“La rueda gira / y nuestra historia / se ha sumido en la penumbra, / refulgen en el recuerdo / los días plácidos, / la luna blanca del calendario; / entre los ribetes dorados / de la cortina veo una araña / que se desliza por un hilo / tan fino como nuestra paciencia, / tan inversamente proporcional / a nuestros egos / que ya no sé si el túnel / de esta historia / tendrá una salida provechosa”.
Fernando Mañogil Martínez (Almoradí, 1982) es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Alicante y profesor de Lengua Castellana y Literatura en el IES Los Monegros-Remedios Muñoz. Actualmente, colabora con reseñas y entrevistas literarias en la revista cultural Las nueve musas, es jurado en algunos concursos de narrativa y coordinador de eventos literarios. También ha realizado un trabajo de investigación sobre las relaciones poéticas entre César Vallejo, Gonzalo Rojas y Juan Gelman. Entre sus publicaciones de poesía están los libros Del yo al nosotros (Círculo Rojo, 2010), Viento en contra (Devenir, 2015), Volver (Selección de poemas, 2013-2018), La musa y el silencio (Devenir, 2019) y Cartas por debajo de la puerta (ECU, 2021).
En ocasiones, el amor resulta tan etéreo, tan inalcanzable, que se escapa del tacto y provoca al poeta. A través de la escritura lo enuncia de una y mil formas para convertirlo en un acto sensitivo e íntimo, en un acto efímero que quiere perpetuarse en el tiempo. A través de cartas que difícilmente llegarán a su destinatario, la palabra trasciende el hecho poético y se convierte en consuelo y libertad, en sanación para la herida y empuje ante todas las barreras.
“Afloras como la rosa entre la maleza, / mujer-salvavidas, / mujer que inmolas la belleza / para presentar tus credenciales / a la musa del silencio; / mujer que descubres la vida / asida a un diario de viajes, / mujer-luciérnaga, / porque brillas con luz propia, / porque tus sueños son el ábside / entre mis preferencias”.
En Cartas por debajo de la puerta, Fernando Mañogil se dirige al ser amado con la energía que desprende el enamoramiento. Traduce el lenguaje del corazón para acercarnos a un mundo casi secreto, de correspondencia amorosa, y vivir un vaivén emocional con distancias insalvables. Sorpresa, afecto que explota en las manos, pasión, sueños… un compendio de búsqueda y distancia que se acorta en brazos del poema.
“Sin tus manos merodeo por el mundo, / los fracasos se suceden uno tras otro, / pertenezco a ese grupo de gafados / que no encuentran un lugar donde curarse. // Las últimas cicatrices de mi espalda / marcan la senda azarosa / que descubre carretas a lo lejos, / distorsionadas por el polvo del camino”.
Desde la estética romántica, los mensajes quieren llegar a otros oídos, a un “tú” que escuche y reciba el impulso sonoro del lenguaje, a ese amante silencioso que parece no tener conciencia de todo lo que provoca. La memoria, la historia de fuego que se agita en el interior del autor, salta los límites temporales para convertirse en eternidad, en parte de la existencia.
“Todavía cabe la esperanza / de que estés ahí, / que aparezca algún atisbo imperceptible / que me demuestre que me piensas. // Sucintamente apareces y te esfumas, / palideces entre los reflejos del cristal, / tu sonrisa, carente de pleitesía, / corroe el atrio de mi alma”.
Perdido y lleno de preguntas, el autor juega entre luces y sombras, inmerso en un ciclo de júbilo y dolor, de anhelo y pérdida de esperanza. Las contradicciones se quedan impresas en el papel para definir el (des)amor: “quien lo probó lo sabe”.
“Las fotos del revés en la oficina, / la página en blanco esperando inspiración, / las pulgas de la desidia / ocultas en la alacena del salón… // Los meses de estrechez, las manchas de grasa en el corazón, / la bomba atómica en el hueco del ascensor, / la mirada oculta, el sonido del tambor, / que araña las entrañas y pulveriza la razón…”.
Esta comunicación, que salta sobre el calendario y viaja a través de los días, define un espacio de contención y también de desenfreno. La ruptura, el diálogo que se aplaza con urgencia e insatisfacción, contrasta con la inmediatez en la que vivimos y da vida a unos versos plagados de recuerdos construidos sobre la subjetividad que supone el género epistolar. A través de setenta y siete poemas, Fernando Mañogil nos invita, en este libro, a un lugar íntimo y confidente. Nos habla de su musa, ya nombrada en su anterior libro y, aunque tiene voluntad concluyente, de una historia que se resiste al olvido.
“Antes de poner fin a esta carta, / que ya suena a despedida, / déjame cortar las rosas / que deben pintar de malva / tu osamenta. // Déjame que diga que los versos / todavía por escribir / y que formarán el poso de esta historia / quedarán sepultados hasta nuevo aviso. // Déjame decirte sin ambages / ni embelecos que sigo / mirando por la rendija de la puerta / por si un día regresas a mis letras”.
Sigamos al amor en todas sus formas. Leamos.
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