“Porque sabes que el mundo ya no espera / de ti sino tu muerte, dale vida. / Haz de esa sinrazón una razón / para seguir viviendo y crea / esos mundos que el mundo no conoce / y no conocerá / sin ti”.

Antonio Gracia (Bigastro, 1946) ha publicado los ensayos literarios Pascual Pla y Beltrán. Vida y obra(Diputación de Alicante, 1983), Miguel Hernández: del amor cortés a la mística del erotismo (IAC Juan Gil-Albert, 1998), Ensayos literarios. Apuntes sobre el amor (Diputación de Alicante, 1983), y La construcción del poema (IAC Juan Gil-Albert, 2016). Sobre su obra poética se han publicado las antologías: Fragmentos de identidad (Poesía 1968-1983), ed. Ángel L. Prieto de Paula (Aguaclara, 1993), Fragmentos de inmensidad (Poesía 1998-2004), ed. Luis Bagué Quílez, (Devenir, 2009), El mausoleo y los pájaros, ed. Ángel L. Prieto de Paula (Huerga y Fierro, 2012), Devastaciones, sueños (Antología), ed. Ángel L. Prieto de Paula (Vitruvio, 2012).

Sus poemarios son: La estatura del ansia (Ayuntamiento de Orihuela, 1975), Palimpsesto (Sinhaya, 1980), Los ojos de la metáfora (IAC Juan Gil-Albert, 1987), Hacia la luz (Aguaclara, 1998), Libro de los anhelos (Aguaclara, 1999), Reconstrucción de un diario (Pre-Textos, 2001), La epopeya interior (Fernando Rielo, 2002), El himno en la elegía (Algaida, 2002), Por una elevada senda (Vitruvio, 2004), Devastaciones, sueños (Literaturas.com, 2005), La urdimbre luminosa (Aguaclara, 2007), Siete poemas y dos poemáticas (Huacamano, 2010), Hijos de Homero (Inst. Fernando el Católico, 2010),  La condición mortal (Vitruvio, 2010), La muerte universal (Huerga y Fierro, 2013), Bajo el signo de Eros (Olcades, 2013),Lejos de toda furia (Devenir, 2015) y Cántico Erótico (Huerga y Fierro, 2018).

Acercarse a la obra de Antonio Gracia es dejarse caer por un abismo de sentimientos. Entregarse a la belleza de la lírica y flotar por las profundidades de la existencia y por todos aquellos impulsos ancestrales que nos hacen humanos. La intensidad íntima, el intento de explicarse a sí mismo y descubrirse, traspasa sus letras para impregnar al que observa e introducirlo en un laberinto lleno de cuestiones sin respuesta.

“De nada sirve hallar consuelo en dioses / o en transfiguraciones de esta vida, / pues todo es podredumbre tras la muerte. / Ruinas son las que fueron monumentos / de la memoria alzada a la belleza. / No existen paraísos, solo infiernos. / Y la escritura es solo un mausoleo. / En el último instante, en todo instante, / el corazón se abraza a la existencia / y quiere seguir siendo / cuanto fue, cuanto es, cuanto no ha sido”.

Su erotismo crea un sentimiento sublime y espiritual, una elevación del acto amoroso. El deseo y el sexo conforman una base emocionante que activa los sentidos, que nos lleva de la mano hacia la plenitud del instante, a la propia fugacidad de la vida. Así, el tacto, la necesidad de lo físico, es parte de esta mística amorosa, de esta búsqueda del sentido de la existencia. El amante trasciende su propio yo para ser en el otro y ceder libre a la naturaleza de los cuerpos.

“AMARRADO a tu cuerpo, ¿ quién podrá / decirme que la tierra no es de carne? / Miro pasar las aves como olas / diciéndonos adiós / y se van los crepúsculos, dejando / en tus ojos la luz de otra mañana. / ¿No he de sentir que el mundo es el regalo / de un caprichoso dios que me ha escogido / para ensayar en mí su omnipotencia?”.

