“Tú también has sentido el frío y la noche, / la punzada de la aguja en la carne, / el momento en que la ciudad nos echó a patadas / de aquel supuesto paraíso. / Y ya no servían ni el bullicio, ni las luces plateadas / para iluminar la muda oscuridad del corazón”.

Rosa Cuadrado Salinas (Alicante, 1972) es licenciada en Derecho por la Universidad de Alicante y actualmente trabaja en el MUA. Ha participado en diversas antologías poéticas: Hantología Inflamavle (2018); Pequeña convocatoria de Poesía Visual (2018) y Ceuta a pie de poesía (2019), entre otras. Sus poemas se han publicado en varias revistas y administra el blog personal de actualidad poética Poesía de ida y vuelta. Ha colaborado en espacios radiofónicos como La magia de las palabras (Móstoles, Madrid)o Conectados en la noche (Radio Aspe, Alicante). Desde enero de 2019 forma parte de la Red de Escritoras del Mediterráneo y coordina las Tertulias poéticas mediterráneas de Casa Mediterráneo.

Tiene publicados los poemarios Cuaderno de viaje (Avant, 2017), Taxidermia (Olé Libros, 2019) y la plaquette Sketches of New York (Frutos del Tiempo, Lunara Poesía, 2020).

En ocasiones, una se para a mirar la belleza del mundo y sus vistas. Agradece el sentirse viajera incondicional y tener la posibilidad de descubrir nuevos rincones donde identificarse y dar forma a sus propios sentimientos. El corazón acaricia las palabras y crea un aroma de intimidad profunda, de emoción poética transformada en lenguaje. De esta manera, Rosa Cuadrado nos acerca en sus libros a su universo personal, al amor que lo cubre todo, al desamor que nos deja un sabor agridulce en la memoria.

“Todas las ciudades encierran un acertijo / y cada viaje una apuesta, / un juego de enigmas siempre contra el tiempo. / Empiezo la partida al bajar del tren, / sintiendo el trazo caprichoso dibujado en el papel. / Un pequeño mundo reducido a líneas y curvas / que se entrelazan y separan sin un orden / aparente”.

La serenidad y el silencio se palpan en cada verso para fundirse con la ciudad, con el ambiente cosmopolita que da oxígeno a la poeta. La naturaleza es parte fundamental de un entorno que sabe de jardines, de flores y de hojas secas, pero también de asfalto, de rascacielos y estaciones de metro. La urbe es excusa y, aunque hablemos de lugares distintos, la delicadeza intrínseca a su personalidad aflora incluso en el más agresivo de los paisajes.

“Nueva York nos recibe con un aguacero / que baña cada centímetro de la ciudad y sus sombras. / Desde los muelles, una silueta gris, / nidos de metal y carbón, / rostros en continua metamorfosis / confundiéndose en un enjambre de neón. / Y nuestros cuerpos / con la prisa de quitarse las ropas mojadas. / Con la urgencia de encontrarse / en la habitación de aquella casa”.

Los amantes, la sensualidad sutil, el hallazgo de los cuerpos, envuelven el pasado para convertirlo en presente, para tocar aquello que fue o que pudo ser. Anhelo y fascinación construyen las historias, dan fe del contacto, de la carnalidad casi espiritual que envuelve la vida. Y suena la música, y surge el milagro perecedero:

“Dios ilumina a Ellington justo antes de que sus dedos acaricien la primera nota. Alza su mano y nos bendice, entre el humo de los cigarrillos. // Cómo echo de menos ese tiempo contigo, besándonos, entregados al éxtasis. Volviéndonos locos, como si el mundo fuera a desaparecer mañana. // Como si Lester fuera a morirse…”.

La poesía como bálsamo que cura las heridas, como elemento sanador ante la ausencia, la pérdida, la muerte, surge en un ejercicio de desnudez tibia y traza una fina línea en el horizonte del viaje. El alma se disecciona y persevera en la esperanza. Desde esta perspectiva surge Taxidermia, luz primeriza marcada por el duelo, llena de sinceridad. Eros, Tanatos, Psique y Natura se dan la mano para moldear la visión de la autora y dar cuenta de la universalidad de los sentimientos.

“Amanezco. Quiero amanecer, / tengo voluntad de alba. / El día se alza y no mira atrás ni se lamenta, / no teme al futuro, pues se sabe breve. / Confía al azar su camino, / despreocupado en la certeza / de que no hay nada cierto. / Se despierta para ser, / cualquiera que sea el rumbo que le espera. / Ser cada minuto y cada momento, / radiante o furioso”.

La memoria sensorial nos empuja, nos hace conscientes de todo aquello que toca la piel y la traspasa. En Sketches of New York, la autora se deja seducir por el jazz y nos ofrece una bella banda sonora que acompaña su voz y sus silencios. Los recuerdos, la idealización del pasado, dejan una huella que siempre juega con las sombras de la soledad, con las pertenencias perdidas:

“Quizá todo lo imaginamos, fue un sueño irrealizable, como el de tantos inmigrantes que se quedan en la orilla y nunca llegan a cruzar su destino. / Llegué a pensarlo, / hasta que la soledad de mi cuerpo me mostró la evidencia. / La ciudad afila sus garras en las pertenencias perdidas. / Colecciona las fotos rotas y las guarda como prueba / del homicidio involuntario de nuestra historia de amor”.

Desde Cuaderno de viaje hasta hoy, Rosa Cuadrado ha dibujado un mapa poético con diferentes rutas vitales. Sus poemas son cercanos, enternecen y explotan en el pecho con la cadencia emocional de una tarde de lluvia que evoluciona y se busca en el sol. Las grietas del corazón, la punzada del amor y sus cicatrices, se hacen visibles sobre el papel en blanco: “En la torre de cristal / fría como el iceberg, / soledad cada vez más alta, / reviviendo el pasado / asciendo en ceremonia / para ver nuestro futuro. / Responde el oráculo / y cierro el círculo de este amor”. Sigamos el camino. Leamos.