Es muy fácil… sólo has de sentir la música
Sí, lo tengo que admitir. Hoy, como otras muchas veces, Los Ramones me han salvado otra vez. Tras un par de semanas de buceo en la nada, en las que el sólo hecho de intentar escribir unas líneas se convertía para mí en un calvario de inanidad (sequedad de ideas, sequedad de temas e historias, dudas y más dudas, todo ello unido a esa perturbadora tendencia, ya recurrente en mí, a juzgar como espantoso cualquier texto que se me ocurra estos días teclear en la pantalla), por fin he caído en lo que estaba pasando. Y eso que la solución era muy fácil.
Es cierto que la música de Constance Demby es maravillosa, su sonido espacial te eleva y lo sientes como una caricia para el alma, pero no es el fondo más adecuado para escribir un texto como éste. Su escucha te transporta muy lejos y mucho más allá de ti, te lleva a reinos que no son de este mundo en los que es muy fácil perderte (como ejemplo os recomiendo que escuchéis el tema Darkness of the space, así comprobaréis lo que os intento transmitir). Era la música equivocada y era ya hora de cambiar, eso es lo que he hecho. Dejemos en paz a Constance y pasemos a Rockaway Beach.
Porque la música tiene ese poder y es verdadera magia, capaz de transmutar nuestro estado de ánimo. Una melodía mal elegida puede ser el enemigo que te hunda el día. Pero si escoges el estilo y autor adecuado, éste te impulsará a llevar tu creatividad hacia adelante, a centrar tus ideas, e incluso a sugerirte al oído el camino correcto para la consecución de tu trabajo. O simplemente, a situar tu estado de ánimo en el punto correcto.
¿Nunca os ha ocurrido que, inmersos en la confección de un informe que debéis ineludiblemente entregar al día siguiente, de repente la influencia de cierto tema musical os ha impulsado a dejarlo todo y bailar como locos en la soledad de vuestra habitación? Simplemente escuchar los primeros compases de Night in Chicago de Cherry Laine, levantarte y girar sobre ti misma hasta caer exhausta y, después, sentarte frente al ordenador con las ideas mucho más claras. A mí sí me ha ocurrido, muchas veces.
La música también ataca, te embosca incluso en el momento más inesperado. Además, es tramposa y se ceba en tus recuerdos. Escuchar de repente en un bar a Roger Hodgson y su Lovers in the wind te puede retrotraer a la muerte prematura de tu mejor amigo de tus 15 años, junto al que a veces escuchabas este disco. ¡Mierda! ¡Sólo tenía 15 años! Pero ahora tú misma tienes ya 50 años, ha pasado mucho tiempo y sigues llorando.
En cambio otro día se te ocurre dedicarle a tu pareja el Reasons for waiting de Jethro Tull, o prepararle una cena sorpresa con I´m not in love de 10cc. Son dos de los mejores temas de amor jamás escritos. Y creedme de verdad, funcionan.
¿Y quién no se sigue emocionando al escuchar sus temas de adolescencia? Esas melodías que te marcan, y que en el momento crees de verdad que será para siempre. Pero sabed que no es así. Llega un punto en tu vida en el que la que creías que era tu música te abandona, esa música sigue ahí, pero tus recuerdos van poco a poco empalideciendo.
Creedme, la que os escribe pincha todas las semanas en más de un pub de nuestra ciudad, y llega un momento en tu vida en el que la música ya es sólo música. Maravillosa, pero sólo música. Se siente pero los 80 quedaron atrás, aunque sólo aquellos que los vivimos sabemos que los grupos musicales de entonces son muchísimo más que aquellos temas que ahora aparecen en cualquier antología de “los 100 mejores hits de los 80″.
Reconócelo, a estas alturas ya no sientes lo mismo cuando escuchas el Relax de los Frankie goes to Hollywood o el maravilloso Blancanieves de dj. Ventura & Mr. Baker que bailabas en las sesiones de tardeo light en nuestra vieja y alicantina discoteca Bugatt. ¿Quiénes recordáis The Voice de Ultravox o el Rocky road de Lene Lovich? Los 80 son mucho más que un Hoy no me puedo levantar o ese odioso y machacón «bolinga, bolinga, bolinga». Os hablo de esta década como ejemplo, porque esto sucede con todas las épocas y con todas las décadas. El tiempo ejerce su criba, pero no siempre de la forma adecuada.
Pero ella (nuestra música, la de cada uno) sigue estando y siempre estará ahí. La niña que fue quien os habla, que a sus tres añitos se hechizaba con el Yo no soy ésa de Mari Trini o nuestros amados Pekenikes y su Cerca de las estrellas. La misma que en su adolescencia descubrió nuestro rock autóctono y de paso nuestra preciosa isla de la mano de los alicantinos Mediterráneo y su tema Tabarca (para mí la perfección total, en melodía y sentimiento) ahora escribe guiones de terror de la mano de Vangelis y sus Heaven&Hell, Mask o Mithodea. La adolescente que en su momento descubrió la música clásica gracias a bandas sonoras como Excalibur (Wagner y Carl Orff) o 2001: una odisea del espacio (Ligeti, los dos Strauss, Kachaturian), ahora se hechiza y deja arrastrar con Debussi, Ravel, Raschmaninoff o la música antigua de mi amado Jordi Savall.
Naturalmente éste es un artículo trampa, un artículo para escuchar. Para los que ya sois melómanos irredentos como yo, espero que esta lectura os traiga muchas evocaciones y recuerdos. Para los que no lo sois (espero que sólo sea un aún), también espero que estas líneas os hayan dado alas, o por lo menos, un poquito de curiosidad para investigar los temas y autores que cito aquí; y de paso engancharos y adiccionaros a esta maravillosa fuente de arte y sentimiento, que es y será el mundo de la música, en el que siempre hay y habrá muchísimo por descubrir.
Comentarios