La verdad es que no debería tener mucho de qué quejarme. Soy una mujer trans orgullosa de ello, mi DNI me nombra con la F y tengo la enorme suerte de ser una persona plenamente aceptada en la comunidad en la que vivo sin que nadie se atreva a cuestionar mi identidad en los ambientes en los que me muevo, y creedme que yo me muevo en muchos. Soy activista trans, pero me gusta pensar por mí misma hasta el punto de cuestionarme muchos de los tics del activismo actual. Me aburren las banalidades y me aburren fijarme en las ramitas y las hojas de los árboles; me quedo con el bosque, gracias. Me aburren las peleas de banderas y me aburren las peleas bizantinas entre asociaciones y colectivos en las que hay que reconocer que, aparte de idealismo, también subyace “algo más”. No me interesa un protagonismo que ya tengo y, aunque presida una Asociación LGTBI de mi ciudad, nunca me he valido de ella para conseguirlo como hacen otros, ya que, si soy conocida, esto me ha venido desde mucho antes por mi trabajo y mi simple actividad en los diversos frentes en los que me muevo.

No me gusta el activismo descerebrado de hashtags y slogans, sino el de los argumentos razonados, el de la lucha por nuestros puros y simples derechos humanos. Me aburre esa “lucha de WCs” importada de Inglaterra y utilizada por las feministas que intentan negar nuestra existencia a base de presentar desde hace 20 años las dos mismas noticias revenidas sobre “trans violadores de aseos” a la que de vez en cuando, para renovarlas, les cambian la foto (siempre las tres o cuatro mismas), la ubicación del suceso o el nombre de los protagonistas. Me aburre esa “politización del sexo” que esgrimen muchas personas trans con el argumento de que “si las trans no te gustamos, eres transfóbica”. O sea, que si a mí las mujeres negras no me gustan, pues soy racista, y si a ti que me lees ahora no te atraen sexualmente los enanos, pues eres enanófobo-a si es que existe ese palabro. Bien, yo soy de las que, en disquisiciones bizantinas como esta, me declaro racista con la tontería. Y, como lesbiana de bien, me río mucho con ese “feminismo político” cuyas profetas gustan de pregonar a los cuatro vientos eso de que “el lesbianismo no es una orientación”. Que se lo digan a las lesbianas de verdad, y después mejor se callen si es que tienen algo de vergüenza…

Así es como está el patio mental estos días y aquí me tenéis en medio de todo, por esa manía que tiene una de no aceptar ningún pack ideológico ni ninguna estupidez venga de donde venga. Como sabéis quien me leéis he apoyado (apoyo) la gestación subrogada altruista que se practica en otros países desde el punto de vista de alternativa transitoria que se solucionará cuando los cuerpos sexualmente machos puedan engendrar (sé que ahora alguno-a os estaréis riendo, pero ya se está experimentando sobre el tema de unir dos células o gametos masculinos y creedme que esto se va a hacer), por lo que el tema de la gestación subrogada no me parece una lucha interesante porque muy pronto va a quedar desfasada. Simplemente me dedico a dar y hacer pública mi opinión, y punto. La lucha contra la trata sí la apoyo, naturalmente, al igual que en el sobado y manipulado tema de la prostitución. ¡Ah! Y me río mucho con quienes no os cortáis en calificar a la asistencia sexual como prostitución. Creedme, de verdad que no tenéis futuro.

Tengo que reconocer que de vez en cuando, por simple maldad intrínseca, me gusta entrar en alguna que otra página radfem, terf o antitrans a divertirme y, si lo hacéis vosotros-as, os aseguro un buen rato de diversión. No hay nada más fácil que enervarlas, hacer que ladren su segregacionismo y después dejarlas con la palabra en la boca. Como deber entendido como pura apuesta lúdica he denunciado y conseguido cerrar algunas de ellas y, probablemente porque me conocen, ya me tienen bloqueada en muchas. Al final he acabado aburriéndome, porque su nivel cultural de discusión siempre es bajísimo (ese feminismo de hastagh, memes de la Beauvoir y mucho acné al que me refería antes), y cuando las exaspero siempre acaban recurriendo al insulto directo o al intento de burla (hombre con falda, macho misógino, Caballo de Troya, biología a lo Belén Esteban, etc., etc.) que una ya tiene asimilado porque ya es perra vieja en estas lides. Como véis, igualitas en finura e inteligencia a los usuarios de esa multitud de páginas y perfiles falsos que se dedican a abrir constantemente los acólitos de ese partido con nombre de diccionario cuyo ideario coincide en una gran parte con el de ellas (para saber más sobre este bonito hermanamiento, buscar “Lydia Falcón” y “Barbijaputa”, veréis que todo es muy constructivo).

