Nuestra sección Mujeres que nos escriben prosigue su andadura y se adentra de pleno en la primavera de este mes de abril donde presentamos el primer poemario de Luisa Pastor, autora que ya tiene un denso recorrido en el mundo de la escritura y su representación.
Luisa Pastor, nacida en el pueblo más literario de Alicante: Orihuela, es profesora de Lengua y Literatura y directora del grupo de poesía escénica y audiovisual Auralaria. Está incluida en antologías poéticas como la de Voces nuevas de Torremozas (2013), entre otras, y ha colaborado en revistas literarias como El coloquio de los perros o Letralia. Posee su propio sello editorial (Auralaria) y es además traductora de poesía, como ella misma nos explica al final de su carta. Tareas complicadas y meritorias, no al alcance de cualquiera.
Luisa rotula sus reflexiones como «La invención de lo que soy». Es evidente que la palabra leída, escrita, recitada, forma parte fundamental de lo que ella es. Para comprobarlo basta asomarse a su primer y excelente libro de poesía, LAS ROSAS TERMINAN (Auralaria ed., Orihuela 2020). Su título es una aseveración que insiste en el simbolismo de caducidad de esta flor que hay que disfrutar en su brevedad (collige, virgo, rosas…)
A veces un poeta lleva a otro poeta, y así es como he conocido a Luisa: por medio de nuestro amigo común, el poeta y crítico literario José Luis Zerón Huguet. Un aplauso a aquellas personas cuya generosidad les lleva a acercar y conectar a la gente en vez de distanciarla y silenciarla.
Buenos días, Consuelo.
En la película Tierras de penumbra, de Richard Attenborough, un joven estudiante le dice a su profesor de literatura en Oxford, C.S. Lewis, algo que deja pensativo al escritor: “Leemos para saber que no estamos solos”. Es lo que su padre, un maestro de escuela, le solía decir. Leemos para saber que no estamos solos.
¿Y el escritor? ¿Por qué escribe? En mi caso, creo que es una forma de sobreponerme al descubrimiento de que estamos sujetos al paso del tiempo, y de un modo fatal, por no decir letal. Es mi manera de situarme en ese eje y encontrarle un sentido a ese punto que soy yo en una línea que no tiene ni principio ni final. Un cabello que se arranca… ¿Y dónde la cabeza, el origen de este movimiento? ¿A qué conduce este impulso?
La misma pregunta se hace Winston Smith cuando escribe en su diario. ¿Para qué? Todo lo reescribe impunemente y sin consideración alguna el Ministerio de la Verdad. Y si te preguntas, además, para quién, puede llegar a parecer un absurdo… Tal vez lo sea. Pero igual que no se nos pide conformidad para la existencia, para la necesidad de escribir tampoco encuentro una justificación, tan solo atino a decir que es mi modo de vida. Puedo vivir en tanto que me veo capaz de transformar y modelar -a ratos, a solas- el segmento de realidad que me corresponde. Confieso que, dada la tiranía de la vida doméstica a la que estamos expuestos (lo dice Adam Zagajewski «en defensa del fervor»: por muy sublime que sea el poema escrito, el poeta sabe que acto seguido irá a la cocina, quizás, a prepararse un sándwich), reivindicar ese espacio propio, con mi mente y con mi cuerpo, se está convirtiendo en toda una acrobacia por mi parte.
La escritura es un ejercicio de titanes… ¿Objetivo? No, de ninguna manera. Por encima de todo, el Yo. Es lo que me conduce irremediablemente a la Poesía. Un modo de defensa, de reafirmación ante un mundo que todo lo produce – y lo quiere, que es peor- en serie. Un mundo que empuja, que empuja sin cesar. ¿Cómo no va alguien como yo a defenderse? ¿De qué me habría servido leer si no hubiese llegado a comprender que ante la muerte de la luz, como dijo Dylan Thomas, uno tiene que resistirse. “Rebélate, rebélate”…
Todas las voces que me han acompañado a lo largo de mi vida, que han inventado en mayor o menor medida, lo que soy, llámese Alfonsina Storni, Leopoldo Mª Panero, Emily Dickinson, Leonard Cohen o Sylvia Plath, solas y unidas a otras en mi limbo literario, están recogidas en mi primer poemario, Las rosas terminan, que en el año 2020 quise publicar con mi propio sello editorial: Auralaria Ediciones.
Al frente del libro, y potenciando esa clase de solipsismo que yo admiro, incluyo un poema del escritor irlandés Matthew Sweeney, “Dialogue with an artist”, traducido por mí. Precisamente junto a la creación poética, la traducción es un ejercicio que me está reportando ahora mismo enriquecedoras experiencias. Mi último trabajo, Los hombres y las moléculas (2023), del poeta norteamericano Roald Hoffmann, es una antología de treinta poemas que yo he tenido la suerte de poder seleccionar, editar y traducir, en colaboración directa con el autor, tratando de aprender de la música del otro.
Cuando Rubén Darío, en fin, hablaba de los raros, se refería a algo que me es familiar, algo con lo que yo me siento especialmente identificada. Acompañada.
Solo la Palabra basta, y es por eso que la escribo, la declamo, la celebro, la canto.
Luisa Pastor
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