Javier Sierra (Teruel, 1971), periodista y escritor y ganador del Premio Planeta 2017 con “El fuego invisible”, una novela que ha tardado casi 4 años en escribir. Sierra ha presentado el libro en una conferencia en la que ha desgranado qué ideas, planteamiento y filosofía alimentan la novela, con el fin de animar a otras personas a escribir y contar su historia. A raíz de la charla, organizada en Alicante por Casa Mediterráneo dentro del ciclo “Escritores y el Mediterráneo”, ha conversado con LoBlanc.
Pregunta: ¿Hay un antes y un después en su vida al recibir el Premio Planeta?
Respuesta: La vida no me ha cambiado en el sentido de que en estos últimos años me he dedicado a investigar, escribir y a apoyar los lanzamientos de los libros, pero sí nominalmente porque junto a mi nombre el apellido es hoy Premio Planeta. El premio es una consagración y una satisfacción, pero también una responsabilidad. Es muy exigente, te obliga a estar en la palestra mucho tiempo defendiendo tu literatura y, a largo plazo, las siguientes novelas van a ser las novelas de un premio planeta, por lo tanto tienen que estar a la altura de ese nivel tan alto; bueno… habrá que estarlo, es un reto (risas).
“Con 8, 9 y 10 años escribía cuentos de misterio”
P: Periodista y escritor… ¿antes periodista que escritor?
R: No sé qué decirte, lo primero de todo lector. Empecé siendo lector de pequeño en casa, pero sobre todo en la biblioteca municipal. Una vez que soy lector me fascina la posibilidad de crear uno de esos mundos sobre el papel, aunque sea pequeño. Con 8, 9 y 10 años yo ya estaba escribiendo mis cuentos que además eran de misterio, porque a mí siempre me fascinó lo misterioso. Y después está el salto a los medios de comunicación que en mi caso es muy precoz, empecé haciendo radio en Teruel a los 12 años.
P: Y luego estudió Periodismo…
R: Sí. Una vez que hice la carrera en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid y que consigo especializarme en el periodismo que a mí me interesa, el de misterios, con 27 años soy director de la revista “Más Allá”. Una vez que estoy ahí me doy cuenta de que he pasado una buena parte de mi vida haciéndome preguntas filosóficas, que no tienen respuesta. Es decir, quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos; esas preguntas no hay experto que te las resuelva. Esa búsqueda de respuestas me lleva a la literatura, me hago escritor.
“Mi método como escritor es el del periodismo”
P: ¿Qué le ha aportado el periodismo a su profesión de escritor?
R: El método, ¡qué no es poco!. Mi método es el del periodismo, pero el método antiguo, que consiste en ir directamente al protagonista de la noticia, en mirarle a los ojos y escucharle. No hacer el trabajo por Internet, en la distancia, sino llevarte tu propia sensación, sacar la esencia de las personas, de las historias, acudiendo al lugar de las noticias.
P: ¿El fin de “El fuego invisible” es entretener?
R: Mis novelas no están concebidas como un pasatiempo, aunque puedan leerse como tal, sino como un instrumento para despertar inquietudes. Yo no busco lectores, busco cómplices… gente que se implique en el interrogante que plantea el libro. Por eso, para mí es una satisfacción observar que algunos de mis libros han movido a lectores a viajar a lugares que aparecen en ellos.
P: ¿El abuelo de la novela es el suyo?
R: El abuelo es un personaje en la novela, porque el protagonista David Salas es nieto de un escritor español en el exilio y la figura del abuelo influye mucho en la personalidad del protagonista de “El fuego invisible”. Yo creo que de alguna forma ahí estoy expresando una carencia íntima, porque no conocí a mis abuelos. Los perdí en la Guerra Civil, no llegué a tener vínculo con ellos y de alguna manera me ha quedado siempre ese vacío. Por eso, la figura del abuelo sí que es un reflejo de algo que yo llevo dentro.
P: ¿Echa de menos “El fuego invisible”? Me refiero a si siente un vacío después de terminar ésta y sus otra novelas…
R: Sí, sin duda. Durante los meses que dura la redacción de una novela, tú eres una especie de Dios que decides sobre los destinos de los personajes. Ese poder es adictivo y hace que muchas veces rechaces soltar el manuscrito y enviárselo al editor porque quieres seguir ejerciendo ese poder. Cuando se rompe el vínculo, de Dios pasas a humano y descubres que vuelves a ser mortal, ese es un momento doloroso, claro. Con los libros ocurre como con los hijos, los tenemos para enseñarles a volar.
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