Días de recogimiento y oración. Noches de velas, capirotes, latigazos y estentóreos alaridos desde inhóspitos balcones, y tiempo de vacaciones, ya era hora. Hallándonos como nos hallamos en los prolegómenos de nuestra más santa de las semanas, recordemos y recapitulemos hermanos porque esto va de cine religioso, biográfico, de romanos y, porqué no, de cine gore. Porque una opina que aquí ya somos mayorcitos para llamar a las cosas por su nombre. Pues sí, hoy hablamos del Señor. ¿Qué de qué Señor? Pues…
La vida de N.S. Jesucristo ha sido siempre un tema muy agradecido para la pantalla. Desde los albores del cine y el miniepisodio de ése puzzle mal construido llamado Intolerancia (D.W.Griffith, 1916), el cine ha tratado este tema incontables veces. Tantas que, como siempre, una tiene que seleccionar y hablaros de las más relevantes, aquellas que podéis fácilmente conseguir de una forma o de otra, claro que sí.
Año 1927, las pantallas de los EEUU se visten de gala para la puesta de largo de nuestro héroe con Rey de Reyes (Cecil B. DeMille, 1927). Primera superproducción (muda) sobre el tema, protagonizada por el venerable y mayestático actor H.B.Warner. Típica peli religiosa del muy cabaretero DeMille (quien haya visto su Cleopatra sabrá lo que me digo). Una no sale de su estupor viendo a una Magdalena scort y kitsch partiendo desde su muy chic palacete montada en una cuádriga tirada por cebras a escuchar la palabra del mesías, ¡toma ya!, o las realmente molonas escenas de los siete pecados capitales o ese devastador y apocalíptico terremoto final. Un espectáculo terriblemente divertido. Religión, poca… Pero, ¿Qué más da?
Curiosamente, Hollywood tardó más de 30 años en volver a tocar el tema… pero no adelantemos acontecimientos. Un año antes de la peli de DeMille, el Ben-Hur de Fred Niblo (1925) inaugura la curiosa (y laboriosa) costumbre de sacar a Nuestro Señor en apariciones episódicas, pero siempre fuera de cuadro. Algún brazo mientras predicaba, pero poco más, en La Túnica Sagrada (Henry Koster, 1953) se podía ver la pantorrilla del Crucificado y en Quo Vadis (Melvin LeRoy, 1951) se le veía la jeta, pero de muy lejos (en ésta era Nerón-Ustinov el que se lo comía todo). Fue con el siguiente Ben-Hur (William Wyler, 1959), cuando nuestro personaje volvió a entrar en cuadro. Pero eso sí, siempre de espaldas, departiendo en la cruz con Moisés-Heston, algo es algo.
1954 es el año de una curiosa y olvidada peliculilla, El beso de Judas. Superproducción de exquisita ambientación, enorme despliegue de medios, exteriores rodados en los Santos Lugares, grandes actores y equipo técnico. ¡Y española! , dirigida por el gran Rafael Gil y protagonizada por el actor valenciano Rafael Rivelles (Judas) y don Paco Rabal (Marcelo). Totalmente recomendable, sólo la afean unos muy afectados diálogos y el ver todo su cartón-piedra rodado en un realmente deslucido b/n.
Como es sabido, los 60 fueron tiempo de muchos cambios. En el 61, Nicholas Ray estrena su nueva versión de Rey de Reyes. Gracias al Technicolor podemos ver los ojos azules de Diós (Jeffrey Hunter), en la que era una biografía muy libre rodada por éstas nuestras tierras de España (producía el amigo americano Samuel Bronston). Es una cinta muy irregular, que salpicaba unos momentos brillantísimos de rara intensidad (el Sermón de la Montaña, una escena venerada por el mismísimo Martin Scorsese, autor años después de la magistral y arriesgada La Última Tentación de Cristo), con otros de vergüenza ajena (la Magdalena -¡Carmen Sevilla!- se vuelve a nosotros y nos dice del todo arrobada “Ha resucitado”). Una particularmente siempre se ha reído en la escena de las tentaciones del desierto –supremo momento de doblaje- en las que la voz en off de Satán parece estar hablando desde el punto álgido de un pleno coma etílico. Una película muy irregular, pero del todo divertida.
La historia más grande jamás contada (George Stevens, 1965) era cualquier cosa menos divertida. Rebautizada cachondamente por estos lares como la historia más larga jamás contada, sus 141 plomizos minutos llegan a convertirse en una insoportable tortura para cualquier alma sensible, algo a lo que tampoco ayuda un casting extrañísimo. Protagonizada por Max Von Sidow (?), ahí podías ver a unos perdidos Claude Rains y Telli Savalas, en el papel de Herodes y Pilatos respectivamente; o a un Cirineo Sidney Poitier, o a un centurión romano con la cara de John Wayne.
Y llegamos a la que sí es la joya de todas estas adaptaciones, El Evangelio según San Mateo de Pier Paolo Pasolini. No os aburriré excesivamente con ella, pues habéis tenido ya incontables oportunidades de verla en nuestra TVE y normalmente por estas fechas. Ya sabéis, una perfecta fotografía en b/n, la Misa Luba, Mozart, Bach, una película sencillísima que Pasolini rodó con el Evangelio en la mano como único guión. Protagoniza un tal Enrique Irazoqui, un entonces jovencito miembro del PC que le hizo tilín al director, y ahora un viejuno miembro del PC que no sabe dónde meterse cada vez que alguien le menta la peli de marras, cosas veredes.
Con los 70 nos llega Jesus Christ Superstar (Norman Jewison, 1973). Protagoniza un tal Ted Neeley que por estos lares conocimos más bien con la cara y chillidos de Camilo Sesto, junto a un Judas (Carl Anderson), reencarnado aquí en Teddy Bautista, muy en su sempiterno papel en el cine y en la vida real. Bonito musical, aún de muy buenrollera actualidad.
Desgraciadamente, en los 70 también nos llega Jesús de Nazaret (Franco Zeffirelli, 1977), una mediocridad con Robert (arlequín) Powell como nuestro mayestático Rey de Reyes. Puro aburrimiento y tontería, mucha estampita y cuadrito piadoso. Muy recomendable para gente que ya haya empezado a dormir la siesta, así no se enteran de nada.
Y dos años después, los Monty Python estrenan la divertidísima y legendaria La Vida de Brian, cerrando con broche de oro toda una época. Si tuviera que nombrar un momento de tal cúmulo de chistes y ocurrencias no sabría con cual quedarme; pero por decir, los Reyes Magos, Pijus Magníficus, el Circo Romano, la canción final y aún me quedo corta.
Casi se me queda fuera La Pasión, (Mel Gibson, 2004), un muy curioso cruce entre Jesús de Nazaret y La matanza de Texas o la más reciente, insoportable y aburridísima María Magdalena (Garth Davis, 2018). Su reciente visión me ha llevado a compartir con vosotros estas últimas líneas a modo de advertencia. Es una película aún presente en las multisalas de nuestra ciudad y que aún tenéis oportunidad de no ir a ver de ninguna de las maneras. Pura beatería disfrazada de falso feminismo de pacotilla, con una iluminadamente robótica Ronnie Mara (la Magdalena) y un siempre pasmado Joaquín Phoenix, en su muy curioso papel de no protagonista. La historia de siempre, peor contada. Ya sabéis, la que os avisa no es traidora.
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