El más antiguo asesor electoral fue Quinto Tulio Cicerón, que en el año 64 a.C redactó un breve manual (Comentariolum petitionis) para su hermano Marco Tulio, que decide presentar su candidatura al consulado. En escuetas veinte páginas, Quinto Tulio esboza la estrategia a seguir para su hermano mayor, un neófito en las lides de la política. De su lectura se desprende que en todos los siglos venideros poco o nada ha cambiado en este campo. La cuestión ideológica, o “los programas”, quedan al margen de consejos absolutamente pragmáticos que da, como por ejemplo, “que aparente otra forma de ser y comportarse” para agradar tanto a amigos como a potenciales enemigos. Le aconseja convencer a los nobles de que siempre ha estado a su lado, “que jamás has apoyado a los Populares y que si alguna vez pareció que hablabas como éstos, era con la intención de ganar a Pompeyo”. El clientelismo es fundamental, la colaboración de los amigos se cimenta en favores mutuos y si éstos son prominentes, pues mucho mejor. Pero tampoco hay que despreciar a la plebe y a quienes en circunstancias normales el candidato apartaría. Todos son útiles. No hay que despreciar ni olvidar a los líderes de las asociaciones, los barrios, los pequeños villorrios de los cuales es preceptivo recordar sus nombres así como el de sus habitantes: “La gente de pueblo y sus provincianos creerán que eres íntimo si les llamas por su nombre de pila, si además ven que relacionarse contigo va a beneficiarles, no dudarán en sumarse a tu causa”. Hay que procurar ser visto a diario con todos y por todos. ”Tu popularidad se medirá por el número de los que visiten tu casa”. Es necesario ser “visible”, tal como ahora lo es para un candidato aparecer en todas las tertulias de televisión o en los telediarios.
Habrá quienes desconfíen del candidato, un advenedizo en las lides electorales. La plebe no mira con buenos ojos a los recién llegados, tampoco los veteranos que ya han sido cónsules y sus descendientes. “La obtención de la más alta magistratura del estado, exige no descuidarse ni un momento y dedicar atención, diligencia y trabajo hasta el más mínimo detalle”. Por tanto, habrá que prestar atención tanto a “amigos” (visitantes de la casa, parientes, etc.) como a enemigos “submarinos”, a los que habrá que tratar como si fueran también amigos dignos de toda confianza, pero sin bajar la guardia ante ellos.
La campaña, según el hábil y astuto Tulio, se convierte así en un espectáculo de pura forma en el que poco importa lo que sea o piense el candidato, sino en cómo es visto .Problemas de comunicación, que dirían ahora los asesores.
Hay que procurar que sobre los adversarios caiga la sombra de la corrupción: “Como en esta ciudad (Roma) pecadora y viciosa la corrupción vence a la honradez, sé consciente de que tú, más que nadie, significas el miedo a la Justicia y a la cárcel, hazles ver que estás en guardia y que no te pierdes detalle”. Por lo tanto, concluye: “si no te descuidas, si movilizas suficientemente a tu gente, si repartes bien entre los tuyos con influencia las responsabilidades, amenazas a tus oponentes con investigarles, metes miedo a los caciques y espantas a los que compran votos, podrás conseguir que las elecciones sean limpias”.
La democracia romana ya está moribunda, en plena crisis. Al poco tiempo, Julio César tomará el poder manu militari y Marco Tulio y los suyos pagarán con su vida la estrategia del engaño y la apariencia.
En democracia, “no son los electores los que eligen a los candidatos, sino los candidatos quienes eligen a los electores”, afirmaba Julio Camba. Cronista de las Cortes en 1907, proponía una revolución que sirviera “para algo más que cambiar unos diputados por otros”. Lo mismo decía el congresista Pérez Galdós, citado por el mismo periodista: “deshacerlo todo, todo…y luego, ya veremos”.
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