“Escucho tu lápiz / recorriendo el papel / en la tarde de invierno. / Tal es el silencio. / Tal eres tú. / Y tal soy yo”.
León Molina (San José de las Lajas, Cuba, 1959) vive desde su infancia en España. Amante de los formatos de escritura breve, cultiva por igual la poesía, el haiku y el aforismo. Formó parte del grupo poético albaceteño “Poetas de la confitería” y aparece en las antologías de este grupo, así como en la antología de poetas castellano-manchegos El peligro y el sueño (Celia, Toledo, 2016). Figura también en Un viejo estanque. Antología del haiku español contemporáneo (La Veleta, Granada, 2013).
Como antólogo, en 2016 ha recopilado una amplia muestra de aforismos españoles del siglo XXI, en Verdad y Media(La Isla de Siltolá) y en La poesía es un faisán (La Isla de Sistolá, 2019), dedicada a la poesía y los poetas. Aforismos suyos aparecen en las antologías Aforistas españoles vivos (Libros al albur, Sevilla, 2015) y en Concisos. Aforistas españoles contemporáneos (Cuadernos del Laberinto, Madrid, 2017).
Sus poemarios publicados son: Señales en los puentes (Diputación de Albacete, 1994), El son acordado (Diputación de Albacete, 2004), Llegar (La siesta del lobo, Albacete, 2010), El taller del arquero (La Garúa, Barcelona, 2014), Ruinas (La Garúa, Barcelona, 2017) y Un hombre sentado en una piedra (La Isla de Sistolá. Sevilla, 2016). Su poesía reunida de los 12 últimos años está recogida en Esperando a los pájaros del sur(La Isla de Sistolá, 2017). También es autor del libro de aforismos Mapa de ningún sitio (La Isla de Sistolá, 2015) y Rumor de acequia (La Isla de Sistolá, 2018), libro de haiku y haibun.
León Molina es un poeta que, a pesar de que comenzó a publicar hace algo más de diez años, ha mantenido el impulso de la escritura durante toda su vida. La necesidad de comunicarse con todos los hombres que lleva dentro y abrir un diálogo con ellos, ha hecho de su poesía una reflexión continua que se apoya en los sentidos, en la observación consciente y en cada uno de los elementos del paisaje que conforman la vida.
“Ya perdí el pudor aquel / de mi pasada juventud. / Y digo que soy muy romántico / y digo que soy un místico / y otras cosas que no se estilan. // Me he puesto gordo / y ser ateo / me parece una pérdida de tiempo. / He recortado mi melena / y mis convencimientos. / Siempre que puedo / vengo a la sierra / y paseo solo en silencio / o en el dulce alboroto de mis hijos. // Ya perdí el pudor aquel / y voy aprendiendo en paz / a ser lo que soy. // Rodeado por la belleza / de estos montes / con alivio comprendo / que por fin / estoy pasado de moda”.
Desde el misticismo laico que observamos en su libro El son acordado, hasta la actualidad, el poeta ha evolucionado hacia una poesía del pensamiento. Una trayectoria que toma como eje la naturaleza y que florece desde el intento de comprensión hasta el mismo hecho del goce de la vida. Sentir los lugares, los paisajes, la tierra, la emoción y la celebración de lo que nos rodea.
“El sol de la tarde en invierno / llega raso a los montes. / Yo miro en la distancia / con mis ojos cegados / por el liquen del frío / y veo todo como lo ven / desde lo alto los pájaros / que abatidos regresan / brillando en sus cenizas. / Todo lo que se eleva arde / bajo el blando sol de invierno”.
La poesía de Molina se aleja de los experimentalismos; tiene un correlato objetivo, un anclaje visible que llega al corazón y nos cambia, nos conmueve. La realidad está atada a sus versos, que contienen un gran arraigo a lo palpable, a lo tangible.
“En la naturaleza, incluso la muerte es una estrategia de supervivencia. Aprender esto es amar el silencio, esa forma de morir que nos salva”.
El silencio es fundamental en su vida y se plasma en toda su obra. La soledad completa al poeta y lo conecta con las emociones y los sentimientos. De esta manera, la ausencia de la palabra es la semilla del hecho poético. El lenguaje se elabora en base a los recuerdos, a lo ya acontecido. El autor es un caminante que atrapa cada momento con la plenitud que da la belleza de un mundo lleno de pequeños milagros.
“Hace mucho que no soy joven / pero todavía no soy un viejo. / Sigo en el camino y todas las piedras / me llaman para sentarme a mirar. / Todo me interesa menos aquello / que pudiera ser noticia. / Sigo a mi modo en el camino. / Soy un hombre sentado en una piedra”.
La imagen de la flecha se repite en algunos de sus poemas como símbolo de ligereza, de mirada, de vuelo certero. Y desde ese punto nace El taller del arquero, un libro algo distinto dentro del global de su obra, construido como una metáfora y que le permite aunar aforismos, poemas y cuadernos de haikus, por primera vez.
“Una lluvia de flechas / como la de una gran batalla / que describieran al unísono / un esbelto arco y antes de caer / quedaran suspendidas en el aire / como un campo de espigas”.
Su interés por la tradición del haiku, la propia investigación de los haijines clásicos, lo lleva a ahondar en una estructura y en una filosofía que le permite desaparecer del propio poema. Así, sin negar que surja alguna evolución y desde el máximo respeto, sus haikus tienen ese sabor (haimi) inconfundible, muy cercano a los grandes autores japoneses.
“Un pajarillo / en el andén del metro. / Ya somos dos. “
“Los estorninos / regresan cada tarde. / El sol lo sabe”.
“Bajo el nogal / aunque cesó la lluvia / sigue lloviendo”.
Rumor de acequia es un libro en el que el movimiento, el viaje, está latente. El haiku se une a la prosa (haibun)para dejar testimonio de ese bello tránsito que es la vida. Todo es camino, andadura que se narra desde la quietud, desde los ojos de aquel que ve lo hermoso de todo lo que pasa inadvertido y que es capaz de nombrarlo, de convertirlo en lenguaje.
“Brilla la noche / en los hilos de lluvia. / Serenidad. // Llueve. Todos los pájaros tras guarecerse han dejado de cantar. Salvo el ruiseñor que anidó hace unos días en el almez. En el silencio su canto brilla con más fuerza acompasado con las gotas que desgrana el canalón. Llega la noche atraída por su canto y lo envuelve con aromas que trajo de la humedad del monte. Todo se va haciendo leve en torno a la obstinación del trino. Todo se entrega. El mundo se encalma y en la música se muestra mientras desaparece”.
León Molina es un poeta cuyas palabras se funden con la extrañeza de la vida y la dulzura de las experiencias. El paso del tiempo es testimonio de quiénes somos y se refleja en el juego o la diversión que supone ser consciente de ello. Descubrir su escritura nos lleva a abrirnos al lirismo inteligente y nos conecta con la emocionalidad universal. Como aforista y gran estudioso del aforismo, sus antologías son de obligada lectura, ya que nos descubren la brillantez y la rotundidad de este género, quizá poco transitado. Dice el autor en Mapa de ningún sitio: “Si puede ser dicho de otra forma no es poesía”. Amén. Leamos.
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