Eduardo Boix nació en Elche en 1980. Es técnico superior en integración social, diseñador gráfico, y cursa el grado en Filosofía a través de la UNED. Es un autor polifacético. Como poeta ha publicado dos poemarios: Últimas jornadas en el paraíso (Editorial Eclipsados, Zaragoza, 2009), y Prozac, Trankimazin y otros parques infantiles (Huerga y Fierro Editores, Madrid, 2012). Como narrador tiene publicadas tres obras: la novela Mi Funeral (La Fea Burguesía, Murcia, 2015), El diario Los Confinados (Frutos del Tiempo, Elche, 2020), y el conjunto de relatos Columna del Miedo (Eolas Ediciones, León, 2020). También es crítico literario y gestor cultural. Subdirector de la revista Letrasenvena.com y miembro de CLAVE (Asociación de Críticos Valencianos). Ha colaborado en diversos medios de comunicación, como Heraldo de Aragón, La Verdad, El Diario de Avisos o la revista Qué Leer. En la actualidad ejerce la crítica literaria en el Suplemento “Arte y Letras” del “Diario Información de Alicante, y para las revistas digitales 17 musas y letrasevena.com, de la que es subdirector y fundador.

Eduardo está a punto de corregir las galeradas de un libro inédito, La estirpe, que he tenido el privilegio de leer y que publicará la editorial gallega Ediciones del viento el próximo 10 de mayo. Un libro difícil de catalogar pues fusiona varios géneros como la novela, el ensayo y el género memorialístico. El duelo, la impostura, la búsqueda de una identidad perdida y lo terrible y monstruoso que habita en nuestras vidas cotidiana son los motivos principales de este trabajo inclasificable y fascinante que considero una de las mejores obras de Eduardo y la que mejor compendia su mundo literario de autoficción. Todo ello narrado con un registro cultural muy amplio de referencias literarias, filosóficas, musicales y artísticas.

Hace poco tiempo que conozco a Eduardo Boix, pero lo tengo por un buen amigo y un estupendo interlocutor. Es un escritor sagaz y muy observador, con un fino oído para captar las historias del mundo cotidiano que le rodea, además de un experto buceador en las honduras de su pasado. Como escribe Esther Abellán en un artículo reciente publicado en la sección Cruzamos el puente de los espejos de este diario digital: “a Eduardo Boix le encanta escuchar historias. Observa, curiosea, agudiza el oído y empatiza con todo aquello que le rodea para convertirlo en germen potencial de sus escritos. Desde su interés por la conducta humana, percibe la fría realidad y la recrea con el fin de transformarla y reafirmarse en la idea de que la esperanza existe.  A partir de la voz interior del niño que fue y que, de alguna manera, sigue siendo, su obra hace un recorrido autobiográfico y pone un especial énfasis en el paisaje personal, junto a aquellos acontecimientos que rememora”.

Por último, solo quiero añadir a esta introducción que este año Eduardo es finalista de los Premios de la Crítica valenciana en la modalidad de narrativa por su libro de relatos La columna del miedo y en la de ensayo y crítica por Los confinados. Los premios se fallarán el próximo 22 de mayo. Le deseo mucha suerte.

Pregunta: Eres un escritor todoterreno, te mueves entre la narrativa, el ensayo, el diario y la poesía. También tiendes a la hibridación de géneros, pues algunos libros tuyos resultan difícilmente encasillables En tu creación literaria hay una búsqueda incesante, algo así como una rebeldía contra la imposición canónica de los géneros y el culto a la ficción. Estoy pensando, por ejemplo, en La estirpe, tu nuevo libro a punto de salir a la calle y que puede leerse como un ensayo, una novela, un libro de memorias. Incluso algunos pasajes podrían pasar por poemas en prosa. ¿Tienes alguna preferencia en concreto o todas las opciones literarias te llenan por igual?

