“Me ha llegado tu cuerpo / como liberación, / y no sentí ninguna / necesidad / de preguntar / quién eras. // ¿Quién eres? Te pregunto ahora, / desde esta plenitud no sospechada. / ¿Quién eres, que me llenas / de calma, como antes, / me llenaste de fantasía? // ¿Quién eres que al amarte / me he visto humanizado, / generoso, capaz, enaltecido? // ¿Por qué me das tus flores de primavera, / si mi mal es de otoño decadente?”.

Mariano Estrada (Justel, Zamora, 1947) reside en la Vila Joiosa desde 1973. Junto a su profesión de arquitecto, ha cultivado los géneros de narrativa, ensayo y poesía. Ha ganado el Primer premio de Poesía Residencia Universitaria San Fernando (Madrid, 1972), el accésit en el Premio de Poesía Festa d’ Elx (Elche, 1984), el Primer premio del Concurso de Poesía Ignacio Sardá (Carbajales de Alba. Zamora, 1986) y el Primer premio del Certamen Internacional de Poesía Ciudad de Torrevieja (Alicante, 1997). Entre los veinticinco libros que tiene publicados están, en prosa, Animales en el corazón (2012), Los territorios de la inocencia (2014), La sonrisa de los erizos (2020) y los poemarios Mitad de Amor, dos cuartos de querencias (1984), Azumbres de la noche (1993), Hojas lentas de otoño (1997), Gotas de hielo (2011), Poemas huérfanos (2016), La mirada de Martina (2019) y su última publicación El árbol abatido (2020).

Entrar en el universo de Mariano Estrada es sumergirse en las profundidades del sentimiento; en un paisaje de vivencias y recuerdos que trascienden lo personal y nos asoman a la realidad íntima del ser humano. Su poética está repleta de acontecimientos que provocan su escritura y dan forma a una obra donde las experiencias ofrecen su fruto y se transforman en lenguaje. Cada libro retrata un momento emocional del autor, un presente constructor, hacedor de poemas.

“Ahora que la ausencia / es vegetal abierto / que alcanza en esta luz / su dimensión madura, / te abrazo con la voz / y con la ley / te doy estirpe y sangre. // Concédeme tú a mí / -como honra antigua- / exhumar el memento de la fronda, / la música labiada o el erizo / denso que ríe en el bocado. // El otro tú, yo mismo, / palpita en la hojarasca lenta / que cae en el amor / por las roderas del otoño”.

Como en la vida misma, el amor y la muerte se balancean sobre el corazón. En una conjunción casi mágica, sorprenden al poeta y lo inspiran en un intento de atrapar cada instante y dejar legado del momento a través de la escritura. De esta manera, el dolor crudo y penetrante se une a la naturaleza para expresar la aflicción y el padecimiento de una forma que roza lo sagrado, que nos lleva a enfrentarnos con las verdades esenciales. Desde este punto, nacieron Hojas lentas de otoño, dedicado a su madre, y El árbol abatido, un libro de poemas que el autor dedica a su nieta Martina, ante la muerte de su padre.

“Sangre varada, árbol / de mirada desvanecida. / Tú querías hablar desde tu muerte / inacabada, pero no podías. / Solo mirabas con espanto / los ojos que lloraban sobre ti / con absoluta incomprensión, / con infinita pena. // Tierra lívida, casa / de madera sin luz, deshabitada. / Ya eres un árbol trascendido / y amorosamente ubicado. / Ya puedes enhebrar / en tu refugio nemoroso / los hilos capitales / que, desde ahora en adelante, / inundarán de savia / los árboles que crecen sobre ti”.

Los recuerdos de la niñez y su amor inmenso por la tierra que le vio nacer, nos ofrecen unos versos cargados de añoranza que dibujan un paisaje impregnado de memoria. Poemas costumbristas donde los elementos de la Naturaleza, tan importante en la obra de Estrada, nos salvan de la tristeza. La nostalgia detiene el tiempo y todo es belleza, paz que trepa por los robles de su infancia. El árbol, elemento que subyuga al poeta, aparece en cada uno de sus libros (ya sea poesía o narrativa) y pone de manifiesto el arraigo y la importancia de las raíces. Dice el poema Ser árbol, de su libro Poemas huérfanos:

“Antes de que los llantos / incontenibles / de mis seres queridos / recorran por mi causa / los caminos de la amargura / y caigan como ríos / por sus mejillas desoladas / hasta mojar la tierra, ya estaré yo fundido / en extensos abrazos con los árboles. // Ningún otro lugar / me ofrece un parabién / más oportuno y atractivo / ni unas vistas más amplias / ni una mejor respiración. // Que sepan las futuras / generaciones de los sueños, / de las aves y de las mariposas, / que ahí voy a esperar, sin prisas, / el tiempo necesario / para poder formar un bosque / de hermosos ejemplares vegetales / y de perenne humanidad”.

En el intento de responderse y retratar el mundo que lo rodea, aparecen la sátira, la crítica y la denuncia social. Desde el humor y la frescura, el autor transita las palabras y otorga de cierta teatralidad al discurso. Ofrece su mirada sin hacer concesiones. Así pasa en Corrupción, los perniciosos socavones de la carcoma (2015).

“¿Cuántos años hacía / que eran gordas las vacas / y los miedos inexistentes? / ¿Fueron hinchados los ladrillos / a base de clembuterol? / ¿Fue engordado el sistema financiero / con una persistente / ingesta de anabolizantes? / ¿Son cíclicas, las crisis? / ¿Se ajustan a las viejas / ideas filosóficas / del eterno retorno, / o alientan, por catarsis, / un crecimiento en espiral? // No sé, las crisis son los sueños / del faraón, las siete vacas flacas del Génesis. / Pero el ladrillo es el ladrillo / y ha empujado bastante por su cuenta”.

La vitalidad que caracteriza a Mariano Estrada se multiplica de manera exponencial cuando habla de su nieta Martina. Ese sentir amoroso y su propia emoción nos llevan a La mirada de Martina, un libro de poesía infantil lleno de diversión, ritmo y musicalidad, dirigido a cualquier alma que quiera soñar.

“Los niños tienen la luna / dibujada en sus libretas, / junto a un sol lleno de rayos / y un abanico de estrellas. // En el fondo un horizonte / y más abajo la tierra, / con sus montañas picudas/ y sus extensas laderas. // Y en el centro hay una casa / de humeante chimenea, / con unas cuantas ventanas / y un picaporte en la puerta. // Un jardín, una piscina, / un camino, una arboleda… // Este es el cuadro que pintan. / ¿Será también el que sueñan?”

Mariano Estrada utiliza la poesía como un canal de expresión que nos salva y nos limpia. Su manera de nombrar, la emotividad y la intención de trascender la realidad se abren paso a través del lenguaje y dan luz a todo lo acontecido. Sus poemas parece que decidan solos su destino, que se acomoden entre las hojas en blanco y jueguen a ser espejo de la propia existencia. De este modo, su interior se convierte en universal, en tierra compartida. Estamos invitados. Leamos.