La contemplación es un breve reposo ante la tormenta, el infierno y toda la incertidumbre que nos asedia. Por eso, Eros y Tánatos se dan la mano en un flujo que provoca a la conciencia llena de penumbras. Cansancio, dolor, sufrimiento, decepción y muerte acuden al poema en un ejercicio de reflexión continua, en ese inconformismo que provoca que la satisfacción no exista. Cada experiencia se queda en la memoria, en el corazón lleno de heridas que quiere trascender el fracaso y avanzar hacia el paraíso perdido.

“Quisiera liberarme del dolor de existir, / y procuro mi muerte. Pero cuando el puñal / briza mi corazón, un manantial dormido / brota de no sé dónde y me impulsa a decir / cuanto de mí conozco, pues así hallo sosiego; / y acaso también sirva mi búsqueda del alma / para que otras criaturas presas de indefensión / encuentren una luz entre las sombras. // Tal vez en esa ofrenda halle yo algún consuelo / con el que mitigar la desolada ausencia / de una fe, una verdad, un paraíso”.

Bajo la fuerza y la notoriedad de las palabras, la fragilidad y el encuentro con el mundo interior se cubre de iconos, de contundentes metáforas que libran una batalla sin descanso; una combinación de versos y derrotas en el juego sin escapatoria de la “autodestrucción del soy”:

“asediado en el vértice del verso / antoniograciamuertemente hablando / poema es la eutanasia de su autor: / la búsqueda del códice del alma: / poema es una identificación: / descender al abismo de la mente / evitando el regreso profanar / el naufragio de todo autorretrato: / poema es una divinización: / la búsqueda el acoso el precipicio / como un bisturí lírico obsesivo / sajando trepanando masacrando / las vísceras el léxico la vida / de un hombre ecuacionándose en poema: / poema es una inmortalización: / un diamante tallado en el cerebro:”.

El silencio y la soledad cohabitan y perfilan un gran autorretrato que se fracciona en un mosaico literario. Así, Oniria aparece y desaparece, crea y destruye bajo el yugo de la fascinación, el anhelo, los sueños y el amor; el mito y la belleza de lo inalcanzable componen una sinfonía de fondo que agrede, a la vez que eleva el alma hacia un lugar apartado del ruido y las tentaciones. La luz parece revelarse, pero se esfuma antes de ser tocada.

“La soledad devasta. En ella, la tristeza / anida su dolor. Y la alegría / se convierte en fatal melancolía / que vuelve podredumbre la belleza. // El mundo se oscurece. Y cada día empieza / con una noche oculta. / Yo era joven. / Un día / ella murió; murieron mis anhelos; moría / la voluntad—el sueño, la firmeza. // Fueron tiempos de furia y de desolación. / Cada instante era en mí como una despedida; y cada amanecer un sol amortajado. // He vuelto a sembrar luz sobre mi corazón. / Las semillas arraigan. Reflorece la vida. / La primavera invade mi corazón helado”.

En este viaje pendular, entre el himno y la elegía, encontramos la sustancia del subconsciente. La necesidad compulsiva de preguntarse y no hallar más que el propio interrogante como respuesta. Las muertes sucesivas, el ocaso que se ilumina con la madurez, proclama la carne y la convierte en religión.

“Mira / mi / sexo / anclado / entre / tus / ingles / y dime que no escuchas el fragor / del / cosmos / renaciendo / en / tus / entrañas”.

Antonio Gracia nos deja desnudos ante la poesía, ante el erotismo mágico que lo supera todo. Una matriz intensa y profunda, impregnada de sentimientos, que admira con sobriedad la tierra prometida. Dice el autor que “el tiempo es un espejo que repite un presente / de un mundo irrepetible”, que “el amor transfigura la materia / como el dolor transforma la sustancia”. Y es que “nacemos y morimos, y entretanto / se nos pasa la vida tratando de entenderla / en lugar de vivirla”. Busquemos en este ciberespacio “Mientras mi vida fluye hacia la muerte” (http://antoniograciaoniria.blogspot.com/) . Quizá solo encontremos preguntas. Leamos.