Ha finalizado un año horroroso en coste de vidas arrebatadas por la pandemia, horrible para incontables trabajadores sanitarios al borde de colapsar. Una generación joven, magnífica, hipercapacitada, ve inesperadamente que tiene que encadenar una crisis tras otra, encaminando esta década del XXI a la que muchos ciéntíficos llaman La Década Definitiva, momento clave para afrontar los desafíos globales de nuestro tiempo.
Esta columna se ocupa de algo pequeño, el análisis del fenómeno moda, y del pasado año recordaremos entre otras cosas el exponencial aumento de las ventas en el comercio electrónico y la lógica consolidación de las mascarillas textiles como acicate de glamour. 2020 ha supuesto para muchas firmas entrar en pausa, en caída libre o en modo reinvención a través del desarrollo de nuevos productos poniendo, obligatoriamente, al consumidor real en primer lugar (por otro lado el lugar que le corresponde). Una de las cosas que ha quedado clara es que mayoritariamente se sigue confundiendo moda con tendencia, y confundir moda con tendencia es uno de los signos habituales de tener muy poco aprecio por la moda, es como quedarse en el prejuicio. Y en moda el prejuicio hace flaco favor a los creativos pero vende muchas camisetas y lentejuelas. La definición de moda es ámplia, atiendan a la real academia de la lengua, engloba un oficio y a todos sus sectores y modos.
La moda empieza el año con muchos de sus profesionales afectados por las secuelas colaterales de la crisis sanitaria, entre ellas el repliegue del consumo presencial. La moda que venía ya de una profunda crisis y que ahora se encuentra ante algo así como la crisis de la crisis. La moda no va a desaparecer, por eso no se preocupen los que la aborrecen o los que no la entienden. La moda sigue, pero los modos de consumo sí varían, fluctuan, decaen, y con ello igualmente los profesionales de este arte efímero.
En nuestro país la asociación de creadores de moda (ACME) hace ya tiempo que trata de motivar, desde sus acciones y redes, a que el público interesado tenga mejor consideración hacia la moda hecha en España, hacia los ritmos de producción más pausados, hacia los talleres de las pequeñas y medianas firmas autóctonas… Pero contamos con un gran público que ha dado la espalda sistemática y recientemente a lo que aquí se manufactura. Otra gran parte del público está necesitada de eventos, que evidentemente se han suspendido, reducido o convertido en residuales con la situación actual. Vivimos en una sociedad que sigue necesitando un evento para vestir, poco menos que la cultura del cóctel. Vestimos para los demás, todavía. A pesar de décadas de creadores proponiendo y animando a la imagen personal. Seguimos aún necesitando un evento que nos mueva a pasarlo bien con la moda.
Me consta que muchos modistas se han preguntado en 2020 cuántas personas (durante y después del confinamiento) no habrán sucumbido a la inopinada comodidad del pijama, cuántos habrán decidido ponerse una pequeña sonrisa al seguir eligiendo parte de sus prendas y accesorios, aunque no haya evento ni pública figuración. La moda es también esa mínima y personal sonrisa frente a la catástrofe.
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