“Llego tarde. / Mis correos, mis mensajes / suelen llegar tarde. / Pero es que a mí los tiempos / me llegan tarde. / O me llegan todos de golpe, / los tiempos, y eso / no se resuelve bien. / Hay que meterse en / la madeja de tiempos / y desovillarla. // Es un trabajo aciago / suceder, // y además, no llegar tarde”.
Olivia Martínez Giménez de León (Alicante, 1980) es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Alicante y profesora de Lengua Castellana y Literatura. Ha colaborado en publicaciones científicas, como Analecta Malacitana, y ha publicado poemas en la revista Ex Libris. Está incluida en la antología Erosionados (Ed. Origami), así como en el blog del mismo nombre. Sus poemas también han sido recogidos en la página Ciudades Esqueleto. Publicó entre 2002 y 2004 en el blog laislaolvidada.com, ya desaparecido, y de 2009 a 2016, sus prosas poéticas en equilibriodepasiones.blogspot.com. Sus libros publicados son El animal y la urbe (Ediciones Torremozas, 2016) y Cloro (ad minimun microediciones, 2016).
Olivia Martínez siente la poesía desde las vísceras. A través de su amor por la lectura, la escritura y la danza contemporánea vehicula un torrente emocional que transmite con elegancia y libertad. En los poemas funde la mirada inocente de la niña que fue con el impulso y la trascendencia de la madurez. Así, la infancia aparece como hilo conductor de todos los recuerdos, incluso nos justifica como adultos. Desde esta perspectiva, la poeta se explica el mundo a través de los ojos del presente, pero sin olvidar el pasado. La memoria y la melancolía traspasan el lenguaje para convertirse en símbolo de lo que va más allá de las palabras.
“Cada vez que papá comía un plátano, / nos pedía ayuda / a las enfermeras. // Decía, / enfermera, por favor, bisturí / y Ale cogía un cuchillo de filo y me lo pasaba / y yo se lo pasaba a papá / y él atravesaba la piel del plátano / con su corte limpio y sin fisuras”.
Detrás de la inocencia aparente, su mensaje se descifra con cierto dolor y desencanto. Celebra cada circunstancia y construye un perímetro de sentimientos y emociones subterráneas que caen como una tormenta en el ánimo del lector.
“Mi vestido de polo de limón / es para que me digan / bonita / o jueguen con mi cintura a / la peonza. // Con este vestido / me balanceo en los columpios / sumerjo los pies en la piscina / y tomo Martini al atardecer. // No tengo / demasiadas verdades / pero tengo / un vestido polo de limón. // Y si tengo que llorar / llevo unas enormes gafas de sol / que me rescatan / cuando aparecen / los títulos de crédito”.
En su poética existe la necesidad de investigarse, de reconocerse, de recuperarse para saber el porqué del hoy, el porqué de la identidad emocional, el porqué de la vida y sus misterios. De esta manera, sus versos componen una constelación íntima y reflexiva en la que indagar en el propio espíritu y en todo lo que nos identifica como seres humanos. El tiempo y su fugacidad se presentan para transformar la conciencia.
“Agosto es un asunto efímero. / Todo lo que sucede en este mes / lo vamos a olvidar. / El calor intentará convertirnos en piedras, / intentará hacernos creer que vivimos para siempre / en una barbacoa nocturna, / el calor intentará convencernos de que todo ha pasado / y que somos una fiesta que no se acaba nunca, / y mientras, nos convertirá en piedra”.
Olivia Martínez nos ofrece una pugna entre lo más tibio y civilizado y el lado salvaje y ancestral que cualquier ser lleva dentro. La fuerza aparece de manera subliminal entre palabras delicadas, en la vida de los objetos que nos rodean de forma cotidiana y en los paisajes inundados de matices que envuelven su yo poético. De esta manera, la rebeldía y el inconformismo son instinto natural que florece desde el interior.
“1. / dentro hay una cueva // la cueva tiene una dentrura propia / dentrura de osamenta // agujero en la tierra primera / de todas las tierras // un señor y el fuego / una señora y el fuego / primero de ser, sus huesos / sus huesos, la cavidad, // y el eco, el eco, / y el fuego // 2. / apetitos salvajes / la indomesticación / de apetitos salvajes // dame un plato de comida / seré educada / pensarás que has logrado someterme // eso creerás / y luego caerá la noche”.
El milagro y la magia del instante, de lo que está alredededor, despiertan en ella la necesidad de crear, ya sea mediante la escritura o, con el propio cuerpo, a través de la danza. Esa necesidad de decir, de expresarse, hacen que la poesía sea su forma de estar, de sentirse viva y transmitir ese fuego que le arde por dentro. El proceso creativo es lento y meditado, lejano a cualquier prisa o precipitación.
“Yo no puedo hablar de aves porque no sé volar. / Pertenezco a las cavidades de la tierra / y pertenezco a las fosas abisales / y pertenezco al idioma de los minerales. // Soy lo que se mete para dentro / y soy un agujero que se hunde / y soy la intimidad de las montañas / y un desfiladero que no conoce luz”.
La mujer, la reivindicación de su posición en el mundo o su realidad social, son temas que aparecen, no solo desde el punto de vista social o político, sino como naturaleza pura e intrínseca a la propia identidad. Dice en el poema “Civilización y barbarie”:
“mis palabras me vienen del limbo de la carne, / de la primera célula de una cadena inagotable, / del líquido amniótico, las palabras, / ay // ay qué le haría a mis palabras, que nacerían ritos / y de los ritos, hogueras / y de las hogueras, ya saben, danzas…”
La poesía de Olivia Martínez es una poesía de carne y hueso. Se construye sobre la cercanía y la cotidianidad, sobre el principio de aproximarse a la sorpresa del día a día. Para ella, el simple hecho de relacionarse con la realidad sin escribir, de perder el diálogo con el exterior, sería casi un abandono físico. La danza contemporánea, la palabra, la fisicidad y la percepción sinestésica se retroalimentan tanto en sus prosas como en sus poemas. El cuerpo es parte de su caligrafía profunda, de su forma de nombrar lo que le rodea. Dice la autora que “nombrar un mundo es inaugurar un nuevo mundo”, que tiene algo de fundacional. Así se percibe su obra, como un universo lleno de intensidades que nunca cesan. Sigamos emocionándonos. Leamos.
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