A finales del S. XVIII, el filósofo utilitarista Jeremy Bentham ideó una estructura  arquitectónica carcelaria desde la que se podía tener una visión general o total del interior desde un único punto de observación. Muchas prisiones, en Estados Unidos o Europa adoptaron la diabólica idea, que con el tiempo trascendió hasta convertirse en el concepto de “panoptismo”, que ya no representa simplemente la posibilidad de ver sin ser visto, con las connotaciones evidentes del poder que confiere al observador sobre el sujeto observado, sino que define a la sociedad autoritaria  que impone conductas  a una multiplicidad humana cualquiera.

El filósofo coreano Byung Yul Han ha acuñado la expresión “comunicación panóptica” o “panopticom” para representar la realidad que vivimos con la tecnología digital y concretamente el uso del smartphone en nuestra sociedad moderna. Ya no es que exista un “Gran Hermano” orwelliano que nos vigile a cada instante, sino que somos nosotros mismos los que voluntariamente entregamos toda clase de información, incluyendo la más íntima y personal, la de nuestra familia también y hasta la de terceros desconocidos. “Creíamos que el espacio de la comunicación era un espacio de libertad”, dice Byung , profesor en universidades de Alemania y autor de numerosos libros sobre la sociedad actual, como el titulado “La Sociedad de la transparencia, donde concluye que en nuestra sociedad supuestamente libre, la libertad resulta ser el control”.

En medio de todo este nuevo orden comunicacional está la amenaza del espionaje estratégico, político, diplomático y militar. Esto es lo que traen las principales noticias del día, la “rabiosa actualidad” que nos ofrecen los medios, desde el desayuno a la cena.

El debate en las primeras instituciones, el Congreso y próximamente en los tribunales estará centrado en la legitimidad o ilegitimidad de tales acciones, aunque parece difícil -por no decir imposible- que lleguen a determinarse los orígenes y por ende, los culpables.

La extrema derecha se ha adelantado a justificar el espionaje, supuestamente ordenado por el gobierno, a los independentistas catalanes. “Poco es”, ha afirmado Macarena Olona, con su habitual desparpajo insolente. Los socios a la izquierda del gobierno de la nación sostienen la postura opuesta: no hay nada que ampare el espionaje a instituciones o partidos políticos en una sociedad democrática.

Los días que han transcurrido desde que se ha sabido lo del escandaloso asunto nos han traído nuevas revelaciones sorprendentes. Los móviles del presidente del gobierno y algunos de sus ministros también cayeron en cuarentena, afectados por el virus “Pegasus”.

No me atrevo a augurar como va a acabar esta novela que ni John Le Carré podría haber imaginado. Los ingredientes novelescos son de primera, hay que decirlo. Una guerra en los confines de Europa que amenaza con propagarse para incendiar al continente entero o al planeta, un lío diplomático entre España y dos naciones norteafricanas que controlan la llave del escaso y carísimo gas, que convierte en sospechosa del espionaje a una de las dos, un pacto de gobierno que se tambalea por la desconfianza generada entre sus socios en el Ejecutivo y los parlamentarios…

La intriga está servida y el título más idóneo, qué pena, ya está inventado: “Entre espías anda el juego”.

Algo está pasando y los expertos en tecnologías inteligentes están tomando protagonismo en los medios informativos nacionales. Unos medios que la organización Reporteros sin Fronteras han relegado al puesto número 32 en su informe anual sobre la libertad de expresión en el mundo, porque “cada vez opinan más e informan menos”. Estos expertos del panóptico digital ya advierten que hemos pasado de la relación humano-máquina (diálogo en un lenguaje artificial creado para nuestro uso con nuestro ordenador, móvil, etc.) a otra en la que estas máquinas han tomado el control de nuestras vidas porque ya dominan los secretos de la evolución de nuestro propio lenguaje.

Pegasus es el monstruo de la comunicación panóptica que parece haber escapado a todo control. Una viñeta de un periódico digital escenifica la situación con unos togados que en segundo plano que aseguran que se trata de un “programa  de uso restringidísimo” y que  “solo se vende a gobiernos para seguridad nacional , y un juez de la alta magistratura debe autorizar su aplicación”. En el primer plano, dos policías  y uno de ellos, una mujer que sostiene un móvil, le dice al otro : “¡Eh, me han pasado el Pegasus!. ¿Te lo paso?”.

Los agoreros de todo pelaje pronostican que todo esto acabará mal, como el tan famoso “rosario de la aurora”. Porque, siguiendo con la invocación al folklore, aquí pasa como en la copla andaluza que dice: “Córdoba (aquí pongan La Moncloa o lo que deseen) tiene un misterio, pero no se sabe cuál”.