Había una vez un grupo de señoras que perseguían un ideal tan necesario y beneficioso para el conjunto de la Humanidad como es la emancipación de la mujer y la superación de su condición social de inferioridad hasta lograr la definitiva equiparación de sus derechos a los del hombre. A este ideal lo llamaron Igualdad, y al medio que utilizaron para conseguir este fin, feminismo. En el transcurso de su lucha, una de las herramientas que idearon y cuya utilización difundieron para conseguir esa tan perseguida igualdad era aquélla a la que en el lenguaje o jerga que les era propia denominaron abolición de los estereotipos de género, lo cual no significaba ni más ni menos que reeducar a todas las personas con la finalidad de dejar atrás todo comportamiento de dominio y sumisión establecidos por razón del género al que pertenecieses. Una teoría que tenía del todo su lógica y, aparte de las sempiternas y también lógicas reticencias a su ideal por parte de muchos hombres y mujeres, era un método que se podía llevar perfectamente a la práctica. 

En una de las etapas de consolidación de su movimiento a las que ellas llaman «olas» y que, para entendernos, se tratan de algo parecido a los concilios ecuménicos de la Iglesia Católica pero sin sede fija en los que se concretan una serie de principios y directrices para las activistas de este movimiento, a alguna de ellas se le ocurrió cambiar la expresión «abolición de los estereotipos de género» por la simple «abolición del género». Esto sucedió en aquélla a la que la mayoría de ellas denomina ola número cuatro, y se trataba de un cambio que abandonaba del todo el activismo real y la lógica positivista y encaminaba al feminismo a entrar de lleno en el pantanoso terreno de la mística, ya que al hacerlo no se pararon a contemplar la realidad de que nuestro género, ya sea masculino, femenino o no binario, no se puede abolir ni de ninguna manera se le puede hacer desaparecer, teniendo en cuenta la real y recientemente demostrada existencia de condicionantes biológicos que definen el origen de la identidad de género en todo Ser Humano. En la práctica, ese «abolir el género» consistiría en algo así como cortarte un brazo o inutilizar tu sentido de la vista. 

El propósito de este cambio en su terminología era muy fácil de entender: estas pretendidas y autodenominadas «guardianas de la ortodoxia feminista» entendían equivocadamente que, si el género fuese una condición biológica implícita, los roles de hombre y mujer como superior e inferior respectivamente y los comportamientos y estereotipos derivados de ellos quedaban prefijados y condicionados de forma natural como parte de nuestra personalidad, por lo cual no existiría ninguna posibilidad para las mujeres de llegar a la igualdad y poder sobreponerse a su situación. Esta «abolición» también resultó ser para una parte no desdeñable de ellas una muy práctica artimaña de ataque frontal contra la existencia de las personas trans, condición identitaria contemplada hasta ese momento como una especie de sentimiento sin un origen definido y, por tanto, muy fácil de atacar ideológicamente hasta su total supresión como sujeto político…

Tras este muy sucinto resumen del tema nos queda claro y diáfano que la misma existencia de las personas trans molesta y perturba a las defensoras de este sendero torcido dentro del feminismo y de los Derechos Humanos, ya que, según estas sacerdotisas del binarismo, la condición trans difumina la frontera entre los dos «sexos biológicos», expresión muy básica basada precisamente en un concepto equivocado de la biología, la cual prefieren utilizar en lugar de género porque la aceptación de este concepto se cargaría, como estamos viendo, todo su castillo ideológico. Como curiosidad, decir que esta sección del feminismo se niega también a aceptar las denominaciones cis y trans, ya que eso implicaría para ellas aceptar que las mujeres trans somos mujeres, un hecho que no cabe en su esquema de las cosas, en el que sólo son mujeres aquellas a las que denominan «biológicas».  Las TERF (Trans Exclusionary Radical Feminist), tal y como así fueron bautizadas por el mismo movimiento feminista, temen que esta «obstrucción» de la claridad en su teórico campo de batalla perjudique y haga peligrar una serie de privilegios adquiridos basados en su concepto de sexo y a los que ellas llaman derechos, los cuales, en realidad, en base a una real discriminación en estos momentos legal y mal llamada positiva, crean una profunda brecha de desigualdad entre el horizonte vital de las mujeres cis y el de todas las demás personas. Quienes hayáis podido ver a estas señoras o a sus valedores en sus frecuentísimas apariciones en medios las escucharéis escudarse en una larga serie de argumentos pantalla (biológicos, médicos, humanitarios, conspirativos…) para ocultar el egoísmo de sus reales objetivos. Pero el último fin que defienden y subyace bajo todas estas excusas y manipulación no es ni más ni menos que el que os acabo de exponer: el mantenimiento de esta serie de privilegios y toda esa monolítica infraestructura económica y política que las beneficia en base a ellos, y en la que más de una de las propagadoras de toda esta antiverdad se ha labrado una larga y provechosa carrera. Que no os engañen, chicxs.

Tal y como os comentaba más arriba, todo este constructo doctrinario choca de frente con una serie de verdades científicas y hechos objetivos demostrados empíricamente, lo cual sitúa la idea de la «abolición del género» y la predicación de su inexistencia enmascarada en su teoría del «constructo social» en el simple campo de las creencias personales y sectarias, equiparándose del todo este «activismo feminista» al catecumenado y adoctrinamiento en cualquier secta o religión. Así, y a lo largo de su existencia, las TERF se han revelado como profesantes de una secta enquistada dentro del movimiento feminista, la cual ha sido desde su principio y hasta la actualidad utilizada para su propio beneficio por los representantes de distintas fuerzas políticas, algunas de ellas, como todos sabemos muy bien, del todo contrarias a la Igualdad efectiva de todos los Seres Humanos.

Cuando escuchéis aquella típica contraargumentación de «ser mujer no es un sentimiento» recordad que naturalmente que no lo es, la identidad de género es la sensación o experiencia de un fenómeno biológico definido y de constatada realidad. Recordad que las vísceras no son un argumento. Y recordad también que 200 años de feminismo validan tanto estas estrambóticas creencias como toda esa sucesión de milenios en los que se aceptó y se estudió la teoría de la Tierra Plana o el Geocentrismo y sus delirantes epiciclos. Y recordad por fín que las supersticiones, incluso aquellas mentiras utilizadas a conveniencia por motivos ideológicos y políticos, se acaban siempre extinguiendo ante el inexorable barrido de la ciencia y la verdad. 

Eppur si muove, chicas.