“Los malos tiempos nunca lo parecen. // Los malos tiempos son como la lluvia, / repentinos y tercos, repetidos. // No suelen anunciarse. / Nos pillan por sorpresa, a contrapié, / tal vez a contramano. // Son como los impuestos. / Se pagan y a otra cosa”.
Ramón Bascuñana (Alicante, 1963) es licenciado en Geografía e Historia. Ha recibido numerosos premios literarios, entre los que cabe destacar el Nacional Miguel Hernández (1997), Hispanoamericano Juan Ramón Jiménez (2002), Flor de Jara (2006), Internacional de Cuentos Guardo (2009), Ciudad de Las Palmas (2015), Ernestina de Champourcin (2015) y Noches Poéticas de Bilbao (2017). En relato ha publicado Lectores compulsivos (2011) y Todas las familias infelices (2019). Sus poemarios publicados son: Hasta ya no más nunca (1999), Quedan las palabras (2000), Los días del tiempo (2002), Retrato de poeta con familia al fondo (2003), Ángel de luz caído (2005), Vera Efigies (2005), Las avenidas de la muerte (2005), Impostura (2006), La piel del alma (2006), Donde nunca ya nadie (2008), El gesto del escriba (2009), El centro de la sombra (2014), Cincuenta por ciento (2014), Apariencia de vida (2015), El humo de los versos (2016), Desnuda luz de la melancolía (2016), Cuaderno de preposiciones (2017), 6 seis 6 (2018) y el que hoy nos ocupa, galardonado con el Premio Internacional de Poesía Gerardo Diego 2018, El dueño del fracaso (2019).
A pesar de que Ramón Bascuñana empezó a publicar a los treinta años, escribe desde siempre. Su gran amor por la lectura y el hecho de la escritura han forjado a lo largo de su trayectoria una voz particular e inconfundible, llena de matices. Su propia insatisfacción por lo que le rodea, su sentido crítico y las cicatrices que va dejando la vida son el sustento de la fuerza y el dolor que despiden sus letras. El mundo ajeno y hostil, junto al sentimiento de distancia e incomprensión, convierten la literatura de Bascuñana en un refugio íntimo lleno de creatividad e inspiración.
“A veces me preguntas qué opino de la vida / y suelo contestarte / con alguna evasiva o callarme la boca, / amagar la respuesta. // Intento protegerte del desastre. / Debería decirte que la vida / es como un ciego con una pistola / disparando al azar por si acertase / en el blanco adecuado”.
En El dueño del fracaso, desde el primer poema, respiramos esa visión pesimista e irónica que se deja ver en todos los libros del autor. La realidad y la propia experiencia pasan por el tamiz literario para hablar con sinceridad, sin exhibicionismos, con el anclaje de la verdad subjetiva y el estoicismo de quien sabe que el fracaso es parte de nuestro día a día.
“El vaso de agua descansa sobre la mesa. / Su quietud simboliza / la quietud de mi alma / en un tiempo tranquilo de derrotas. / De pequeñas derrotas cotidianas. // No solo me turba su transparencia, / también su contenido: / el vaso medio lleno, quizá medio vacío. / Dos posibilidades de contemplar la vida / que se ofrecen al hombre / aunque yo solo pueda contemplarla / de una sola manera / que el vaso se empecina en recordarme”.
La trascendencia reside en las cosas cotidianas, en ese salto que la propia poesía permite al lector entre lo palpable y la percepción mística de las cosas. A través de un lenguaje claro llegamos al silencio, a la profunda soledad, a la conciencia de que seguir resistiendo es todo un milagro.
“Son las cuatro de un domingo de octubre. / No acabo de perder la costumbre de estar solo / y de sentirme solo, completamente solo. / Llueve sobre mojado a cualquier hora. / Sobre todo a las cuatro / de un domingo de octubre solitario y cobarde. / El teléfono móvil me vende su silencio / como un falso consuelo. / Detesto los relojes digitales, / pero también los que marcan las horas / moviendo las agujas / a sesenta segundos por minuto”.
La intimidad y la necesidad de explicarse a sí mismo convierten su escritura en una forma de sobrevivir, un ingrediente que da sentido a la existencia y alienta a pesar de todo el cúmulo de derrotas y decepciones que se atesoran con los años. En este sentido, estamos ante una tabla de salvación que se enfrenta al tiempo y a la nada, al riesgo de la pérdida y al desgaste.
“Tanto da escribir en la arena del tiempo / de una playa desierta / que en el agua bendita de una pila, / situada a los pies de una iglesia, / o en la nieve silente del invierno. // Las palabras se borran nada más escribirlas. // Se borran en la nieve y en el agua. / Se borran en la arena. / No dejan más mensaje / que el mensaje de su propio fracaso. // La frágil sensación de que nada perdura”.
Por otro lado, el desamor y los naufragios que el poeta sufre siempre están bañados por la tragedia. El recuerdo, la memoria y cierta añoranza sobre lo vivido se dejan ver en su poética amorosa.
“A pesar de que el tiempo / suele borrar las marcas del delito, / las huellas de la culpa / y la desilusión de los fracasos, / todavía conservo / tatuados en mi alma / la forma de tus labios y el rigor de tus besos”.
El planteamiento del porqué de la escritura, del doloroso acto de abrirse en canal y no poder evitar arder en el papel, deja un poso inevitable en cada poema. A través de la obra de Ramón Bascuñana, la reflexión de si la poesía es un don o un castigo nos atrae hacia el sentimiento, hacia la intuición, hacia esa manera de estar en el mundo de la que no se puede prescindir y que tanto nos ayuda a llegar a la esencia de todo lo que nos rodea.
“Estás como perdido, sin nada a qué aferrarte, / salvo a tus propios versos / -tan frágiles ahora-, / que no logran salvarte del naufragio. // La muerte te arrastra mar adentro. / Te aleja de la costa de tu anhelo. // Nadas contracorriente / y nada te protege del cansancio. / Posiblemente antes o después, / más pronto que más tarde, / acabarás flotando como cualquier ahogado / en la oscura bahía del fracaso”.
La melancolía y la nostalgia forman parte de la épica de sus libros. En El dueño del fracaso, el autor nos muestra que en la batalla de la vida no existe la victoria. El cansancio, la decadencia, la herida, la soledad existencial, todo es parte de este juego de prueba-error.
“Has luchado con honor y con saña / en la batalla, / aunque siempre has sabido / que no existe victoria, /que el botín de esta guerra / se reduce a un puñado de ceniza”.
Si nos paseamos por la obra de Bascuñana nos daremos cuenta de que ha construido una pequeña cartografía de amistad, de relaciones que son importantes en su vida y que, también en El dueño del fracaso, aparece en forma de dedicatorias.
Ramón Bascuñana es un poeta que conmueve y llega a las entrañas, que en su propio misterio, a partir de la lucidez de un yo interpuesto, es capaz de construir una mentira eficaz y creativa que lo lleva a decir la verdad; una verdad de la que todos somos partícipes y que rinde cuentas a lo largo de los años. Y es que, en sus palabras, el milagro es “ser alguien que ya no espera nada de la vida, / pero no claudica / y cada noche, / a pesar del cansancio, comienza otro poema, / persiste en el error de no rendirse nunca”. Sigamos adelante. Leamos.
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