En estos días estivales los conciertos al aire libre son de rigor. El ayuntamiento de la ciudad donde resido -y donde también ha arrasado el PP y la ultraderecha- está dando sus últimas boqueadas, y como en ocasiones anteriores ha montado uno. Según he sabido, les sale baratito porque la emisora radiofónica que lo patrocina corre con los gastos. El ayuntamiento solo cede el espacio y se apunta el tanto, me dicen. Al ver el elenco de artistas participantes me echo las manos a la cabeza. Apesta a OT, y aunque en él hay viejas glorias del certamen televisivo, hay caras nuevas. Como casi no los conozco, me meto en You Tube y confirmo que se trata de cultores de un estilo similar, copiado del reguetón y otros ritmos made in Miami o Medellín. Que los originarios de allá lo hacen mejor, desde luego.
Se lo comento aun periodista local (por Whats App, desde luego) y me replica que entiende que tenga yo una opinión negativa sobre la música actual y los compare desfavorablemente con la música de los 80, que le he dicho que me parecía mejor, con grupos como Radio Futura o la movida gallega. Me dice: “Sin embargo, me gustaría ofrecerte una perspectiva diferente. La música es un arte en constante evolución y refleja los cambios culturales y sociales de cada época. Es natural que los ritmos y los estilos cambien con el tiempo, ya que diferentes generaciones tienen distintos gustos y preferencias. La música de los 80 fue sin duda innovadora y tuvo un gran impacto en su momento, pero eso no significa que los estilos actuales sean lamentables o carezcan de valor”. La música, concluye este colega ( que también por lo que me ha dicho es músico), es “subjetiva y personal”.
Yo no sé qué opináis vosotros. A mí me parece que en todo arte hay criterios o cánones. Por cierto, de joven me gustaba el rock y el pop de mi tiempo, desde Elvis a los Beatles. Luego descubrí el jazz, pero tampoco desdeño lo mejor que se produce en el ambiente musical actual en países europeos del entorno, que me parece, con perdón, muy superior al que podemos ver en este país. Si no lo creen, asómense a la ventana de You Tube y descubran a Stromae y a otros cantantes franceses del momento.
UN CUENTO JUDÍO
En mis múltiples mudanzas siempre conservo un grupo de obras de mi biblioteca, que considero “de consulta”. Ente ellas está un opúsculo recopilatorio de charlas y artículos del filósofo judío alemán Ernst Tugendhat. Tuvo la suerte de escapar del Holocausto y se refugió en América, aunque después regresó a Alemania, donde desde su cátedra denunció públicamente políticas discriminatorias contra los migrantes-albaneses, gitanos del Este- y las actitudes totalitarias en general. En un acto contra la repatriación de libaneses en Alemania, acabó su discurso con un viejo cuento judío.
“Un rabino preguntó a sus discípulos: ¿Cómo reconocemos que la noche toca a su fin y comienza el día? Los discípulos preguntaron: ¿Será, quizás, cuando somos capaces de distinguir a un perro de un ternero? No, dijo el rabino. ¿Será cuando somos capaces de distinguir una higuera de un almendro? . No, dijo el rabino. ¿Cuándo entonces ? , preguntaron los discípulos. Ello ocurre-dijo el rabino-cuando al mirar el rostro de cualquier hombre ves a tu hermana y a tu hermano. Hasta ese momento la noche permanecerá junto a nosotros”.
ETIQUETAS
En la biblioteca pública de mi ciudad hay una mesa donde se ponen libros rotulados como LGTBI. En ella figuran autores como Terenci Moix y Rafael Chirbes. De otro escaparate, mezclado con otros libros extraigo una biografía de Rimbaud, que bajo el título lleva la pegatina del arcoíris en forma bien visible. No sé, en estos días alguien habló sobre la inconveniencia de las etiquetas y me parece que están fuera de lugar más que nunca cuando se trata de literatura.
Por cierto, si bien es conocida la relación homosexual que mantuvieron Rimbaud y Verlaine, en esta misma biografía de Enid Starkie se lee que el primero estuvo enamorado de algunas jovencitas en su Ardenas natal, que lo rechazaron por su carácter salvaje y por ir mal vestido. Y Verlaine estaba casado, no muy felizmente, pero ejercía. Fuera etiquetas, pues.
Algo parecido ocurre en esa biblioteca pública con la música, donde en los anaqueles de CD está Leonard Cohen etiquetado como cantante de rock.
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