“Las hojas de mi naranjo / son como dos barcas verdes de seda. / Dominio de la hormiga viajera”

Eduardo Lastres (Alicante, 1946). Pintor, escultor, ensayista y poeta. Ha sido profesor de la Escuela de Arte y Diseño de Orihuela y Alicante y director de la revista de cómic y literatura La Mácula del Tiempo. Ha participado en numerosas exposiciones individuales y colectivas en España e Italia, país en el que amplió sus estudios. Premiado en repetidas ocasiones como escultor, su obra forma parte de museos y centros oficiales españoles e italianos y de espacios públicos de Cuenca, Villena, Ciudad Real, San Isidro, Ceutí, San Juan, Elche y Alicante.

Ha publicado, entre otros, un ensayo sobre Pollock y otro sobre Emilio Varela titulado La Deuda: A propósito de la obra de Emilio Varela(Aguaclara, 2004). Colaborador de los diarios Información y La Verdad, recopila algunos de sus artículos sobre arte y cultura en el volumen Arte, querido Watson(Aguaclara e Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, 2012). En 2017 publica el reflexivo libro Bien sabes, Sancho amigo (Aguaclara). En 1989 toma conciencia del lenguaje poético y comienza a archivar notas y textos sobre la infancia y su etapa de estudiante en Sevilla y Faenza (Italia). Los otros Haikus (Pastorius Poesía, 2008) más en la línea de Kerouac que de los clásicos japoneses, es una selección de sus apuntes biográficos hasta 2007.

Si pensamos en el concepto amplio de haiku, quizá la primera palabra que nos viene a la cabeza es silencio. Un concepto que deja espacio para el diálogo interior, para reflexionar sobre el sentido de la vida, de la muerte y de todo aquello que nos construye como seres humanos.Desde el vacío que provoca el pensamiento, la mirada transforma el mundo, sobrevive a él y perdura más allá de los parámetros temporales. De esta manera, el poeta nos ofrece en Los otros haikus una lectura fraccionada que unifica su memoria y sus experiencias para dar fe de aquello que, además de percibirse con los sentidos, habita en su corazón.

Dividido en cuatro partes, este libro comienza con los Primeros años. Lastres se remonta a su niñez para recoger destellos, recuerdos que lo habitan. La vieja casa, las calles, el cine y la tierra dibujan un entorno que parece saltar de las páginas e invitarnos a vivir el pasado con la fuerza de un presente plagado de alegrías y tristezas, de ternura y cotidianidad.

“El horno olía a pan y a espliego, / a bandeja de pimientos: / a pueblo antiguo”.

“El cine estaba abierto desde las nueve, / un siglo de fantasmas a las puertas, / en el interior, el gran jefe Cochise a caballo”.

“¿Cuándo se fueron / los peces del estanque / que ya no recuerdo sus nombres?”

La melancolía y las sombras cubren una segunda parte cargada de emotividad y que ahonda en el sentimiento desolado del invierno como metáfora. La muerte y cierta soledad sobrevuelan En el paisaje y nos descubren la herida del poeta a través del lenguaje.

“Las hojas tristes e inmóviles / en el suelo. / Los vientos a la espera”.

“La tierra dudaba / entre ser refugio o alacena. / El hambre recogió los restos.”

“El barco, el mar, las sombras, / el marinero que rema en la noche. / Las dovelas se hunden en el abismo”.

En Del amor y la muerte, tercera parte de este poemario, encontramos la pasión y el ímpetu, el fuego que persigue un discurso repleto de referencias al ser amado. El interior y la vida se entremezclan para claudicar ante la ausencia, ante el deterioro de lo primigenio, ante la evidencia del alma repleta de arte y creación. El adiós abre una brecha para enfrentarse al caos existencial y el ser busca lo que ya no está, lo que ya ha muerto. Un dolor intenso ante la pérdida y la distancia.

“Después de marcharte / solo la soledad vivió en mi rostro. / El paisaje se hizo invisible”.

“Mis huesos quedaron / rotos por el llanto. / Los versos estaban sobre la tarima”.

“Circunspecto y frío, / anodino y serio. / La muerte no puede ser más absurda”.

A modo de reflexión final, llegamos a la cuarta y última parte donde la indagación personal y la incertidumbre recorren los versos. El viaje continúa, pero lo vivido deja huellas en la piel y refuerza la intelectualización, la meditación y el arraigo a las ideas. Observaciones para una vida nos invita a ver entre las rendijas de la esencia poética que existe en el artista, que quiere deshacerse de ataduras y vivir el presente. La brevedad del haiku permite saborear el instante que se hace eterno a través de la poesía, a través de la vida.

“Siempre supimos volar / por encima de las cosas / que nos mantenían en la tierra”.

“Siempre enervado, / incapaz de sonreír, / cargado de razones absurdas”.

“Habrá más días que vivir, / más sueldos, / más películas que comentar”.

Eduardo Lastres transmite su fuerza poética en toda su obra. La escultura, la pintura y las palabras forman parte de un todo, de una campana de silencio que se desborda a través del arte para ser transmitido más allá de las fronteras de uno mismo. Dice el autor que “en el ruido ensordecedor de las ciudades / está la voz inequívoca / de los grandes silencios”, y así lo creo. Encontrémonos. Leamos.