Respuesta: Me gusta todo lo que sea buena literatura. Realmente, por mi forma de ser, voy saltando de texto en texto, de idea en idea. Mi cabeza es una especie de olla a presión. Imagínate, por ejemplo, mi plato favorito, un cocido. En un cocido hay muchos elementos juntos: garbanzos, fideos, carne, embutido… Para mí la literatura se asemeja a eso, no son departamentos estancos que no se puedan unir. Esto tal vez se ha visto influenciado por autores como Vila-Matas, Perec, Cortázar, Félix Romeo, Truman Capote. Gente que no concibe la literatura dividida en géneros, sino que es un juego en el que nos podemos mover de un lado a otro, como la reina en el ajedrez.

P: Destaca tu capacidad de asombro. Decía Einstein que un hombre que ha perdido su capacidad de asombro está muerto.

R: Y estoy muy de acuerdo, un hombre que no se asombra o que se cierra a aprender cosas nuevas, está muerto, y -añado- un escritor, más. Escucho a mucha gente que tiene la intención de escribir que dice: “Yo no leo nada para no influenciarme”. Eso es una somera tontería. Está todo inventado o contado. Ya está la pericia de cada uno para dar la vuelta a la historia o dar el punto de vista de cada uno.

P: En tu obra literaria conviven continuamente la crítica y la añoranza. El pasado puede ser un asidero, e incluso un consuelo, y al mismo tiempo un lugar inseguro de aguas pantanosas. ¿Los recuerdos son totalmente fidedignos? ¿Es fiable el jardín de la memoria donde uno nunca de deja de habitar?

R: Cada uno recuerda los sucesos a su forma, es decir, cada recuerdo pasa por el filtro de cada uno e influyen muchos factores de cómo se traslada eso a la memoria. Por ejemplo, imagínate un accidente, cada uno de los testigos lo va a recordar según el estado de ánimo del momento, el interés que tenga en el suceso, el ángulo desde donde lo haya vivido, etc. Ya lo decía Campoamor: “Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira”.

El jardín de la memoria es posiblemente el proceso más literario que existe. Todos almacenamos recuerdos y nuestro cerebro, como si de un ordenador se tratara, los almacena a su antojo, los modifica o los borra. Para un escritor, esta es la fuente de su trabajo.

P: En esa esfera biográfica que cubre tu literatura, ¿qué lugar ocupa la imaginación? ¿Es la escritura una forma absoluta de conocimiento o se mancha de ficción y fantasía?

R: Realmente hay poca imaginación en mi obra. He vivido cosas tan fantásticas que, muchas veces, parecen poco creíbles, pero ahí están. Yo no escribo para que la gente lo lea como cosas literales, ni tampoco como obras de ficción, por eso me gusta tanto lo híbrido, porque te ayuda a moverte por diferentes estadios.

La escritura es conocimiento que moldeamos con ficción y fantasía. Muchas veces dicen que la realidad supera con creces a la ficción; en mi caso, ese dicho encaja como un guante. Existe una frase de la película El príncipe de las mareas que dice: Hay familias que viven toda su existencia sin que les ocurra algo con un mínimo de interés. Siempre he envidiado a esas familias. Tal vez esa frase resuma mi vida y mi literatura.

P: ¿Cómo interactúan el poeta y el narrador que hay en ti?

R: No me considero poeta, para mí es una palabra enorme. Me siento más cómodo con la denominación escritor o narrador, si se me tiene que encajar en alguna parte. No me gustan las etiquetas y en la literatura menos.

P: En tu libro publicado más reciente, Columna del miedo, nos ofreces once historias ambientadas en su mayoría en la Guerra Civil. Aunque todos los relatos son piezas independientes hay algunos lazos que los unen entre sí, como la aparición de los mismos personajes en varios cuentos o la simultaneidad de sucesos, por ejemplo, el bombardeo del Mercado de Alicante por parte de la aviación fascista, de manera que podría leerse también como una novela fragmentada.

R: Se creó tal vez con esa intención, la de la novela fragmentada, pero también quería que cada pieza fuera independiente, que cogiera su rumbo. La obra que me influenció a la hora de afrontar la escritura de Columna del miedo fue Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez, salvando las distancias, ya que Méndez es un maestro. Me han llegado a comparar mi libro con la obra de Chaves Nogales, cosa que me da cierto pudor, porque es otro maestro y realmente no pensaba en él cuando escribí Columna del miedo.

