Un amigo íntimo mío, podría decirse mi “alter ego”, vivió en su juventud y en su etapa de madurez una serie de amores “epistolares”, producto de su trashumancia vital y de su irremediable romanticismo. Almacena aún en un armario un baúl repleto de cartas amorosas y de desamor, algo que cada vez más resulta obsoleto en estos tiempos de WhatsApp, redes sociales y otros medios que se utilizan para la comunicación entre amantes. Jacobo Bergareche (Londres, 1976) no es tan antiguo como para haber sido uno de los que se sientan a escribir cartas, pero ha escrito una breve pero sustanciosa novela epistolar titulada “Los días perfectos” (2021, Libros del Asteroide) . Vástago de una familia preponderante, de un alto directivo de Repsol y de una diplomática, su vida era “un cuento de hadas” hasta 2012, año en que vivió una desgracia familiar (el asesinato de un hermano en África). Bergareche había sido guionista de televisión y autor de algún poemario, pero no se había metido a esa camisa de once varas que es el oficio de novelista. Lo hizo por sugerencia materna, ella pensaba que podría ser beneficioso escribir algo sobre el suceso para superar el duelo. Fruto de esa iniciativa fue “Estaciones de regreso” a la que siguieron otras novelas que le han convertido en una de las promesas literarias nacionales más celebradas en los últimos años.
La pena y la nada
“Los días perfectos” podría catalogarse, además de novela epistolar, como una historia de amor. Si no fuera porque en su intento de desentrañar el “amargo misterio” (James Joyce dixit) inherente a ese “sentimiento popular” (Franco Battiato) Bergareche nos desvela la cara que en principio se nos oculta, la del hastío, la pena y finalmente la nada (Faulkner). El gran novelista y guionista de cine , que describió las miserias de los Estados Unidos en su etapa más crítica y decadente (“El ruido y la furia”) con técnicas literarias innovadoras, es un personaje más en esta novela, a través de su propio epistolario secreto entre él y su amante, almacenado en una biblioteca de Austin, Texas, donde Luis, el protagonista, está con el pretexto de hacer un reportaje para el diario en el que trabaja en Madrid. Pero en realidad, el propósito oculto es reencontrarse con Camila, una mexicana a la que ha conocido en un viaje anterior y con la que ha tenido un “flechazo”, una especie de explosión erótica que lo alejó de la aplastante rutina familiar matrimonial. . Pero ella , esta vez, decide que la historia de amor entre ellos debe acabar. Su mensaje final no tiene apelación: “mi marido decidió acompañarme en el último minuto, por favor ya no me escribas más. Dejémoslo aquí, quedémonos el recuerdo. Adiós, te quiero”.
A partir de este momento, la acción de la novela se centra en los pensamientos del abandonado, que duda de “si en realidad solo nos enamoramos de nosotros mismos enamorados”. Tal vez lo que uno pierde es ser esa persona enamorada, reflexiona. Y decide escribirle una larga carta rememorando ese breve romance tejano, vestidos de vaqueros y bailando.
La segunda epístola es a la esposa que ignora los devaneos del marido ausente. Es la posibilidad de regresar a esa otra vida que al protagonista le parece semejante a un “enorme buque , cargado de contenedores apilados, algunos llenos de residuos tóxicos, otros llenos de ilusiones con fecha de caducidad, de responsabilidades, preocupaciones, otros rebosantes de deseos reprimidos. Un buque “insoportablemente lento sobre un océano demasiado ancho”.
Las canciones de músicos pop como Lou Reed (“Perfect day”), o Van Morrison (“Astral Weeks”) además de las cartas de Faulkner a la escritora Meta Carpenter, con la que tiene un romance clandestino, son el hilo musical y aderezan este relato, lo mismo que las escenas humorísticas de un baile en un honky tonk tejano y los gráficos de cómics que tanto de las cartas de Faulkner como del mismo autor tachonan las páginas de este libro bastante inclasificable. Pero inteligente, sensitivo, sensual, que agarra como si estuviésemos leyendo una correspondencia privada suculenta a hurtadillas.
Al final de este viaje epistolar no sabremos si habrá posibilidad de arreglar lo que parece no tener arreglo. La sabiduría de guionista del escritor nos propone un final abierto y no un “happy end”. Cuando el amor se enfría, no sabemos dónde ir, ni que hacer con el recuerdo. “Between grief and nothing, I Will take grief” (“Entre la pena y la nada, escojo la pena”) concluye Luis, el protagonista como su alter ego , el escritor sureño.
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