Si usted ha sido tan inmensamente afortunado como para haber permanecido dormido durante estos últimos dos años, habrá experimentado al despertar, por contraste con los días anteriores a su extraordinario privilegio, una sensible impresión al percibir los visibles cambios del panorama social. Se habrá sorprendido al comprobar, por ejemplo, que ya no se pertenece a una reluciente y elevada estirpe señorial por atesorar enormes sortijas en el cajón de la cómoda o por custodiar diamantes en un esmaltado estuche, o por pasear con el dulce atardecer en primorosa calesa. Hoy, la azulada realeza exhibe botellas de aceite de oliva virgen extra en el saliente de piedra de la chimenea. Habrá observado, después de su envidiable letargo, que se hacen cuentas de cabeza y se mira de soslayo el reloj antes de poner la lavadora: la pensión no alcanza ya para abonar la factura de la electricidad. Mi reino por un kilovatio.
Se habrá fijado usted, no albergamos la menor duda, en que reponer el combustible del vehículo es cosa de orondos jerarcas. Con lo que antes costaba llenar el tanque de un jet privado ahora llena usted, con suerte, medio depósito del Dacia. Precisamente por esto, habrá reparado usted también en que las invitaciones de boda retienen hoy un agradable aroma a gasóleo: el combustible aporta elegancia y empaque, y cierto aire de tiesura aristocrática. Habrá distinguido que hay personas que llevan entre los dientes un pasaporte, pero no el de antaño, no el que usted guardó cuidadosamente en la maleta —sin ruedas— para disfrutar de su anhelado viaje de luna de miel: son éstos minuciosos certificados que facilitan el acceso a cafeterías y otros lugares peligrosos de restringida admisión. Habrá llegado usted a la lógica conclusión, por otra parte, de que probablemente se han deteriorado de tal modo los hábitos de higiene personal que ahora, por decisión unánime y con la debida repulsión, nos protegemos del horror con mascarillas. Habrá advertido usted, naturalmente, que los ciudadanos acuden al supermercado luciendo sus mejores galas: es imprescindible que su nombre se asiente en una exclusiva lista, un delicado folio de suave color salmón que un sonriente empleado comprueba en la puerta con pulcros ademanes. Es el nuevo elitismo: por la mañana a hacer la compra, por la tarde a los toros.
Se habrá percatado asimismo de que a algunos individuos se les adhiere al cuerpo todo tipo de quincalla: la vecina del tercero, fíjese bien, se pasea con tres relucientes cucharas pegadas al omóplato. Son los efectos de la multidosis vacunal. Del chip, preste atención, que milagrosamente nos han inoculado, gracias al cual, parece ser, el Estado vigila atentamente los hábitos cotidianos del ciudadano: cuántas veces visita el retrete, en cuántas ocasiones levanta el vasito de anís y con qué motivo, cuántas veces fríe unos chorizos al vino blanco, con cuántas alianzas políticas está de acuerdo… Minucias de la ingeniería social. El CIS se adapta a los nuevos tiempos y refuerza sus métodos.
Habrá observado usted, por descontado, que ahora vivimos bajo el turbador y repugnante yugo de la amenaza nuclear. Otra minucia. Sírvase, pues, de este impagable consejo: en caso de ofensiva, tense usted las nalgas.