La vida en una canción, eso es lo que nos contará la banda almeriense LEONE, este próximo sábado 29 de mayo en el Teatre Arniches.

Canciones. De eso se ha alimentado el rock and roll toda la vida. Canciones imperecederas. Canciones que emocionan y acalambran. Canciones que se pringan hasta el fondo de los sentimientos. Canciones que abrazan lo popular para besar lo universal. Canciones con cuerpo y regusto. Canciones, vaya, hoy escasas en el panorama musical español.

El segundo álbum de Leone nos lo recuerda: la vida se resume en una canción. Con un título coheniano y certero, el primer volumen de Canciones de amor y odio –ojo, la siguiente entrega ya está grabada– no sólo testimonia la productividad de la banda, sino que profundiza en las coordenadas de su brillante debut, La vida no vale nada (Clifford, 2017). El cuarteto trabajó sobre unas veinticinco piezas durante un año y el fruto está aquí: una colección sin fisuras en la que manda ella, la canción.

El grupo madrileño de raíz almeriense mantiene su acentuada esencia –¿unos Mink DeVille ibéricos que cruzan la meseta en dirección al puerto?–, aunque evolucionada con grandeza. Estamos ante unos Leone ensanchados. Jesús Canet canta con más soltura y aplomo, mientras que Juan Pérez Marina (guitarra), Manuel Cahuchola(bajo) y Jesús Alonso (batería) terminan de remover un barreño de pringue latina. Sí, les sonarán estos nombres, curtidos en mil frentes del underground más avanzado del país.

Folclore electrificado e intoxicado de literatura flamenca. Leone han abierto el tarro de las esencias para demostrar que el rock español era esto. El disco, un cancionero con once paradas sin desperdicio, arranca con ‘¡Que no se acabe la música!’, una simbiosis perfecta de bolero rock. Inevitablemente nos acordamos de Corcobado –Jesús y Juan han tocado muchos años con él–, al compás de ese grillete reverberado, como una estructura espectral para un Canet que no implora amor: lo celebra.

La lírica coplera aflora en ‘Presentimiento’, trufando una psicodelia retozona a lo Allah-Las. Sangre torera asomada a la reja. En esta línea, ‘Si tú no me quieres’ podría asemejarse a la perversión de juntar a Concha Piquer con Guadalupe Plata; Leone serpentean por la riqueza de ritmos de Jesús Alonso para profanar la tradición y recrearse con los cascotes. Por su parte, ‘A la orilla del mar’ es puro Leone. Aires de cantina. Dicción sureña y porteña. Una joya con aromas de ida y vuelta que pone de manifiesto el dominio de Canet en el manejo de la poética de la canción popular.

La instrumental ‘El patio’, título siempre asociado a Triana, pone un pie en Andalucía y otro en la frontera americana, trompeta incluida. La deliciosa ‘La noche’, embaucadora con ese crepitar de guitarras, asume el canon bolerístico de impetrar a Dios por un desamor en relato nocturno; rastros de los Kinks y de Gabinete Caligari, en la senda del no tan lejano ‘Kriminal tango’. Y la coctelera sigue funcionando en ‘Nuevo día’, otro guiño a los años florecientes de Lole y Manuel, pero en un ritmo motorik de envoltorio noise.

Ruido, kraut y western se dan la mano en el bolero ‘Qué dice la gente’, interpretado con crudeza por Canet, con la sombra de Roberto Carlos tras de sí. El vocalista se inspiró en una melodía que le escuchó a su madre mientras dormía a su último nieto para dar forma a ‘La niña y la luna’, irresistible nana eléctrica concebida para dormir las penas y que deviene en rumba rock, con fuzz, ecos de cumbia en la percusión y el claro homenaje a Las Grecasen los estribillos. Nonainos, se reconocen ellos.

Del mismo modo, ‘Hoy vengo a confesar’ completa el rosario de tributos intrínsecos, en este caso con Los BrincosLos Chunguitos y Lola Flores subrayados en el santoral. El frenesí decibélico del final advierte de lo que son capaces en directo. Y para cerrar, ‘Todo se acaba’, una balada acústica que apunta pistas sobre lo que Leone guardan en el cajón y aún está por venir. ¿Todo se acaba? Mienten. Hay Leone para rato. Románticos y ponzoñosos. Y eso merece un brindis. Por las canciones.