Este poemario es esencialmente la importancia del instante, siendo amado o siendo amante, a pequeños tragos. Primero conocerle, al autor, que se descubre con el verso escrito. Haciéndolo todo para saber de si mismo, y que sepamos de él, las pequeñas cosas que lo dicen todo.

Es una poesía del deseo pero también de la palabra sincera que te gustaría que te recitaran, que te contaran estando repleto de intimidad pese a los riesgos que hay que correr cuando decides ser miembro de este festival de los abrazos que tanto se añoran como si fuera lo más vital, que lo es.

La poesía de Velandia, la que me atrapa a mi como lector, es un grito nada estridente que se te agolpa en cada respiración y que te deja en silencio, con la mirada perdida no sé dónde pero muy metido en la escénica de sus versos.  Y eso, no lo logran todos los y las poetas, consiguen otras cosas, pero este cheque en blanco no es fácil obtenerlo por mucho que se intente. Creo que ocurre porque él escribe la poesía para él aunque luego se convierta en un regalo para todos y todas.

Los hombres de los poemas de Manuel se presentan -sin saberlo- como dioses: que lo sienten todo, que admiran las cosas importantes, que se estremecen en el momento oportuno, que abren las páginas o que cierran las historias cuando se acaban de verdad. Y eso, se convierte en un homenaje a las emociones sentidas y se nota.

Es un poemario que busca la mejor versión de cada encuentro y refleja in crescendo la intensidad de cada momento individual sentido: SER MI HOMBRE, en cada situación grabada, con cada amante que no aciertas por el tono a saber si es el mismo, que no lo es.

El tiempo es pura inquietud, porque te hace esperar o porque te hace actuar, a favor de todo. Parece, en cualquier caso, que a Manuel le va a faltar tiempo para todo -es inquietante a veces- porque sus versos necesitan tiempo infinito: para que no pase nada o para las constantes revoluciones de abrazos. Y eso se lee, y además se siente.

Ese tiempo, incluso ese tic-tac insistente, a veces es el enemigo para no poder ser porque te acorrala en cada una de las historias arrebatadas escritas por él.  Pero él sigue siendo y consigue acomodarse en la propia soledad.

Hay una segunda parte, más corta, donde aunque sigan habiendo hombres que aman o desaman sobre todos son versos de esperanza y amor, que fortalecen con el exilio. Esto solo tiene una ventaja egoísta, porque eso me ha llevado a conocerle en mi-nuestra ciudad, a sentirle y a admirarle, especialmente como persona, también como artista en segundo lugar.

La tercera parte lo forma un solo poema de amor a María que no está con él, porque hace tiempo -el dichoso tiempo- que dejo de estarlo. María es esa persona, tan vital, en la vida de Manuel que pertenece al grupo de los que olvidan las cosas de hoy y recuerdan como si fuera hoy las cosas de antes de ayer. Y eso produce, como poco tristeza, porque el Alzheimer derrumba interiormente a las personas que lo tienen y desajusta la forma de sentir a los que los acompañan. Podría ser un poema de cierre -que creo que lo es- pero Manuel, interesadamente, ha renunciado a ese ritual en el poemario imagino que para encontrar otros equilibrios con su madre que se necesitan ante estas cosas para lo que no estamos preparados, y sé de lo que hablo.

Cuando leas este poemario, prepárate porque no lo vas a olvidar nunca. Lo vas a llevar en todos tus viajes en los que tengas una buena razón para compartirlo con alguien a quien ames, sea hombre o mujer. Que ames, insisto.

Ya en tu librería.