Seguimos hablando con preocupación sobre el alarmante cierre de casas de moda. En la columna anterior meses atrás mencionaba el cierre de la casa Sonia Rykiel, y hace apenas dos semanas se hacía público el cierre, esperemos que temporal y no definitivo, del atelier del creador Zac Posen en Nueva York. Decía la legendaria modelo Iman acerca del abrupto cierre de Zac Posen, que la industria de la moda está atravesando tiempos realmente duros. Esta realidad de tiempos difíciles cuadra mal con la alegre visión que tenemos de la moda de camino a los nuevos y no menos locos años 20 del siglo XXI. El consumidor global recibe el mensaje atronador de que la moda está a su alcance, que la moda es fácil y accesible, más veloz y presta que nunca (y por ende más efímera).
Pero la moda no es fácil ni lo ha sido jamás. Es un negocio de grandes dimensiones asentado en una industria compleja. El producto moda no es mecánico, ya les gustaría a muchos. No se debe obviar que está más cerca de lo que creemos de los productos culturales y su consecución parte de un trabajo ingente; detrás de cada módica prenda que vemos hay un gran trabajo físico e intelectual. La moda vive un cambio de paradigma y un final de ciclo posiblemente mayor que el que tuvo lugar en los años 60 cuando la irrupción del prêt-à-porter acorraló el modelo de negocio de las casas de alta costura y las llevó a replegarse.
En nuestro país hemos oído también reflexiones igualmente interesantes al respecto, como la aportada por las creativas de la firma Yolancris, que transmiten que el sistema de superproducción está a punto de reventar por algún lado, apuntando a que la hipersaturación actual no parece que pueda sostenerse mucho más tiempo. El público mayoritario ha dado la espalda a la artesanía en la moda y a la producción más cuidada. Se ha creado una brecha casi insalvable entre el lujo y la moda rápida. Una brecha que no había hace solamente unas décadas. El mercado del lujo siempre ha tenido su lugar y sus códigos, pero el consumidor ha cedido gran parte de su curiosidad a la hora de acercarse a la moda, y aunque recibe más información que nunca, parece olvidarla al instante.
Aún así no parece descabellado esperar que ese mismo consumidor en desbandada acabe retornando a la valoración del producto moda, y lo sitúe en la sociedad en el lugar que debería ocupar, cerca del negocio pero también del arte. De la misma forma que un gran público ha vuelto progesivamente a interesarse por el cuidado de la alimentación y los productos ecológicos, gourmet o con distintas denominaciones de calidad. No importa tanto si esa moda de calidad la termina ofreciendo una gran marca o un atelier cercano. Es la valoración en sí lo que importa.
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