“No sabemos / cuánto tiempo estaremos aquí, / viendo estas calles y estas casas, / ni adónde iremos luego. // Observar nuestro rostro / es asistir al cambio, / a la continua metamorfosis, / breves inquilinos de nuestra sangre, / todo convertido / pronto en pasado, / en imágenes / de un súbito resplandor”.

Isabel Marina (Avilés, 1968) es licenciada en Periodismo por la Universidad de Navarra y máster de Radio Nacional de España. Como periodista fue directora de comunicación de la Universidad Carlos III de Madrid y redactora jefe de su revista institucional (1992-2010). Asesora personal de prensa de Gregorio Peces-Barba. Poemas suyos aparecen en las revistas Cuadernos de Humo, Anáfora, Maremagnum, Areté y Estación poesía. Ha publicado su obra en las antologías Haz versos (Ed. Nieva, 2018), Lluvia de palabras (Ed. Nieva, 2014), así como en el volumen colectivo Mina de palabras (AEA, 2015). Participó en 2017 en los encuentros poéticos del Monasterio de Valdediós, y sus poemas fueron publicados en el libro Festina Lente. Dirige la revista Ítaca y es autora de los poemarios Acero en los Labios (Ed. Camelot, 2016) y Un piano entre la nieve (Ed. Bajamar, 2018; reeditado por El sastre de Apollinaire, 2022).

Cuando se emprende un viaje hacia el propio interior comienza un juego activo de paisajes en los que habitamos o creemos habitar, una galería de espejos en la que sentir el gozo y el temblor de la vida y afrontar la luz que nos define. Desde esta perspectiva, Isabel Marina nos presenta Un piano entre la nieve, un poemario donde la poeta se descubre ante la incertidumbre de la existencia y abraza el presente arropada por el tópico literario del carpe diem.

“En vano buscamos nuestra imagen / mientras los atardeceres se suceden / alrededor de nuestras manos, / un coro de niños / canta desde la colina, / y las casas encienden sus luces para alumbrar / el camino que empezamos / junto al pecio hundido en el fondo del agua, / buscando las llaves de nuestra infancia”.

Frente a la conciencia de finitud, de la evidencia de la muerte, existe la identificación del origen. A través de los recuerdos de la niñez, de la familia y de los lugares en los que creció, Isabel Marina cimienta la definición del ser para comenzar un recorrido vertical en el que no falta el tono nostálgico y cierta desesperanza ante lo que está por venir. Un lugar idealizado en el que sentirse feliz y dejar constancia de todo lo que se evapora cuando caminamos hacia la madurez.

“El paso silencioso / hacia el río, / lámina de cristal, / de hielo, / hacia la imagen / que no tocaremos / en esa nube de papel, / contando ya con los dedos / las veces que nos caímos / al montar en bicicleta… / vuelve siempre la infancia / con sus sueños de cartón, / con las mentiras que queremos olvidar, / con el tiovivo y su música / que enciende nuestro pecho / cuando llega la noche”.

La memoria establece, crea, un lugar donde sentir la belleza y la fascinación como un sueño que gime tras un muro de melancolía. Es así que el ser expira y parece conformarse en su tránsito hacia la eternidad. La belleza de lo nimio y la certeza de lo frágil acompañan a la autora en un camino que no puede evadir el olvido. Y surge el nombrar insuficiente ante la grandiosidad de la vida:

“Queremos nombrar lo imposible, / la extraña visión del héroe / ensimismado entre las dunas, / pero no hay palabras que expliquen / el temblor de la playa cuando la abraza el mar, / o la forma en que florecen / las rosas en primavera. / Es mucha soberbia pretender explicar / los matices de lo que nos ocurre, / los colores de este patio interior / que solo existe a través de sus plantas. / Ni siquiera hay suficiente cielo / para nuestro trágico paso por el mundo, / para ese irse apagando de las luciérnagas / que un día iluminaron nuestra infancia”.

En un proceso revelador de conocimiento íntimo, se entienden las transformaciones, las edades que ya no vuelven y la felicidad construida sobre el silencio del presente. Un estado reflexivo que evoca el fulgor de los años y la verdad de todo aquello que la memoria transmuta y presenta como cierto. Aparece el paisaje nevado y el resplandor:

“La nieve como una luz cegadora / que disemina blancura ante nuestros ojos / que abre nuestros brazos / en búsqueda de un infinito / superior a todas las teorías / a todos los principios racionales / que finalmente no existen / pues la vida se basa / en la lentitud de esa rama al caer / en la canción del pájaro / justo antes de la llegada de la noche / en esos anillos azules / que nos conectan con el mar / con el sentido oculto de nuestros nombres / con esa ensenada dormida / donde nunca nieva”.

Un piano entre la nieve, con prólogo de Marcos Tramón,culmina con un Estudio Científico, un análisis escrito por Eduardo Castaño Rodríguez Narín. Isabel Marina nos invita a seguir soñando, a celebrar la vida, a sentir la melodía vital a través de los sentidos y alumbrar con dicha el presente. Frente al misterio existe el fuego, la esperanza y la resistencia frente a los avatares del tiempo, el arte y la respiración agitada del viaje. Dice el poema Ave Fenix, como broche final: “La tristeza del ayer llama a nuestra casa, / pero un sol inmutable reina en el recuerdo, / impidiendo los malos presagios. / Estaremos a salvo si volvemos a ser niños, / si regresamos a esa cumbre que besan los mares, / a esa ladera virgen donde duermen nuestras flores. / Pues el dolor nunca vence a los sueños / ni a la poesía ni al arte en nuestra memoria”. Sigamos soñando. Leamos.