De acuerdo a los estudios, los costes de producción suponen apenas un 1% de lo que pagamos por un producto. La distribución y el marketing de una mercancía fabricada se lleva en cambio el 50% del precio que pagamos por él. Eso implica que los pobres trabajadores que cosen una camiseta de cualquiera de las firmas más conocidas de la moda low cost tocan un 0,6 y con suerte un 5% del precio final.
El derrumbe del edificio Rana Plaza, en Bangladesh, el 24 de abril de 2013, dejó al descubierto ante el mundo la cara más descarnada de esta explotación llamada en términos asépticos, en la terminología comercial, como “tercerización” y “deslocalización de la producción”. En este suceso, 1.129 personas, trabajadores de una de esas industrias contratistas de los grandes oligopolios de las marcas que todos conocemos (y compramos), murieron por obra y gracia de la codicia de un sistema de producción y distribución al que aplaudimos y celebramos, entre otras cosas porque ojos que no ven corazón que no siente y nos proporciona ropa barata (perecedera pero aparente) para renovar el fondo de armario de manera periódica. Cuando uno encuentra la etiqueta “Made in Bangladesh” en su preciosa prenda nueva significa que procede de un lugar donde tienen el dudoso honor de tener la mano de obra peor pagada del planeta: un salario mínimo de 50 euros y unas condiciones de trabajo deplorables, como se vio al rescatar de los escombros a las infortunadas víctimas aquel día. No se trataba de un hecho fortuito o poco habitual, y a estas “bajas colaterales” del capitalismo salvaje hay que añadir los innumerables enfermos que producen prácticas irracionales y lesivas, como el desgaste de vaqueros a chorros de alta presión con arena, en el Sudeste asiático, y que luego se venden a conocidas marcas de la moda de usar y tirar. El resultado es que estos trabajadores acaban sufriendo enfermedades pulmonares como la silicosis, que afecta también a los mineros.
Los esclavos y esclavas de la moda no somos nosotros, los orgullosos habitantes del Norte del mundo opulento , sino estas trabajadoras sobre explotadas por las marcas multinacionales, a las que se imponen condiciones draconianas de trabajo. En nuestro primer mundo estas empresas líderes del oligopolio de la distribución de la moda, el alimento, la decoración o el bricolaje, no respetan los derechos laborales ni contribuyen a la generación de empleo digno. Al contrario, la oligopolización de la distribución ha llevado a la precarización de las condiciones de trabajo. En 2013, la patronal de la gran distribución ANGED ( Asociación Nacional de Grandes Empresas de Distribución) que agrupa a compañías como Alcampo, , El Corte Inglés, Fnac, Carrefour, Ikea, Eroski o Leroy Merlin, , logró imponer a sus 230 mil empleados un convenio según el cual se homologaba el trabajo de un domingo con el de cualquier otro día, obligando a pasar por el aro a trabajadores que hasta entonces estaban exentos por motivos familiares, con recortes de hasta un 5% y ampliación de la jornada laboral.
En la mitología romana, que a su vez provenía de la helénica y otras culturas antiguas, Mercurio era el dios de los comerciantes y de los ladrones. No quisiera insinuar que esta coincidencia reveladora implique una verdad absoluta, pero ocurre que a lo largo de mi ya extensa vida y dilatada experiencia he visto bastantes similitudes entre ambas actividades. Roba el comerciante que infla los precios y reduce el peso de la mercancía (“reduflación” lo llaman), son ladrones, asimismo, los intermediarios (“comisionistas”) que se forran por poner en contacto con los productores a mercaderes o administraciones (caso del ayuntamiento de Madrid). Pero también meten la mano en nuestros bolsillos y en los de sus trabajadores la empresas de hostelería que contratan trabajadores a veinte horas semanales, exigen luego cuarenta o más, para terminar al cabo de unos meses reduciendo el horario a diez, alegando problemas de producción o “inexperiencia” del empleado que lleva meses dando el callo a entera satisfacción.
Cada vez que se abre un nuevo centro de grandes superficies se dice que crearán nuevos puestos de trabajo. Quién sabe a qué coste, medioambiental y social. Pero es un hecho comprobado que cada apertura va acompañada de la perdida de 276 puestos de trabajo y desaparición del pequeño comercio en un radio de doce kilómetros. Al principio, los precios ofertados son atractivos, una vez que dominan la plaza, ellos lo controlan y los fijan, más altos.
Marx ya lo dijo: la única razón de ser del capitalista es la ganancia. Ellos tienen los medios de producción y distribución. Los trabajadores solo la fuerza de sus manos, porque sus voces son muy débiles. Trabajamos como africanos y nos engañan como a orientales. Para decirlo de manera políticamente correcta y que no me tilden de racista, que es peor que ser tachado de anticapitalista o comunista por decir las verdades del barquero o “la de la milanesa”, como dicen en Argentina.
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