El escritor y músico americano Paul Bowles alcanzó notoriedad gracias al cine, cuando su novela El cielo protector (1949) fue llevada a la pantalla por Bernardo Bertolucci en 1990, con John Malkovich y Debra Winger. Hasta su refugio de Tánger llegaban en romería artistas venidos de todos los rincones del mundo que, como Bowles, su maestro gurú, vagaban por los caminos del Dharma. El escritor llegó a Marruecos en los años 40, y fue el anfitrión de Jack Kerouac, de Truman Capote, de Tennesee Williams, Burroughs , intelectuales y artistas que escapaban de un mundo occidental que les asfixiaba y sentaba como un traje mal cortado. Eran excéntricos, drogadictos, homosexuales y comunistas, lo mejorcito de cada casa. Bowles, proveniente de una familia rica y racista, se apuntó al partido con el único afán de llevar la contraria. Pasó muchas fronteras con propaganda subversiva, pero terminó aburriéndose de esas aventuras porque era demasiado inteligente y culto, un espíritu libre incompatible con la militancia y la disciplina estalinista. Siguió siendo un rebelde a su manera, eligiendo un modo de vida radicalmente distinto al que sus orígenes le habían trazado y adoptó otra cultura, de la misma manera que Goytisolo en Marruecos. Desde allí, Bowles viajó por todo el mundo con un frenesí inagotable y casi patológico. Por los años 30, visitó la España republicana (“nunca más el país volvió a estar tan vivo”), años, embarcó en Las Palmas con braceros canarios que iban al Caribe en busca de fortuna, acompañados de sus gallos de pelea y en las calles sevillanas también vio a los ricos americanos divirtiéndose a costa de los miserables, arrojándoles monedas desde sus coches. El escritor nómada falleció en Tánger en 1995, convencido de que nunca pudo hacer otra cosa en la vida que “resistir y esperar”, como todos los mortales.
En la biografía de Buenaventura Durruti, el líder anarquista español, encuentro una vida prodigiosa, inverosímil si no fuera porque está muy bien documentada. A diferencia de Bowles, era un proletario de pura cepa, un héroe de la clase obrera decidido a luchar contra el sistema hasta la muerte, que ocurrió de manera casual y absurda al escapársele un tiro de su propia arma. En 1925, tras peripecias que lo obligaron a huir de España, protagonizó el primer atraco bancario de Chile. También robó en otros sitios y su cabeza tenía precio, como en las películas del Oeste. Sin embargo, dos ciudades españolas tienen calles con su nombre, porque para sus seguidores, que no fueron pocos, Durruti fue un santo laico y su figura simbolizó como pocas el espíritu libertario en los años más oscuros de una España misérrima.
Vivimos, morimos, se nos olvida, pues no todos dejamos huella. Excepto algunas vidas no ejemplares.
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