las calles, además de una mona, que sacrificó con sus propias manos, al caer enferma. Pero la singularidad del personaje no consistió exclusivamente en esas excentricidades sino por ser un cronista excepcional y la actitud sarcástica de sus artículos vitriólicos, en los que disparaba a todo lo que se moviera a su alrededor. Sin embargo, hasta sus víctimas de la rica fauna literaria de la época (Schwob, Gide, Apollinaire, Valéry, los Gourmont, etc.) le apreciaban porque pese a su aparente cinismo, tenía el coraje de ir contra la corriente y la moral burguesa con sus atrevidas confesiones en novelas autobiográficas con las que rozó la popularidad y el codiciado Premio Goncourt. No quiso el destino, ni sus editores, ni la sociedad de su tiempo, darle el placer del reconocimiento, más bien lo relegaron a puestos subalternos y mal remunerados donde vegetó hasta su muerte. Ser antimilitarista, antipatriótico, es decir, enemigo de los nacionalismos y pacifista, era un delito entonces. Su indiferencia hacia la política y las ideologías se mantuvo durante la ocupación alemana, pues pensaba que la victoria nazi era consecuencia de la estupidez francesa, de los gobiernos corruptos y de sus militares ineptos.
La obra maestra de Léauteaud son sus Diarios, que cubren 63 años de su vida y ocupan 19 tomos con unas 6 mil páginas. En ellas se abre en canal y también a la sociedad francesa y sus personajes relevantes del mundo literario, a los que conoció en profundidad. Asoma su amarga concepción del mundo, por la que ha sido considerado un misántropo y un ermitaño con una visión desesperada de la humanidad. No le gustaban ni los niños ni los hombres, y las mujeres (con las que tuvo escasa fortuna por ser feo, pobre, y vestir como un indigente) le merecían calificativos que es mejor no reproducir.
Quien lea su Diario Literario, Páginas escogidas (publicado en España en 2016) tocará a un ser entrañable pese a sus espinas y tal vez, como ha ocurrido a otros escritores y lectores, llegue a tener la impresión de que vive otra existencia, de tan vívido y profundo como es este relato real de una trayectoria vital, a lo mejor poco edificante, pero heroica y notable.
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