“Las revoluciones se producen en los callejones sin salida”. (Bertolt Brecht)

Friedrich Engels, “gran luchador y maestro del proletariado”, en palabras de Lenin, fue un amigo y colaborador de Karl Marx, aunque él siempre se reconoció como “su segundo violín”, ayudándole a formular su teoría revolucionaria. Ahora, otro Engels, David (Bélgica, 1979), desde una posición ideológicamente opuesta, retoma la famosa frase del Manifiesto Comunista que firmara el otro Engels con Marx: “un fantasma recorre Europa”.

El espectro maléfico que visualiza este joven profesor, historiador, filósofo y economista, titular de la cátedra de historia romana en la Universidad Libre de Bruselas, actualmente al frente de otra en Polonia, además de colaborador de diversos medios europeos, es la decadencia que observa y que acecha a Europa. Como su admirado Spengler, que vaticinó el lento declive de la civilización Occidental, David Engels afirma que aunque parezca que ya es tarde para evitar una guerra civil provocada por la inmigración descontrolada y la delincuencia en las banlieues de París y otras capitales europeas, es necesario reaccionar con una serie de medidas que propone en ¿Qué hacer? Vivir con la decadencia de Europa (2019), especie de manual para neoconservadores cuyo título remite también al revolucionario ruso Tchernychevski, que escribió en el siglo XIX una famosa novela con ese nombre y que luego inspiraría al mismo Lenin, que lo usó para uno de sus panfletos políticos.

DESESPERADOS

David Engels ve al mundo occidental “desesperado” frente a los desafíos que, según él, representan la ola de migraciones, el multiculturalismo, los estados “orwellianos”, la destrucción de la familia y los valores cristianos. En una entrevista publicada por una revista que se llama Valeurs Actuelles y que se reproduce en la parte final del libro que nos ocupa, afirma que “nuestra civilización europea está sin resuello en todo Occidente”. Los responsables son la “islamización, la desindustrialización, la destrucción del Estado-nación, la transformación de la democracia en plutocracia, etc.”.

Su desconfianza hacia las estructuras institucionales como defensa de la identidad y modo de vida europeos le lleva proponer una especie de resistencia pacífica-pero no tanto-basada en la determinación individual. Esto es, que cada ciudadano se organice en células resistentes en su propia familia, también en su entorno social más cercano, para crear una comuna autárquica en lo económico y crítica en lo referente a la imposición del Leviatán moderno, el de la biempensancia tolerante con las costumbres de los foráneos y otras “fuerzas de la disolución” tales como “el igualitarismo, el internacionalismo, el ateísmo, el masoquismo cultural y el comunismo”. Hay que devolver la fe en las “bondades del cristianismo” y no transar con el enemigo invasor. Si acaso, por ejemplo, apoyar el surgimiento de “un islam moderado y adaptado al mundo sentimental europeo”. Y agrega, con ingenua condescendencia esta perla: “Así, ¿por qué no invitar a vuestros conocidos musulmanes a participar en las fiestas cristianas, a fin de romper la no-comunicación entre las dos religiones e intentar, mediante un contacto regular, crear un terreno de entente y, sobre todo, ponerle cara a todos aquellos que fácilmente podrían convertirse en proyectos de hostilidad (en los dos sentidos). (Op. Cit. Pág. 95).

DE DULCE Y DE AGRAZ

Las propuestas de este filósofo conservador de nuevo estilo, que se cura en salud ante las etiquetas posibles a su peculiar ideología diciendo que son elucubraciones de índole “puramente personal, incluso íntima”, aunque no vacila en publicarlas con su propio nombre a pesar de que le aconsejaron, según confiesa, utilizar un seudónimo, son de dulce y de agraz. La razón que le movió a escribir este panfleto neocon fue, dice, plantear un testimonio personal frente a la desesperanza.

Ciertamente, algunas de las recetas que prescribe no son en sí tan malas ni descaminadas. De hecho, cuando dice que es preciso volver a la naturaleza, si es que es posible abandonar las ciudades convertidas en Babilonias invivibles y cultivar un huerto para abastecerse de lo esencial, conecta con una tendencia muy actual y es de sentido común. Tampoco parece mala idea comprar productos de calidad en vez de manufacturas asiáticas de bajo coste y bajo rendimiento futuro. Lo mismo puede decirse de la inversión financiera y la banca, aunque “poner el dinero bajo el colchón” -como nos aconseja literalmente- no parece la mejor de las ideas. La idea central de todas estas medidas propuestas o sugeridas aquí es eliminar la dependencia del sistema económico actual. “¿Queréis de verdad prestar dinero a aquellos que sueñan con reduciros al estado de simples esclavos de una competitividad que no beneficia más que a los bolsillos de los ricos?”. Nada que objetar a esto, que lo sabe cualquier ahorrante víctima de la codicia de la banca usurera.