P: Columna del miedo es un homenaje claro a las víctimas del bando republicano, o sea los damnificados por las tropelías franquistas, los perdedores y represaliados. Aparentemente no hay equidistancia, pero una lectura atenta nos dice que la temática real es el horror, la barbarie, y que incluso los vencedores también sufrieron las consecuencias de nuestra guerra fratricida.

R: Como hijo, nieto, biznieto, de vencidos de la guerra, evidentemente les debía un homenaje. Nunca me ha interesado la novela histórica, para eso ya están los historiadores, pero sí me interesaba aquel recuerdo que machacaba día tras día a mi abuela paterna. Ella nos contaba, y lo revivía por el Alzheimer, el bombardeo del Mercado de Alicante y relataba cómo una mujer corría sin cabeza porque se la había sesgado la metralla de una bomba. Esa imagen tan horrible la había vivido con ocho años. Realmente, Columna del miedo,cambiando cosas, se podría extrapolar a cualquier guerra.

P: Hay en estos cuentos también una visón satírica, bizarra, grotesca, tragicómica que asoma también en toda tu escritura, por ejemplo, en el “Hijo del tullido”.

R: Tengo cierta obsesión con los miembros cercenados. Mi abuelo paterno, al volver de la guerra, casi sin heridas, trabajando en una fábrica de ladrillo, perdió una mano en la prensa que manejaba. A mi abuelo materno le quitaron las cuerdas vocales por un cáncer de laringe, a mi padre le extirparon la vejiga por otro cáncer. Todo eso de la amputación o la extirpación me ha llegado a obsesionar, me fascina. Es como que te mueres por fascículos.

P: Como oriolano, he de destacar que el protagonista del relato “Tan solo una sombra” no es otro que el poeta Miguel Hernández. Le rindes homenaje al narrar el episodio de su detención en Portugal como sospechoso de haber robado el reloj que le regaló Vicente Aleixandre.

R: Ese episodio me parece de una carga poética inmensa. Cuando detienen a Miguel Hernández llevaba el reloj y le pillan porque va a empeñarlo en una joyería portuguesa. El joyero, al ver a un señor con ropas humildes y alpargatas, se cree que es un ratero. Creo que ahí Miguel pecó de inocente. También me fascina que llevara consigo el libro La destrucción o el amor de Aleixandre.

P: Tú, que has publicado un diario nada complaciente durante los días más duros de la pandemia, ¿no crees que ha habido una confusión de ocio con cultura durante el confinamiento y que la cultura se ha convertido en un mero entretenimiento para llenar las horas muertas?

R: Lo hubo, pero fue debido al miedo. No sabíamos qué iba a pasar, estábamos todos (me incluyo) acojonados. Las plataformas como Netflix, HBO, Filmin… nos proporcionaron esparcimiento. Yo sí aproveché para leer mucho, escuchar mucha música y escribir, sobre todo. En esos días retomé La estirpe (la tenía aparcada desde hace ocho años) y aproveché esos meses para darle la forma final.

P: Dicen las lenguas críticas que la escritura diarística es el recurso de los escritores sin género y de aquellos que carecen de imaginación. Sin embargo, hay cada vez más escritores que practican esta miscelánea, esta hibridación en la que, como en un cajón de sastre literario, caben todos los géneros y subgéneros.

R: El diario sirve para marcar el rumbo. A mí me gusta leer los diarios de los autores que me gustan porque es una forma de acercarte a sus obsesiones, sus gustos, la lectura o su vida. Es como un making of en el cine, la antesala. Yo me he criado en un taller de joyería, puede que el diario sea eso, el taller del escritor.

P: Pasemos a tus dos libros de poesía. En ellos son muy importantes la memoria y la experiencia, ¿son un apéndice de tu escritura narrativa?

R: Como te he dicho antes, es que no me considero poeta. Mis dos poemarios tal vez fueron dos accidentes. Necesitaba contar cosas y salieron así. Muchos poemas de mi segundo poemario, Prozac, Trankimazin y otros parques infantiles, publicado por Huerga & Fierro editores en 2012, sean posiblemente la antesala de lo que ha sido La estirpe.