Tal y como os decía al principio, no parece que yo tuviera personalmente ningún motivo para quejarme, pero, contemplando todo este pifostio a un nivel medianamente racional, sí lo tengo. Como sabéis, después de aquel sonado y soñado defenestramiento del Partido Feminista de España y aquellas jornadas locas de Gijón en las que cuatro “filósofas” aglutinaron el pasado julio prepandemia a la flor y nata del terfismo patrio (cuidado, parece que las fuerzas del mal tienen intención de retornar este próximo julio), parecía que, al formarse el actual gobierno de coalición y haberse realizado una pertinente desratización y renovación en ciertos cargos del Ministerio de Igualdad, el sentido común había por fin llegado a las filas de aquellos-as que se arrogan eso de decidir sobre nuestra vida y nuestra propia existencia, y por fin las personas trans habíamos llegado a albergar la entonces fundada esperanza de llegar a ser consideradas algo así como “personas”.

Pero al final resulta que en el PSOE, partido que ahora mismo nos gobierna nada ha cambiado, y la reciente salida a la luz de un “argumentario” tránsfobo para uso interno de sus cargos y correligionarios en previsión del inminente debate de la Ley Integral Trans que nuestro colectivo reclama y exige desde hace ya mucho tiempo, nos demuestra que los locos nunca han dejado de gobernar el manicomio y, hasta que desde el Ministerio de Igualdad ahora en manos de UP se emita un pronunciamiento claro y contundente sobre este tema, la gente de a pie, las personas cuyo futuro y vida dependen de esto, las personas trans, vamos a seguir pensando que, a pesar de tanto ministerio, la única que corta aquí el bacalao sigue siendo doña Carmen Calvo, de profesión sus oscuridades, junto a los personajes de Gijón y las locas de las páginas a las que me refería antes.

Tiene que quedar claro que lo verdaderamente hiriente es que aquí no se dirimen dos “ideologías”(la teoría queer tiene tanta solidez como la puedan tener una “Idelogía de Género” o un “Complot Judeomasónico”). No. Lo realmente cierto es que aquí se trata de los derechos humanos y de ciudadanía de un sector no pequeño de la población española contra un constructo político, ese “sujeto del feminismo” que nos la trae al pairo a aquellos-as que sólo pretendemos vivir en paz, en seguridad y gozar de los derechos que por justicia nos corresponden, derechos de que la ciudadanía cis ya gozáis por el simple hecho de nacer pero que a las personas trans nos son requisados en la aduana en el momento de traspasar la frontera de nuestra identidad. Para quien aún no se haya enterado, las personas trans (transexuales y transgénero) no somos una teoría, todo lo contrario, somos seres humanos luchando contra una teoría a la que el actual gobierno de España le ha asignado la categoría de sujeto de derechos. Personas, ciudadanos-as españoles-as, eso es lo que somos y, aunque ahora muchos-as lo pretendan, nadie nos va a desnaturalizar.

Las personas trans no somos el juguete político de nadie ni le debemos nada a nadie. Como ciudadana española reclamo y exijo al gobierno de nuestro país el derecho a mi propia existencia, el derecho a un trabajo digno sin tener que sufrir ningún tipo de discriminación por mi identidad y su expresión. Reclamo y exijo la consolidación de una sanidad pública que se ocupe de nuestras necesidades específicas y reclamo y exijo el derecho al respeto e integridad física y psíquica que me corresponde como ciudadana española, pero ante todo como ser humano. Reclamo y exijo una educación en la inclusión y diversidad para toda la ciudadanía, y, naturalmente, la protección integral de nuestra infancia trans y su derecho a crecer en armonía y a su desarrollo integral como seres humanos. Y, naturalmente, reclamo y exijo mi derecho a la libre autodeterminación de mi identidad de género. Reclamo y exijo una Ley Integral Trans YA. Y reclamo y exijo que todos los derechos básicos reflejados en esta Ley sean blindados como lo están para el resto de la ciudadanía.

Tened claro que no sois nadie, nadie es quien para dictarme a mí lo que soy o no soy. Soy una mujer. Soy una mujer trans. Esa es la única verdad, ese es el mayor de mis orgullos. Y creedme cuando os digo que si se toca social o jurídicamente nuestra identidad, lucharemos por ello como ya lo estamos haciendo. Nosotras no tenemos nada que perder, vosotros-as mucho, y recordad que para nada estamos solas. Y tened claro que no vais a blanquear vuestra transfobia ni con esos fastos que estáis preparando para la celebración del 15 Aniversario de la Ley de Matrimonio Igualitario (por cierto… ¿Quién de vosotros-as estaba allí?) ni con un Orgullo 2020 en el que mucha gente, ya de entrada, no os quiere… El futuro es diverso, os guste o no. Y en lugar de actuar desesperadamente contra una parte de la población, vuestra única alternativa racional es empezar a adaptaros a esta imparable realidad social que yo vivo todos los días, que vosotros-as tenéis ya delante de las narices y a la que ya nunca podréis ya neutralizar ni dar la espalda. Lo más lógico es gobernar para toda la ciudadanía, no solo para esa parte que a vosotros-as os conviene y cuyo concepto del mundo hace tiempo está ya muerto. Pero claro, sé que no vais a escuchar, porque quien os lo dice es una mujer trans.