A finales de julio echó el cierre la casa de moda Sonia Rykiel, la que fue símbolo de la rebeldía parisina a finales de los años 60 y reina del “tricot” (la renovación del jersey se consideró su aportación emblemática a la moda del momento). La casa anunció el cierre de puertas y el de todos sus puntos de venta. Finalmente, a falta de compradores, el tribunal de comercio de París determinó poner en liquidación judicial a la firma, que se había declarado en bancarrota meses atrás y ningún grupo de moda ni fondo financiero había mostrado su interés en adquirirla. La diseñadora falleció en 2016 y su hija tomó las riendas de la empresa junto a la recurrida contratación de directores creativos y el respaldo multimillonario de un grupo de inversión.
Sonia Rykiel abrió su primera boutique en 1968 en la Rive Gauche de París y fue aclamada ya ese mismo año por la prensa americana, representando en la década de los setenta una auténtica bocanada de frescura para la mujer que, más que seguir los dictados de la moda, se veía un tanto rescatada por las propuestas de valor de la creadora, la misma que invitaba a las mujeres a adaptarse a ellas mismas y a confiar en lo que les favorecía sin perder hálito en seguir los rigores de la tendencia. De hecho eligió como término para definir la filosofía de su marca “la démode”.
Hemos podido leer en prensa que se achaca el cierre a los malos resultados de ventas, en algunos comentarios en redes por parte de seguidores de la marca se relataba también un probable reciente desinterés por cuidar la extrema calidad que se presupone han de tener los productos de tan insigne nombre (entendemos que a raiz de la nueva dirección tras el deceso de la creadora), lo que nos sirve para esgrimir el argumento pueril pero fundado de que especialmente los creadores de moda no deberían morirse nunca, no parece recomendable (imagínese aquí emoticono carita sonrisilla irónica).
El estropicio que habitualmente presenciamos contra el legado de tantos nombres ilustres hace pensar que más valdría que una firma terminase igual que acaba la vida de su creador, antes que prolongar contra viento y marea, y desde luego contra la memoria y la filosofía del creador, lo que ya tuvo su buen momento y su sentido. No queremos ni imaginar lo que diría Balenciaga si volviera a la vida y presenciara uno de los desfiles modernísimos que se orquestan en su nombre, dudamos si firmaría una sola de las piezas. Esta manifiesta voluntad que parecen tener algunos por desairar la memoria y el respeto que merece seguir la estela de una mente genial está tan extendida que, visto lo visto cada temporada, una se pregunta si las escuelas internacionales de moda no tienen algo más que decir a sus alumnos. Podrían decirles tal vez para empezar lo que no hace mucho recalcaba Rei Kawakubo de Comme des Garçons, que ahora hay más diseño que nunca pero menos creadores.
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