Carlos Castaneda vendió en su vida 27 millones de ejemplares de sus trece libros publicados, traducidos a 17 idiomas. Puede que a los más jóvenes no les suene su nombre, pero seguramente sí a quienes, como yo, eran jóvenes en los años 70, cuando Carlos Castaneda había publicado Las enseñanzas de Don Juan. Un personaje tan enigmático como el autor, que decía haber nacido en Los Ángeles cuando en realidad había nacido en Cajamarca, Perú en 1925. Castaneda fue el apellido que se inventó, tal vez para simplificar la ñ en Estados Unidos, porque en realidad se llamaba Carlos César Salvador Arana Castañeda. Estudió Bellas Artes en Lima, pero pronto dejó esos estudios para embarcarse rumbo a Estados Unidos, donde trabajó en los típicos y modestos oficios reservados a los inmigrantes latinos. Su inquietud por las culturas indígenas americanas lo llevó a matricularse en la UCLA, donde presentó su primer libro como un “trabajo de campo” antropológico, en el que describía su encuentro con un chamán de la etnia yaqui, de nombre Juan Matus. El brujo indígena le habría iniciado en los secretos ancestrales de los chamanes de esa tribu, revelándole un misterioso conocimiento y ungiéndolo como su sucesor en la línea de estos seres sobrenaturales que dominan la magia.

Todo era falso, la existencia del brujo y a biografía que Castaneda había fabricado, -sobre su origen llegó a decir que era un aristócrata brasileño- pero nadie, ni sus profesores de la universidad californiana donde llegó a doctorarse en antropología, cuestionó sus ingeniosas mentiras.

Castaneda tuvo en su tiempo incontables fans y seguidores, algunos famosos como el creador de la saga cinematográfica galáctica, George Lucas, que acuñó la frase “que la fuerza te acompañe” inspirado en las lecturas de este gurú que encandiló a toda una generación. También a muchas mujeres que le admiraban y que, como algunas de sus amantes, se suicidaron al ocurrir su fallecimiento, en 1988.

Félix Manrique, el peruano que captó para su secta a una joven ilicitana, era también un seguidor y había falsificado un documento en el que su “maestro” lo nombraba su discípulo y sucesor.

He encontrado una de sus últimas obras, titulada El lado activo del infinito y me ha interesado por su potente pulso narrativo. Es como una novela de realismo mágico que nada tendría que envidiar a los ilustres cultivadores del género.

Como literatura es rescatable, esta fraudulenta magufería, La mentalidad mágica sobrevive y campa en nuestra época, asistimos al renacimiento de sectas satánicas, ritos sincréticos que fascinaban a los antropólogos culturales del pasado y también del pensamiento teológico que habla de voces divinas y revelaciones. “El que ya no cree en Dios, cree en todo”, que decía Chesterton.

ANALFABETISMO DIGITAL

Es época de matrículas escolares y los padres corren a los colegios con infinidad de fotocopias y formularios que hay que rellenar minuciosamente. Asistí a una escena que me hizo reflexionar sobre los atrasados que estamos muchos en técnicas informáticas o digitales -ya me entienden- y cómo resulta que esta situación provoca el anacronismo de esa cantidad ingente de trámites burocráticos y desperdicio de papel. Que yo sepa, lo centros educativos no están dando alternativas a realizar estos engorrosos trámites para matricular a los alumnos o para optar a becas de comedor, etc. Allá es que vamos todos, con sentencias judiciales en la mano, con certificados de esto y lo otro. Y perdiendo el tiempo en la fila larga, bajo el calor estival -abanicándonos con los papelajos- haciendo preguntas a los administrativos del cole, que nos reciben en horarios matutinos muy restringidos y no todos los días, pobres.

Todavía hay citas previas para muchas cosas en la administración. Las sedes electrónicas funcionan mal o no las entendemos.

El día que una tormenta solar nos deje sin internet ni modernas comunicaciones, algunos lo van a celebrar. Tal vez yo mismo.

DERECHO AL VOTO

En un relato de los años 60 titulado Derecho al voto, el padre de la ciencia ficción Isaac Asimov imagina que en el entonces remoto 2008 se convocan elecciones presidenciales en los Estados Unidos con solo dos candidatos, tan parecidos entre sí que las preferencias de los electores estaban muy ajustadas, fifty-fifty. Además había una maquinaria de sondeo que podía predecir con total exactitud el resultado real. La computadora Multivac, un enorme aparato que tenía una altura de un edificio de tres plantas y una milla de largo, lo anticipaba teniendo en cuenta “algunas posturas imponderables de la mente humana”. En un país desarrollado de aquel tiempo futuro las mentes eran equiparables y Multivac solo tenía que hacer test a un único elector. La calculadora escogía un votante por estado para elegir al presidente, de modo que cada voto llevaba el nombre de ese ciudadano. Que tenía la ocasión de medrar y ser tan famoso como nuestros héroes de los concursos de la tele. La hija de este afortunado elector se asombra cuando el abuelo le cuenta que en su tiempo la gente votaba libremente, porque la niña no entiende que ese sistema tan primitivo superara al infalible Multivac.

Pues bien, el Multivac ha resucitado en los sondeos que dan por ganadores al tándem azul y verde. Y por la desesperación de los contrarios pareciera que les creen a pie juntillas. De lo contrario no veríamos al presidente Sánchez prodigarse tanto ni a la izquierda  a la zurda suya golpearse el pecho y llamando a formar los batallones marselleses. Allons enfants.

Por cierto, Pedro Sánchez ha descubierto la pólvora: cualquier hijo de vecino y cualquier periodista becario sabe que el que paga manda en su medio. Recuerdo a aquel cuento en el que un periodista prefería decir que tocaba el piano en un lenocinio antes que revelar su verdadera profesión a su familia.