Escribir , decía hace algunas fechas, aquí, es invención. Pero tal vez uno se ha quedado corto ante la complejidad del asunto. La escritora italiana Elena Ferrante aborda ese proceso en su recopilación de charlas convertida en ensayo bajo el título de En los márgenes (Lumen, marzo de 2022). Tal vez el original, I margine e il dettatto (los márgenes y el dictado), revele mejor el sentido de estas reflexiones, en las que la enigmática Ferrante , de quien se dice que es una traductora llamada Anita Raja, que utiliza este pseudónimo para ocultar su identidad, destripa sus técnicas abriéndose ella misma en canal como mujer que ha tenido que superar el zapato chino de la marginalidad de la escritura “femenina”.
Todo comenzó, relata, con los primeros cuadernos en la escuela primaria, con sus márgenes que constreñían la caligrafía infantil. “Si tu escritura no quedaba encerrada en esos hilos tendidos, te castigaban”. Esos renglones y esos márgenes siguieron condicionando de manera inconsciente su escritura, cuando habitada por una vez extraña a su propio yo empezó a escribir. Entonces, un párrafo de  ese extraño libro-considerado por muchos una obra maestra- de Italo Svevo (La consciencia de Zeno) le produjo una especie de revelación, al comprobar que el protagonista tenía problemas similares a los suyos cuando “repantigado en un sillón club” cogía “un lápiz y una hoja de papel”. El pensamiento del escribiente se disociaba de él y al mismo tiempo “ese pensamiento lo ve”. Es algo en movimiento, que sube y baja y se “manifiesta” antes de desaparecer. Entretanto, las letras , muchas, que forman las palabras del texto, se afanan por captar algo inasible, tal vez el pasado.
Elena Ferrante , por entonces, leía mucho y tenía la curiosa sensación de que de las páginas de esos libros surgía una voz masculina. A los trece años ella ya escribía y esa voz de hombre, de un ser invisible o indefinido (“no sabía siquiera si tenía edad o era mayor, tal vez viejo”)  era la que le dictaba lo que debía poner por escrito.
Su complejo de inferioridad literaria respecto a lo masculino se resuelve con la lectura de otras mujeres  literatas, como Gaspara Stampa (poetisa del Renacimiento italiano) o Virginia Woolf. Ellas le enseñan que la escritura puede y debe violar las reglas del juego y los cánones establecidos. Sin embargo, ha de luchar con las letras y las frases que forman. Hay dos tipos de escritura, advierte: la que de niña le celebraban sus maestros que le decían que sería una buena escritora  y la otra que surge sorpresivamente, se manifiesta y luego se eclipsa.
“El acto de escribir es puro tentar a la suerte”, afirma Ferrante, luego de conocer que la Woolf le dice a su amigo , el también escritor Lytton Strachey,  que “mete la mano en un pastel y hurga”,  y que además ella siente que es “veinte personas distintas”. Cuando uno escribe, ciertamente,  no sabe quién es.
Luego, está el problema de encontrar “la escritura verdadera”, esa que Woolf define como “un concentrado de sensibilidades”.

LA VIDA VIVA
Elena Ferrante describe con profundidad y sutileza el largo proceso -“prolongado e insatisfecho aprendizaje”-  que la convierte de lectora adolescente a autora. Con la ayuda de Beckett, que cita para decirnos que en literatura son imprescindibles las formas o estructuras robustas, que ella adopta.
Desde la jaula de sus cuadernos escolares hasta la rebelión posterior, la escritora prosigue en su lucha oscilando entre el equilibrio y el desequilibrio, entre el orden y el desorden: “Así, la novela de amor empieza a satisfacerme cuando se convierte en novela de desamor”.
No le ha ido mal a la autora de numerosos títulos, algunos de ellos llevados al cine, como La hija oscura y a la televisión, como la saga “Dos amigas”. Quien quiera seguir sus aguas tiene en este ensayo, del que reseñamos parte de su esencia, un texto necesario para entender mejor el oficio de escribir.
Hay que tener en cuenta, concluye la Ferrante tras analizar la Divina Comedia, que “ninguna lengua y ninguna escritura se hacen solas. Es decir, el escriba debe estudiar y alcanzar una destreza tal que la palabra, al hacerse escritura es “casi como” si corriera del interior al exterior, del corazón a la página, de modo autónomo”.
Gertrude Stein, otra de las grandes inspiraciones de Ferrante, citada aquí por ella, decía que Hemingway era cobarde (yellow)  porque en vez de contar su historia verdadera se limitaba a escribir “confesiones” para impulsar su carrera. El ejercicio de la escritura literaria requiere valor para contar las cosas tal como son, como planteaba Diderot  en Jacques el fatalista. Presentar un producto literario “bien hecho” puede funcionar pero es mentiroso si se hace por razones oportunistas. Es de la “vida viva”, como la llamaba Dostoievski, “de donde provienen los grandes y pequeños motivos para escribir”, afirma la best seller italiana. Hay mucha gente que escribe bien, pero los imprescindibles se distinguen por la manifestación de una problemática constante y un universo inconfundible en sus palabras.