“El tiempo ya pasado poco importa: / es preciso el tiempo solo para hacerse / con el tiempo, para desplegar sus facultades. // Por ejemplo tú, que recibiste / golpes en las celdas de tu pecho, / ¿pero acaso no estás hecho ahora / de otra aleación más dura? // Pues por eso / te hundes, desapareces en la blanca / salmuera de tus propios desaciertos, / ¡que te pertenecen!”.
Óscar Navarro Gosálvez (Alicante, 1971) es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Alicante. Se dedica desde 1997 a la enseñanza de español como lengua extranjera. Algunos de sus poemas han sido publicados en fanzines como Hijos del aburrimiento o El Manifiesto Azul. Apareció en la primera edición de la antología de poesía LGTBI Escribo porque eso… porque no puedo hablar (2016) y ese mismo año participó en la primera edición del ciclo de recitales “Poetas en cercanías”, de Alicante. Es miembro fundador de la asociación de agitación cultural Letras de Contestania. En 2018 publica su opera prima, Carta Astral (Boria Ediciones).
Comenzar con la nada, con la serenidad de la tierra, de la certeza de la carne y los huesos, para luego pensar en el origen que nos devuelve de otros espacios. Reflexionar sobre el círculo vital, sobre ese punto donde todo empieza y acaba, donde somos incapaces de reconocer el principio y el fin por su naturaleza o por la propia trascendencia. En esta necesidad de encontrar certezas, Óscar Navarro se aleja del suelo que pisa y, a través de distintas voces, recorre diferentes estadios que nos hacen asumir la muerte como parte del viaje.
“Podría querer ser inmortal. / Desear intensamente ser eterno. / Sería, en todo caso, / con el único deseo de asistir al espectáculo / grandioso de toda la disolución; / ser testigo, estar seguro de que nada queda: / ni rastro, ni huella, ni sombra / de animal, persona o planta, / ni memoria de ello siquiera más que en mi memoria”.
En Carta Astral el poeta transita el duelo para detenerse en la conciencia de la finitud de la vida y en la asunción de la disolución como un hecho natural. Las ideas, las intuiciones, se plasman a lo largo de todo el proceso del libro y dan fe de la incertidumbre que provoca no tener respuestas. A través de la estructura de una carta astral, de los significados ancestrales de los signos del zodiaco y los planetas, el autor desarrolla todas las cuestiones que le inquietan y presenta los enigmas de la existencia.
“Intentando responder al cielo, / despliego mis brazos / que son un coro de manos / con las yemas a punto de brotar / y quiero acariciar el firmamento. / Este cuerpo mío, / esta curva en el aire, / se nutre de la tierra / y respira las estrellas. Soy el olmo / viejo. / Soy útero, hueco, caverna vegetal, / herida profunda en el tronco, / trono desde el que contemplo el reino. / Este reino no precisa de palabras”.
Los doce signos del zodiaco dan lugar a composiciones largas que construyen un tronco central en el que apoyar el mundo de los pensamientos, de todo lo intangible que habita la mente, del análisis y la mitificación que, a lo largo de la vida, giran en torno a la noción de muerte. Es aquí donde se muestran los conceptos que el ser humano asume desde las religiones o desde el sistema de creencias. Partiendo de la inocencia de los niños como símbolo de la humanidad desprejuiciada, sin miedo a lo desconocido, partimos hacia la hondura de un sistema que inculca el temor hacia un fin indiscutible y certero.
“¿Quién les dio permiso? ¿quién autorizó a / entregarles copas a los niños? Los niños / tendrían siempre que ser niños o no ser. / Oh pobres niños embriagados. / Ya corren los licores por sus venas y emponzoñan el cuerpo para / siempre, imprimen el carácter y se enroscan debajo de la piel / igual que sierpes de indeleble tinta. / No quieren que la copa esté vacía, / los coperos no quieren, no soportan”.
En este recorrido, los planetas completan la estructura de la carta y nos amarran a la realidad, a todo aquello que tocamos y sentimos, al mundo tangible y carnal. Los libros, las páginas leídas, el amor, la amistad, todo se revela ante la perplejidad del que escribe. Dice el poema Júpiter:
“Llamadme perplejidad, / pues es mi nombre, / perplejidad sin apellido. / No me digáis / amor / ni amistad / ni empatía. / Perplejidad con la leche del café, / perplejidad por único alimento. / Y luego, para ir a la cama, / solo preguntas. Y / luego, al despertar, / perplejidad / y miedo”.
La reiteración es un recurso propio de la voz poética de Navarro, aunque en esta ocasión, además, responde a estructuras de repetición que crean en todo el poemario una sensación de circunferencia, de proceso infinito que siempre vuelve al origen y del que nadie puede salir. En esta meditación sobre la muerte, el autor se aleja del yo, de la propia experiencia, y agita multitud de personalidades para dibujar una realidad que, alejándose de lo meramente elegiaco, da toques de vitalidad al discurso.
“Porque entre los dedos de mis pies / crecen orquídeas / crecen nubes grises / crecen los silencios / crecen al zambullirse / crecen en tropel / crecen asesinos / crecen con canela prendida en los dientes / crecen a media tarde / en desbandada / crecen los escolares haciendo ruido. / Crezco donde crecen las mañanas”.
Carta Astral nos arrastra hacia la perceptibilidad del tránsito; hacia la conciencia del tiempo, de la memoria, de la condición humana que siente de dónde viene. A través de los poemas, Óscar Navarro nos coloca en el presente y nos muestra el rastro de una historia que quiere dar forma y sentido a lo que somos, a la fragilidad que nos caracteriza. El dolor comprendido, el análisis de lo inevitable toma matices de filosofía y se une en un canto lejano a las creencias del más allá. Quedémonos con la pregunta que pone broche final a este libro: ¿y si no…? Busquemos respuestas. Leamos.
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