Pero sostener, como lo hace en alguno de sus capítulos (Sí a la igualdad de los sexos, no a la de su identidad) que la mujer debe volver a ocupar su verdadero sitio, o sea las labores del hogar, o que existe una separación inamovible, biológica, en los humanos entre masculino y femenino que no debe ser alterada, puesto que no se trata de “construcciones sociales inventadas”, es ir demasiado lejos. O demasiado atrás, retrotrayéndonos al Génesis o a la Prehistoria. Otra de sus concepciones ideológicas claramente discutible es la de la enseñanza de los hijos, que prefiere Engels que corra a cargo de los padres, a ser posible en casa, para evitar injerencias del Estado.

Así, el opúsculo engeliano roza en ocasiones las propuestas más delirantes de la ultraderecha o del fascismo eterno o Ur fascismo, que decía Eco.

EL INCENDIO

La portada del libro sugiere la inquietud que pretende transmitir el autor sobre el futuro de la civilización cristiana. Representa el incendio de la catedral de Notre Dame, en 2019 y Engels dice en el prólogo que “no ha hecho sino consumir un cuerpo cuya alma se encontraba ya a punto de separarse desde hace lustros”. Las causas, “una sustitución demográfica sin precedentes” y la “amenaza de una ideología política que se resume en esta frase. “No hay cultura francesa; hay una cultura en Francia y es diversa”. Occidente, en sus palabras, “está al borde del abismo”. Para evitar la caída final, hace una llamada a “estar preparados” para lo peor, como si de una destrucción apocalíptica se tratara. Frente al futuro que nos espera, dice, debemos ser realistas y aceptar que estamos solos. Desconfiar del Estado, desobedecer al régimen políticamente correcto, crear una nueva sociedad civil paralela a la sociedad europea en plena disolución, ; abandonar la ciudad para crear núcleos de resistencia en el campo; pensar bien en las inversiones; preferir los productos europeos; tener una perspectiva a largo plazo; renovar el contacto con la naturaleza; encontrar satisfacción y consuelo en el culto a la belleza; asumir una actitud realista en relación a las identidades de los sexos; fundar una familia; educar a los hijos en vez de dejarlos a unos desconocidos; cumplir con el deber en cada momento; ser tolerante frente “al otro” sin participar en el culto a las minorías; rechazar el lenguaje políticamente correcto y medir lo que se dice; adoptar una actitud constructiva no solo frente al islam sino frente al cristianismo; tomarse el tiempo de recentrarse sobre sí mismo; leer, aunque no cualquier cosa; superar la división izquierda-derecha, reapropiarse de Europa, y estar orgulloso de nuestra historia.

Con estas tablas de la ley, Engels pretende sofocar el gran incendio, que a su juicio, consume nuestra cultura y civilización asediada por los “bárbaros”. Algo que ya anunciaba en una obra anterior, Le Declin, (La decadencia, París, 2013), en la que retoma las teorías de Oswald Spengler y hace un símil entre la decadencia de Roma y la actual de Europa. El aumento de la pobreza, las crecientes conmociones culturales y políticas, más la perdida de la confianza en la democracia, serían las causas de un cataclismo comparable al fin de la república romana.

La Historia, disciplina básica de este estudioso originario de una comunidad germanoparlante de Bélgica, nos enseña que los grandes acontecimientos suelen repetirse, como decía Marx, primero como tragedia y luego como farsa. El diagnóstico de las situaciones puede no asemejarse exactamente a los hechos del pasado.

Solo el tiempo dirá si el historiador y filósofo ha acertado en sus sombríos vaticinios. Corren tiempos difíciles, es cierto, y abundan los “indignados” de todo tipo y pelaje que intentan pescar en aguas revueltas. Sus dianas preferidas son los políticos o la política, a la que acusan de traicionar a los principios y valores que decían defender. “Solo los que se indignan, por retomar una fórmula de Stephan  Hessel, que desobedecen y crean, en torno a sus familias y amistades, bolsas de resistencia que obedecen únicamente a sus propias reglas y valores, como los ciudadanos europeos, podrán hacer frente a las sacudidas políticas, económicas sociales que nos aguardan en los próximos años”(Página 35, Qué hacer).  Pero como afirma otro filósofo, Daniel Innerarity, peor que la mala política es la mentalidad anti política, la de gentes cabreadas, radicales que proponen grandes cambios críticos más allá de la lógica y la complejidad inherente a la democracia y sus limitaciones. Son el caldo de cultivo para el Ur fascismo y los movimientos conservadores como el que parece querer liderar este joven belga descontento que reinventa el Mein Kampf hitleriano. Recordemos que en ese panfleto antisemita y nacionalista, Hitler abomina de la “mezcla de sangre”, y del “veneno internacional», aunque habla de “la igualdad de los hombres “sin distinción de raza y color”. Poca broma con los lobos con piel de cordero y apocalípticos neocons.