La cultura de consumo parece irremediablemente unida al sistema capitalista, que tiene entre sus mandamientos producir más, más rápido, para volver a producir. Para eso necesita nuestra complicidad de consumidores y el caso más relevante y significativo es la industria de la moda rápida. J.B. MacKinnon, autor del libro El día que el mundo deje de comprar,  señala que solo en los últimos tres lustros el número de prendas vendidas al año se ha duplicado aproximadamente. La cifra supera los cien mil millones, a razón de unas quince prendas anuales por persona en el planeta.

UN BUCLE PERNICIOSO
Las camisetas, vaqueros y otras prendas de usar rápido y tirar también a la misma velocidad son el negocio de distribuidoras europeas y americanas (H&M, Zara, Pull&Bear, C&A, Esprit y otras) que importan su mercancía de las abigarradas y maltrechas factorías situadas en países lejanos, como Bangladesh, donde se arraciman en infectas colmenas los trabajadores y trabajadoras a pocos céntimos de euro la hora. A veces con riesgo de sus vidas, como ocurrió hace algunos años , allí, en el derrumbe de una nave industrial. Todo para producir basura que los adictos a la moda actual con pocos ingresos, y que compran mayormente por Internet,  es decir los jóvenes, puedan lucir esas prendas en contadas ocasiones. De esta manera se ha generado un bucle pernicioso en el que los precios más bajos animan a los compradores a rotar sus vestimentas con mayor frecuencia. Lo que a su vez conduce a las empresas a confeccionar prendas que solo resisten poco tiempo útil.
Sobre la base de las tendencias, los observadores calculan que la industria de la moda textil rápida triplicará su tamaño en 2050 y tal vez de queden cortos, ya que otros como la consultora McKinsey 6 Company estiman que la prioridad número uno de los ejecutivos es seguir acelerando el ciclo aún más.
Las consecuencias de este aumento no son solamente económicas sino que repercuten directamente en el medio ambiente. Si se duplicara el uso de las prendas de vestir la contaminación climática causada por esta industria se reduciría casi a la mitad. No es despreciable, si consideramos que el cierre de la producción mundial de ropa en el plazo de un año equivaldría a la paralización de todos los vuelos internacionales y de todos los envíos marítimos por ese mismo período de tiempo.
Obviamente, existe la otra cara de la moneda y es el desempleo que crearía , porque millones de personas se ganan la vida confeccionando esa mercancía. El mayor país productor es China y el segundo es Bangladesh, un país cuya población es la mitad de la de Estados Unidos concentrada en un territorio no mayor que el estado de Iowa. En aquel país asiático la tercera parte de los empleos depende de la manufactura( más de cuatro millones de personas, de las cuales seis de cada diez son mujeres) y también el 85% de las exportaciones. Pero una quinta parte de sus habitantes vive por debajo del umbral de la pobreza y fuera de las fábricas el aire es irrespirable, además el cambio climático les castiga con frecuentes inundaciones debido a los ciclones y el aumento del nivel del mar. Se da la paradoja que las emisiones de carbono por persona son allí muy inferiores a las de los países ricos que consumen sus productos.

SOCIEDAD DE DESCONSUMO
Hay alguna esperanza en que un cambio en los métodos de producción y consumo ayuden a aliviar las consecuencias de la moda rápida de usar y tirar y es la economía circular o la circulación de productos. Ya existen técnicas muy avanzadas de reciclaje de materiales textiles, que separan las fibras de poliéster y algodón para reutilizarlas y distribuidoras que trabajan con estándares altos (solo revenden prendas de segunda mano o sin utilizar por sus dueños que estén en perfectas condiciones de uso). El objetivo de la reventa es lograr que el consumo circule, incorporar artículos a nuestras vidas cuando los necesitemos y sacarlos cuando no nos hagan falta. No es nada nuevo bajo el sol, en la Italia del Renacimiento la gente rica empeñaba y desempeñaba sus vestidos. Karl Marx, cuando era joven y estaba en apuros, alquilaba los trajes y en los siglos XVII y XVIII ya se vendían productos de segunda mano.
Naturalmente, también esta economía de ida y vuelta tiene sus costes ambientales y sus matices no tan positivos. Pero están surgiendo nuevas ideas que conducen a una sociedad del “desconsumo”. Indicar la vida útil de un producto en las etiquetas, nuevas normativas y regímenes fiscales que favorezcan la reparación en vez del desecho, programas de trabajo compartidos o jornadas laborales más reducidas que puedan mantener a la gente empleada en una economía más ralentizada y menor. “La redistribución de las riquezas pueden revertir la desigualdad o impedir que empeore en un mundo de menos consumo”, insiste Mac Kinnon. De allí la importancia de crear un ingreso básico garantizado que permita a las personas más tiempo para sí mismos  y hasta abandonar el mundo laboral.
Un mundo que se despoje de la cultura de capitalismo de consumo y sea sostenible o autosuficiente, es tal vez posible. Habría que repensarlo todo, nuevos productos, nuevos servicios, nuevos hábitos, nuevas políticas. En eso consistiría una verdadera revolución. Vivir en un planeta limpio, con menos estrés, menos trabajos esclavizados. ¿Una utopía?…