Estos días extrañísimos en que la pandemia originada por el covid-19 copa toda la información, y parecen de otro tiempo las alegres noticias y reseñas sobre eventos culturales, estrenos o desfiles, echamos la vista atrás y vemos que, históricamente, los sectores moda han sido detectores infalibles de la llegada o final de cualquier crisis; como radar que son de los niveles de consumo. Y dicho radar puede estar marcando un vuelco cuyas consecuencias ni imaginamos. La moda es avanzadilla de todos los cambios sociales, y hasta de los artísticos. No es casual que tantos analistas y sociólogos le dediquen su tiempo, no es para menos; no sólo dicta tendencias de consumo y ornamento, también las predice.
Todos los ultraoptimistas de la actualidad, que lanzaban hasta hace meses bonitas consignas con las que adornar tazas y camisetas, tantas veces repitiendo que el mundo no se para, han comprobado que el mundo sí se para en ocasiones, y que lo descabellado también puede pasar. No imaginábamos jamás que el principal accesorio con que esperaríamos la llegada del verano de 2020 sería una mascarilla, conjuntada con una esperable hipocondria mayoritaria. Ya no será extraño que recibamos el buen tiempo con mascarilla, guantes y hasta gafas de protección máxima. Todo con una creciente distancia interpersonal de seguridad, esa misma que nos impide creer cómo serán los próximos desfiles de moda, estrenos cinematográficos o teatrales… El sufrido teatro, que aunque curtido en mil crisis sucesivas, no merecía desde luego este tristísimo largo cierre.
La moda seguirá su función, veremos a las marcas integrando mascarillas de diseño, mascarillas de alta costura para mitigar el evidente estropicio estético; que a nadie se le ocurra venir con eso de la fivolidad de la moda. Pues claro que su ligereza atiende a la estética, ese estudio de las cosas bellas y su significado, elemento consustancial para la creación en moda. Igual de contundente que los destellos de solidaridad sin los que este tiempo de espera, de esperanza, no sería soportable. Hay retazos de luminosa solidaridad recorriendo el presente, como la unión espontánea de innumerables costureras y modistas independientes, que se han lanzado a confeccionar y distribuir miles de mascarillas y batas, desinteresadamente (desinterés no, porque sí las mueve el de mejorar las cosas). Un ingente esfuerzo diario de coodinación, de ingeniar materiales, para materializar lo inexistente a partir de retales, sábanas, camisetas… Gran cantidad de textiles de acopio doméstico se han convertido en intentos de protección que ha llegado a vecinos, farmacéuticos, transportistas, guardias municipales, personal sanitario y de residencias…
Como decía una de estas mujeres prodigiosas, “las costureras siempre han estado unidas ante las grandes desgracias”. Mujeres, y también hombres, que merecerán que nos acordemos de ellas y ellos también cuando todo pase, cuando vuelvan los tiempos alegres y regresemos a las consignas bonitas para adornar la banalidad de los buenos tiempos.
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