Algunos se preguntan sobre el sentido de la vida, normalmente al final de ésta, cuando sienten que ya han llegado a su etapa final, con los achaques de la edad. Otros se cuestionan sobre sus capacidades, las que determinarán su futuro, y esto suele ocurrir entre los más jóvenes o también entre los que tienen hijos pequeños que descuellan en alguna  actividad, ya sea escolar o extraescolar. Es el caso de  una madre que ha sometido a su hija a una comprobación de sus capacidades, al observar que la pequeña habla y discurre de una manera diferente al resto de los niños de su misma edad. La prueba ha resultado negativa, lo cual le ha provocado a su progenitora una ligera decepción. La neuropsicóloga la consoló diciéndole que los niños con altas capacidades tienen también altas dificultades en la escuela y en su entorno. El sistema educativo nuestro no los contempla, por lo general. Son los eternos incomprendidos y a menudo se les confunde con chicos aquejados de trastornos de conducta. Y no siempre tener esas capacidades les augura un futuro promisorio. Por lo tanto, mejor así, aunque el consuelo tal vez no era el mejor ni el más adecuado en ese momento. Peor aún después de haber pagado los altos honorarios de la prueba.

¿PARA QUÉ SERVIMOS?

Yo, de niño, poseía capacidad de raciocinio y expresión algo precoz. Escribía versitos y cuentos a la edad en que los otros chicos jugaban a las canicas . Por eso me hicieron “saltar” de curso, un error,  puesto que me dejé en el camino algunos conocimientos básicos que más tarde me harían falta. Llegada la adolescencia me cuestionaban sobre mis intereses vocacionales y no tenía ninguno muy fuerte en especial. No era un empollón ni destacaba por mis calificaciones. Me gustaba la lectura, la expresión oral o literaria, lo que me hizo pensar alguna vez en ser actor de teatro. Pero finalmente mi progenitor, profesor y periodista, sugirió que debía seguir sus pasos. Cosa que hice. Pero tampoco el diploma universitario y la profesión me sirvió cuando me vi obligado a emigrar. Solo me salvaron los idiomas y el instinto de supervivencia.

Todo lo anterior viene a cuento porque hoy me preguntaba para qué sirve la gente, es decir, cuál es su verdadera vocación si es que ésta existe. Como leo a menudo biografías sé que buenos actores fueron rechazados en las academias donde empezaron, lo mismo que ha ocurrido en la historia el arte con muchos genios, solo hay que recordar que los impresionistas exponían en el salón de los refusés.

Un chico que conozco, dotado para el dibujo y la música, ha escogido estudiar administración en Formación Profesional. No acabó. Ahora forma parte del batallón de explotados por la hostelería de este país. Estuvo en Amazon, cómo no, como esos conductores a tiempo completo que aparcan la furgoneta en cualquier sitio molestando a los transeúntes. No los culpo, pobres, si hasta tienen que hacer sus necesidades en una garrafa de plástico. Mirado así, fue mejor que lo rechazaran por haber dejado cerrado el coche con la llave dentro. Ese día ya tendría la cabeza loca de tanto entregar mercancía que jóvenes como él consumen insensatamente. Dicho sea de paso que yo jamás compro nada por Internet. Por convicción y doctrina, ya que así salvo al comercio establecido y también a sus empleados. También porque como tantos mayores, desconfío de la tecnología digital y detesto su marketing.

Veo la pizarra de una cafetería del centro, donde puedo leer “chorizillos” (sic) y pienso que el que lo escribió tal vez no era un buen estudiante. Pero a lo mejor es un buen camarero, o un buen comerciante, quién sabe. Veo un magazine (ese género que realizan diletantes no profesionales de la comunicación) en televisión  donde entrevistan a un luthier, es decir a uno que hace instrumentos musicales. “Vine a este taller como aprendiz en mis vacaciones y no volví nunca al colegio”- le dice a la becaria periodista. Cierto, no es necesario ir al colegio para aprender algo útil y que a uno le guste.

En estos días veo las columnas de tractores en guerra. Leo un libro de un afamado escritor colombiano donde dice que “los campesinos dejarían de serlo si pudieran elegir otra profesión”. Seguro que sí. Pero la de activistas anti sistema no les cuadra en absoluto.

Hay un viejo dicho hispano que recoge Serrat en una de sus canciones (“La aristocracia del barrio”) : “Ha de haber gente pa todo”.Y si no sirves para nada, siempre están las sinecuras de los parásitos que medran en los alrededores de la  política. O los magazines de la tele y programas de entretenimiento. Donde para ser presentador o presentadora no se necesitan más méritos que tener el arte de decir bobadas y trivialidades.