Desde muy pequeño me interesó el mundo de la fotografía, era el benjamín de cinco hermanos y heredé todos sus gustos, entre ellos el gusto de hacer fotos en aquel Tánger de los años sesenta del siglo pasado.
Mi primera cámara fue una kodac instamatic automática que hacía unas fotos estupendas, luego fui haciendo fotos con cámaras mejores que comprábamos en las tiendas de los indios que vendían las últimas novedades como aquella cámara réflex Pentax de la que guardo tan buenos recuerdos.
Hice algún que otro curso en el colegio y poco más, el resto ha sido un aprendizaje autodidacta con la cámara y también en el laboratorio que teníamos en casa, uno de esos con ampliadora, papel y bombillas rojas para no velar las fotos.
Las nuevas tecnologías con las nuevas cámaras digitales irrumpieron y llegaron a mis manos teniendo la oportunidad de tener varias de estas cámaras réflex, hasta que llegué a la Canon 60d con la que hice estas fotos de las mujeres alfareras.
Son fotos casi «robadas», aunque las mujeres vieron la cámara y se sentaron justo delante de ella, el objetivo que usé era uno de cien mm que me permitió disparar sin necesidad de que posaran resultando muy sencillo hacer aquellas tomas tanto que no se sintieron molestas en ningún momento.
A veces en Marruecos he tenido problemas al hacer fotos de personas y sobre todo a mujeres. En el siglo XIX los pintores orientalistas se encontraban en situaciones parecidas y tenían que recurrir a señoras de origen judío que no iban tapadas pero eso es otra historia.
Ahora toco los dos palos, a veces recurro a la fotografía analógica o hago fotos digitales como es el caso de esta serie.
Además mi amiga Cloti Guzzo fue tan amable al escribir este bello poema para estas fotografías de las últimas alfareras del Rif. Se las envié, su respuesta fue automática y me regaló este magnífico poema lleno de sentimiento.
Cloti Guzzo plantea “Mi aportación a la obra del artista Pedro Maté Calderoni, ha sido , como suele ser la poesía, un momento fugaz que se interioriza en los recuerdos de ambos, nuestra niñez. Esa parte de nuestras vidas, se unió por un momento. Así es el arte.
El captó en sus fotografías, el movimiento de unas manos, de un cuerpo cansado, moldeando la propia vida, sacando lo más profundo en cada imagen que ha captado, dignificando el arte de las alfareras, y a la vez, haciendo una introspección sobre su propia vida; no es fácil esta unión, principio de la dignificación de esas mujeres, de todas las mujeres porque son de la tierra y es la tierra lo que fotografía.
Agradezco a Pedro su obra y haber podido hacer un poema a través de su mirada y espero que surja de nuevo la inspiración tangerina tan especial y minoritaria”.
Con esta serie también tuve la posibilidad de exponer en el Instituto madrileño en una exposición conjunta de varios fotógrafos que me llenó de alegría.
Las mujeres alfareras y la alfarería del Rif tienen mucho que decir y se merecen como mínimo un reconocimiento fuera de sus canales habituales.
La alfarería femenina bereber del Rif es un legado ancestral que ha pasado de generación en generación, de madres a hijas, quizás desde el Neolítico hasta nuestros días.
Su origen es de hace unos 9000 años en Mesopotamia desde donde se extendió por todo el Mediterráneo.
Las alfareras seleccionan el barro de canteras cercanas a sus casas, lo transportan en burros y luego en los patios de sus aduares lo trabajan.
Primero preparan la masa golpeándola con unos palos de madera y la tamizan hasta conseguir una masa homogénea.
A partir de unos rodillos de barro empiezan a modelarlo con agua hasta conseguir darle la forma.
Una vez que terminan la pieza la cuecen en un horno tradicional de adobe unas tres o
cuatro horas previo secado al sol. Tras esta primera cocción empieza la fase de pintado con pelos de cabra unidos con trocitos de barro, a modo de bellotas.
La pintura es a base de hojas lentisco machacadas en un mortero; también usan polvo de piedras trituradas, y una vez pintada la pieza se vuelve a hornear, esta vez en una hoguera hecha a base de ramas de leña, hojas de chumbera y excrementos de vaca, durante toda la noche, y son esta vez los hombres los encargados de esa labor.
Es una alfarería basada en el uso cotidiano, de una belleza tan singular que es difícil no quedar prendado.
Cada utensilio encierra una escritura simbólica de protección hacia la familia, cada vasija está especialmente pensada para darle un uso específico, así hay cazos, cazuelas, tayines, jarras para agua… Una infinidad de recipientes, cada uno con un cometido individual.
Algunos nombres de estos utensilios son:
Anajdaham: sartén de barro para cocer el pan.
Tayín: olla para cocinar guisos.
Aqnús: sopera para las cremas de habas y guisantes.
Abuqar: botijo grande para agua.
Imayma: barbacoa de barro para cocinar con carbón.
Asejsth : cuscusera
La zona de producción de estas familias alfareras comprende la impenetrable cadena montañosa del Rif que está habitada por tribus bereberes que viven apartadas desde siglos apenas colonizadas.
El barro es un material que tradicionalmente se usa para hacer casas de adobe, hornos y todo tipo de utensilios para cocinar y para las labores domésticas. Son las niñas, desde pequeñas, las que se dedican a estos menesteres y las que llegan a ser alfareras, frente a los hombres que se dedican a las labores del campo.
Las técnicas de elaboración de estos utensilios de barro son remotas tanto que no utilizan tornos.
La alfarera del monte Yebel Sidi Mesaud
Te recuerdo en tus manos,
tal vez en tus manos de arcilla en tus manos de agua y fiebre.
Hay un paradigma que te debo.
Viniste
desde la tierra que hiciste nacer, y tus manos
de corcho y seda, tus manos de oro
me tocaron la frente ardiente y me dieron calor,
el de tu tierra.
Recuerdo que me levanté,
no quisiste mirarme a los ojos, me abrazaste
en tus sábanas
y tus toallas de rayas
y mis ojos te miraron partir, parir.
Y partiste en dos,
pájaros de arcilla ardiente, pájaros de barro
que cantan al fuego. Mujeres.
Mujer,
no hay una sola mujer que no sea de la tierra. Te recuerdo cercana construyendo ánforas.
Te recuerdo sentada, enjutada.
En escombros que convertían en perlas.
Te recuerdo en oro, en pulseras de oro,
en pañuelos de algodones hechos de borlones de plata
Mujer, te recuerdo sentada en tu casa
sintiendo lo que yo ahora siento, sintiendo la nada.
Transformando mi fiebre en vasos de tierra.
Sintiendo las Columnas de Hércules como pájaros hechos de barro.
Pájaros de barro del monte de Yebel Sidi Mesaud”.
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