Si le creemos al Génesis , Dios puso al hombre en un jardín llamado Edén después de haberlo creado a partir del barro. En lenguaje coloquial, edén es sinónimo de Paraíso, que etimológicamente proviene del griego paradeisos (jardín). El escritor chileno Cristian Alarcón ( La Unión, 1970), utiliza este término en su novela El tercer paraíso (Premio Alfaguara de Novela, 2022) para dar forma a una narración anfibia, fragmentaria, en la que alterna episodios autobiográficos y de su saga familiar con el mundo de la botánica. Alarcón, hijo de unos padres exiliados en la remota Patagonia argentina, redescubre la naturaleza agreste de su infancia en la Araucanía chilena cuando en medio de la pandemia decide habitar un terreno rural alejado de Buenos Aires, donde instala una vivienda precaria en un viejo contenedor y se dedica a cultivar un jardín. Toma clases on line para aprender los rudimentos de su nuevo hobby y emprende con entusiasmo la difícil tarea de identificar la inmensa variedad de especies vegetales y la de entender el complejo método de hacerlas crecer y multiplicarse mediante cuidados, abonos y mucha paciencia.
Si no fuera porque resulta impensable que Alarcón y Byung-Chul Han se plagiaran mutuamente, se diría que el escritor y periodista chileno y el filósofo coreano recibieron simultáneamente la misma inspiración de sintonía con la naturaleza. La que llevó a este último a cultivar un primoroso jardín en el frío Berlín, al que llamó su “jardín secreto” registrando con minuciosidad el desarrollo de sus flores y plantas en su libro “Loa a la Tierra”, de 2020. Pero mientras Cristian Alarcón además de contar prácticamente lo mismo aderezándolo con sus extensos conocimientos del desarrollo histórico de la ciencia de los vegetales y los apóstoles del naturalismo y la botánica (Aristóteles, Teofrasto, Linneo, Humboldt, Mutis) lo hace relatando su via crucis familiar, el coreano nos pasea por el universo poético, artístico y musical relacionado con flores y jardines en el que aparecen figuras como Hölderlin, Schumann, Hiperión y el cantautor greco francés Moustaki, y su canción titulada Il y avait un jardín , que cita para reafirmar su idea de que la humanidad ha abandonado la inocencia edénica para monetizar y destruir el Paraíso.
Similar idea tiene Alarcón, superviviente de un mundo rural no idílico , debido a las catástrofes naturales y políticas, y que ante la emergencia del virus regresa al seno de la naturaleza para renacer mediante la escritura y el cuidado de un jardín.
El viaje por el universo de este infante herido por la miseria y la incomprensión de una sociedad primitiva que lo rechaza por su condición sexual se aborda desde la perspectiva de una tercera persona, perfil enmascarado que le permite hablar sin tapujos de la brutalidad de sus ancestros. Su propia madre le propina golpizas y lo somete a un cruel tratamiento hormonal para masculinizarlo, horrorizada al sorprenderlo vestido con su ropa. El proceso químico fracasa y el niño se inicia en el sexo con un compañero de juegos, en una escena que se describe con toda naturalidad y delicadeza.
Otros capítulos enfocan el oscuro mundo de la opresión de clase y los abusos laborales de los terratenientes y caciques locales en una época en que el futuro presidente socialista de Chile, Salvador Allende, entonces senador y eterno candidato, visitaba localidades rurales como Daglipulli, el pueblo de la familia Alarcón.
El autor protagonista era un niño cuando la cruel dictadura militar que derrocó a Allende obligó a su familia a emigrar a Argentina. En el país trasandino se educó y trató de integrarse sin éxito, pues en la escuela siempre fue extranjero y le negaron la posibilidad de recibir la bandera argentina cuando lo nombraron abanderado de su clase, a los once años. Entonces juró que sería “chileno hasta la muerte”, lo que ha cumplido hasta hoy. Con el tiempo llegaría a ser conocido como periodista de investigación en su país de adopción y escritor , con algunas novelas ambientadas en el submundo de las mafias (Cuando me muera quiero que me toquen cumbias, Si me querés, queréme transa), crónicas de viajes y perfiles de personajes marginales en Un mar de castillos peronistas, también como fundador de publicaciones como Anfibia , el sitio Cosecha Roja además de investigaciones sobre periodismo y arte.
En El tercer paraíso traspasa el género de no ficción en un viaje literario que propone múltiples lecturas , desde la perspectiva de género hasta la revisión de la botánica como instrumento al servicio de la dominación colonial europea. En este marco, personajes como Humboldt se muestran como condotieros explorando selvas para recolectar muestras que luego llevarán a sus patrocinadores o mecenas y también como seres humanos con sus particularidades, como la pasión del naturalista prusiano hacia su ayudante ecuatoriano Carlos Montúfar.
El paisaje araucano de su infancia aparece también con sus personajes arquetípicos, seres perdidos en medio de la nada y refugiados en el alcohol como los patriarcas de su familia. “Daglipulli es de borracheras largas y silenciosas, puertas adentro de las casas es el único modo en que el tedio y el larguísimo invierno pasa más rápido”. Las mujeres deben aprender a golpes la forma de superar su duro destino de sumisión y a veces lo logran a través del esfuerzo en el trabajo o los estudios. Es el caso de la madre, una auxiliar de enfermería que recurre a la sabiduría ancestral de las meicas o curanderas mapuche, que sanan al niño desahuciado por los médicos de su hospital, o asisten un malparto con la ayuda de una gallina que le sirve de respirador para resucitar a una bebé recién nacida.
En el trasfondo de esta pluralidad de geografías humanas está ese jardín del cual se ha enamorado el autor, con la esperanza de encontrar respuesta a un mundo caótico. La belleza de las flores y su misterio le proporcionan algo que se asemeja a la felicidad. Similar conclusión es la que obtiene de su jardín secreto el filósofo Byung-Chul Han: “De algún modo mi jardín me ha dado la fe en Dios”. También la confirmación de que la filosofía “no es otra cosa que amor a lo bello y lo bueno” (“Loa a la Tierra”) .
Cristian Alarcón cita a Gilles Clément, jardinero, arquitecto paisajista, entomólogo y escritor francés, para el que “el paisaje es un territorio de afecto, una maravilla que contiene tanto la materia como el espíritu” y en el que “cada humano es un garante de lo vivo”.
Tras estas reflexiones , no me resisto a citar una vez más las palabras de la canción de la que he tomado el título de este texto:

Había un jardín llamado Tierra
Era suficientemente grande para
Millares de niños
Una vez estuvo habitado por nuestros abuelos
Que a su vez lo recibieron de los suyos
¿Dónde está ese jardín en que pudimos haber nacido?
¿Dónde podríamos haber vividos despreocupados y desnudos?
¿Dónde está aquella casa con las puertas abiertas
Que sigo buscando y no puedo encontrar?

(«Il y avait un jardín”)