P: Lo terrible, lo monstruoso, lo siniestro… Esta obsesión tuya por el lado oscuro del ser humano actúa como contrapunto a la nostalgia, quizá sanadora o redentora, que late en tu escritura. Lo monstruoso está presente, sobre todo, en tu nuevo libro, La estirpe. ¿Proteges el portón de la morada que esconde tu propio monstruo, o prefieres darle la libertad para poder librarte de él?

R: Nunca me voy a poder librar de él o de ellos. Mis demonios o mis monstruos campan a sus anchas y no se van, no se quieren ir o no dejo yo que se vayan. Para mí la nostalgia tal vez los alimente, les dote de vida. Tal vez hay demasiado dolor y demasiada muerte en mi infancia y adolescencia. Por desgracia, descubrí muy pronto el dolor de la ausencia de un ser querido y ese monstruo es difícil matarlo.

P: En tus libros son frecuentes las semblanzas de algunos familiares y amigos, pero hay una presencia constante de tus abuelos.

R: Mis abuelos maternos son mi única patria verdadera, lo digo siempre. Fueron mis mayores consejeros y son, han sido y serán mis pilares y los que me ayudan a ordenar el mundo que me rodea.

P: Otro de los mimbres conductores de tu obra literaria es Elche, tu ciudad natal, especialmente su periferia.

R: Yo adoro la periferia de cualquier ciudad, pero por la emigración de los 60 me tocó Elche por decisión de mis abuelos. Me podría haber tocado Barcelona, Zaragoza o Valencia. A mí me gusta el descampado, el polígono, el Yoni y la Vane, los obreros tomando cañas antes de volver a casa, y eso es extrapolable a cualquier ciudad. Eso sí, a veces todo ese mundo es tan ruidoso que me deja poco margen a la concentración a la hora de escribir.

P: ¿Los textos literarios y cualquiera de las obras de arte son producto del desencanto y la infelicidad, como afirman tantos creadores?

R: No siempre. Yo, a pesar de las desgracias externas, he sido un niño aparentemente feliz. Me encanta reírme, las bromas. Tuve una buena infancia a pesar de todo. Tengo unos padres fantásticos y una familia materna a la que adoro, no me puedo quejar.

P: Como crítico en revistas literarias y en el suplemento ‘Arte y letras’ del diario Información te has ocupado de autores consagrados y otros no tan conocidos, e incluso noveles; todos pertenecientes a distintas estéticas y trayectorias. Desde tu flexibilidad o transversalidad, ¿qué criterios determinan tu elección?

R: Nunca me han gustado las capillitas, los grupos. Intento dar voz a todas las corrientes poéticas, todas. Por suerte tengo amigos y amigas que pertenecen a casi todas las corrientes: poesía de la experiencia, de la diferencia, simbolistas, y todas las que tengan un mínimo de calidad me parecen válidas. Intento cada semana sacar algo distinto, diversificar, creo que lo estoy consiguiendo.

P: ¿En qué situación se encuentra la poesía española?

R: De efervescencia. Hay grandes poetas, grandes editoriales y festivales y recitales por todo el país. Internet ha sido una gran aliada a la hora de darse a conocer.

P: Y afinando aún más, te voy a poner en un brete: ¿cómo ves el panorama de la poesía alicantina actual?

R: Maravilloso. Siempre lo ha sido, no te voy a decir nombres para que no se cabree alguien que se me olvide mencionar, pero hoy día hay grandes autoras y autores alicantinos. He puesto primero autoras porque me estoy quedando fascinado por la riqueza de poetas femeninas que estamos teniendo. Por ejemplo, en los premios valencianos de la crítica hay dos autoras alicantinas en la final, eso ya es un gran síntoma. Nunca he visto el género en el arte y siempre he reivindicado el papel importante de las autoras.

P: Por último, ¿en qué proyectos andas metido ahora?

R: Pues acabando todos los pormenores para la salida de La estirpe (es como preparar la casa a un nuevo bebé que llega). Y escribo dos obras: un libro de cuentos titulado Illinois (historias ambientadas en la América profunda y rural), y una novela sobre mi barrio (El toscar, que es el barrio donde estaban las fábricas de Kelme), donde narro situaciones que viví en mi infancia en los 80-90, y, además, todas las críticas literarias. Tengo faena para rato.

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