Aclamada por gran parte de la crítica mundial, llega la película Tár a nuestras pantallas. El atractivo de ver a la gran Cate Blanchett en acción hará que muchos espectadores que ni siquiera saben de este éxito, traducido en importantes premios como el Globo de Oro a la mejor actriz y la nominación de este filme a los galardones más importantes, se acerquen a las pantallas para ver uno de sus recitales artísticos más impresionantes.
Sin embargo, el trasfondo de esta obra del actor, compositor y director norteamericano Todd Field, va más allá incluso de la performance genial de la Blanchett, para internarse en los meandros de la condición humana a unas profundidades abisales. Tár es heredera de Shakespeare en éste y más de algún otro sentido y también de cineastas como Jean Luc Goddard, que cogían la ficción para recrear situaciones y personajes que se salían de la pantalla para vestirse carne y hueso.
Lydia Tár, la protagonista de este falso biopic, que ha hecho confundirse a más de alguno con la biografía de un personaje real, es la directora de una de las más prestigiosas formaciones orquestales del planeta, la Filarmónica de Berlín. Desde el inicio de la narración, tras unos interminables créditos que dan cuenta de la extensión y complejidad del proyecto (35 millones de dólares de los cuales no se ha recuperado ni una ínfima parte aún) nos enteramos de que estamos entrando en un territorio oscuro, laberíntico , el incomprensible y desconocido mundo de la escena musical de altos vuelos. Field no parece estar dispuesto a realizar ninguna concesión al público en este y en otros sentidos, desde la larga entrevista del comienzo a la directora, a la que todos llaman “maestro”, a las innumerables referencias a otros grandes directores de orquesta como Leonard Bernstein o Karajan. Es, por tanto, un plato gourmet casi exclusivo para melómanos empedernidos, entendidos musicales, para los compositores como Mahler o Elgar, su música, así como su biografía y la de otros grandes músicos, les son familiares o parte de sus aficiones.
¿Qué es, pues, Tár? Desde luego ni un falso documental ni una película de intriga, ni un drama musical ni nada que se le parezca. Excepto, tal vez, como apuntaba al comienzo, una tragedia clásica al estilo de las griegas o la de su continuador, el de Stratford-upon Avon. El auge y declive del genio prometeico, en este caso una directora de orquesta lesbiana, tiránica y vulnerable al mismo tiempo, recuerda a esos héroes o protagonistas a los que ciegan sus dioses, haciéndoles caer desde áureos pedestales al cieno de la maledicencia (Me Too y otros procesos de juicio público o mediático) y posteriormente al ignominioso destierro. Tal es el destino de Tár, la protagonista, a la que da carne, vida y temperamento la camaleónica actriz australiana.
Mucho o poco más que esto se podría añadir en un somero comentario, exento de tecnicismos, como éste. No obstante, hay que batir palmas porque su director haya escogido a la madura Blanchett para vestir de Prada a su demonio musical y porque en estos tiempos de extrema banalidad, expresada en gustos artísticos variados, entre los que se encuentran las bellas artes, la música popular y otras prostituciones permitidas, aplaudidas y fabricadas expresamente para gustar a grandes públicos, alguien con talento se atreva a firmar tamaño manifiesto a favor de un cine culto, inteligente, sin deberle ni un gallo a Esculapio ni darle en el gusto a espectadores de palomitas ansiosos de estrellas de chocolate made in Hollywood.
Volvemos a advertir a quienes quieran visionar este prodigio cinematográfico: la butaca se les hará dura, eterna, a momentos. La cabeza les dará vueltas intentado recordar y relacionar a personajes del mundillo siniestro de las altas esferas musicales, habrá momentos en que la náusea se apoderará de sus conciencias y odiarán a esos personajes que encarnan a las más sórdidas pasiones humanas. Y por lo tanto, como humanos que son, se odiarán a ellos mismos. Pero para eso está el arte verdadero, no solamente para traficar con la belleza- la música es tal vez el más bello y completo lenguaje artístico- sino con la Verdad. Con el implacable espejo que nos pone al desnudo con todas nuestras vergüenzas.
Claudio Naranjo Cohen, conocido gurú y psiquiatra chileno, decía que una de las vías para llegar a la divinidad es la música. Tár, en su meteórica carrera hasta el paraíso de la música clásica toca el cielo, pero después desciende a los infiernos perdiendo el sentido de la vida, la dignidad y el amor de su pareja. La música, con mayúsculas, puede ser vehículo para el amor, la caridad, la unión y la armonía entre los seres humanos. O puede ser una maldición, una pasión oscura que destruye a los que como faustos se encomiendan al dios de los avernos.
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